19 de noviembre de 1958

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Buenas noches madre.

Ahora mismo me encuentro sonriendo al recordar la forma en la que empezó mi día.

A pesar del cansancio de apenas haber dormido un par de horas, me levanté animada gracias a la única persona de la que de verdad podía creerme cualquier muestra de cariño. Ella no mentía, su inocencia tampoco y esos ojos atentos y curiosos, menos aún.

Desperté y la tenía allí, sentada en mi cama y observándome impaciente. No sabe la de veces que pienso lo bien que se habrían llevado, madre, y la rabia que me da de que ni siquiera se hayan conocido.

— ¡Feliz cumpleaños, tía!

La pequeña de la casa apuntó todas las fechas de cumpleaños de la familia en un cuaderno a principios de año para que no se le olvidara felicitar a nadie. Le encantaba hacerlo.

Era algo que perfectamente podría haber hecho usted de niña, estoy segura. Siempre fue tan detallista y atenta que me abrumaba incluso. Conseguía hacer especial el día de cualquiera de nosotros. Nos convertía en los reyes de la casa y por eso desde que se fue ya ninguna celebración volvió a ser lo mismo.

— Muchas gracias, pequeña. Ven aquí. – La achuché fuerte contra mí y me la comí a besos.

— Te he hecho un dibujo, pero me falta colorearlo. Te lo doy esta tarde ¿vale?

— Vale. – Al hablar de dibujos Fina volvió a mi cabeza y el pecho se me encogió de recordar la noche anterior.

— ¿Lo vas a celebrar con tarta?

— Pues se me ocurre un plan mejor.

— ¿Cuál? – preguntó entusiasmada

— ¿Te apetece que nos vayamos tú y yo a Toledo a comernos unos dulces y a comprarnos un vestido para cada una?

— ¡Sí! – Se puso de pie en la cama de un salto. - ¿A qué hora?

¬— Pues después de comer, pero, escúchame Julia, tenemos que hacer un trato.

— Dime.

— Tú no puedes decirle a nadie que hoy es mi cumpleaños ¿de acuerdo?

— De acuerdo – asintió contrariada. – Pero ¿Por qué?

— Porque quiero comprobar que se acuerdan por ellos mismos, y no porque se lo recordemos nosotras.

— Vale pues ¡Trato hecho! – Me chocó la mano.

Con el corazón encogido, bajé al desayuno. Nunca perdí esos nervios por recibir un poco de cariño el día de mi cumpleaños, pero ya llevaban un par de años olvidándose de aquel día y quería ponerlos a prueba. Ya no me iba a doler, pero quería confirmar que nadie en aquella casa me tenía en cuenta.

Al llegar a la mesa del comedor, pude ver a dos figuras masculinas que no reconocí a primera vista. Jaime estaba sentado en frente de ellos, bastante entusiasmado y al verme, se levantó.

— ¡Cariño! – Sonreí pensando que lo de después sería mi segunda felicitación del día. – Mira quién ha venido a verme de sorpresa.

El padre y el tío de Jaime habían bajado de Santander para hacerle una visita. Los saludé con toda la elegancia impostada que pude. Solo había visto a aquellos dos señores el día de mi boda, y, aunque resulte cómico, no sabía diferenciarlos.

Pero a pesar de que ayudaran al olvido de Jaime – Bastante probable también sin ese particular – no le engañaré, madre, la idea de que alejaran de mí a mi marido durante unos días, me agradaba bastante. Por lo que él me contaba, eran dos hombres muy aficionados a la caza y cada vez que viajaban buscaban cotos nuevos para practicarla. Así que debido a que padre también era bastante afín a ese plan tan horrible, supuse que ya tendrían el día organizado.

Un refugio infinito. Mafin.Where stories live. Discover now