Capítulo 16: 2 a 1

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Capítulo 16:

— Buenos días.

Sherlock se encontraba tomando un té en el sillón mientras leía el periódico cuando Alice entró en la sala de estar.

—  Buenos días. — le respondió la joven con una sonrisa. — ¿Algo interesante?

—  Pues la verdad es que sí. — el detective le lanzó el periódico a la joven, que se encontraba ya sentada en el segundo sillón de la chimenea. Alice comenzó a ojear el periódico cuando le llamó la atención un caso particular.

—  ¿Esto es cierto? ¿Una web de citas para personas casadas? — preguntó sorprendida la joven.

—  Así es, y muy famoso, por lo que veo.

—  Y lo han hackeado.

—  Exacto. Nombres reales, direcciones, números de tarjetas de crédito… Todos los datos están ahora mismo en manos de delincuentes.

—  Ya… Pues, sinceramente, no me importaría que salieran a la luz y se descubriera a esos sinvergüenzas. — dijo secamente la joven mientras cerraba el periódico y se lo devolvía a su compañero.

—  ¿No tienes un código o ética que te obligue a resolver estas cosas? — preguntó Sherlock con una sonrisa.

—  Claro que lo tengo, pero también tengo un código personal que me dice que si una persona descarada y manipuladora ha tenido el valor de mentir a su marido o a su esposa para vivir una aventura, no voy a ser yo la que se interponga en que la verdad salga a la luz.

—  ¿Entonces no vas a trabajar en el caso?

—   Nop.

—  ¿Bajo ningún concepto?

—   En absoluto.

En ese momento, Lestrade entró por la puerta del apartamento, aún jadeando por la falta de costumbre de subir las escaleras.

—  Oh, bien, estás ya lista. — dijo cansado el inspector.

—  ¿Lista para qué? Hoy tengo el día libre.

—   Ha habido un caso de hackeo a una importante empresa de citas y necesitamos que los rastrees.

Sherlock comenzó a reír a carcajadas, lo que provocó que Alice lo mirara con odio y Greg con incertidumbre al no saber qué había dicho que le hubiera provocado tal risa.

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—  No entiendo por qué tenemos que colaborar en este caso. — dijo Alice, aún resignada, mientras recorría a paso ligero los pasillos de Scotland Yard junto a su jefe, en dirección a su despacho.

—   Turner, son delincuentes que han robado información comprometida y están pidiendo un rescate por ello, es tu deber. — respondió tajante Greg.

—   Considero que mi deber es mantenerme al margen y que esas familias sepan la verdad, señor.

—  No, tu deber es cumplir con tus obligaciones, te guste o no.

Alice rodó los ojos y resopló. No quería seguir discutiendo con su jefe pues sabía que no llegarían a un acuerdo.

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Alice llevaba prácticamente todo el día metida en su despacho. Se había reunido con el equipo de seguridad de la empresa atacada, había recabado algunos datos importantes de la hora del ataque, seguido algunos rastros, pero todo le llevaba a un callejón sin salida.

Tenía que resolver el caso. No porque le importara proteger la identidad de un puñado de adúlteros que consideraba asquerosos, sino porque si no lo hacía su jefe pensaría que no había puesto de su parte en esclarecer los hechos.

Dejó de teclear y miró por la ventana, donde el sol ya había empezado a ponerse. Estaba cansada de pasar todo el día en un caso que no le interesaba, pero le gustaba tener la cabeza ocupada y pasar el día fuera de casa. Últimamente había pensado mucho en Sherlock, era algo recurrente que aparecía en su mente sin previo aviso. Se dio cuenta que cuando pensaba en el detective sonriendo, ella también sonreía, y que le encantaba verlo centrado en su trabajo, o tocando el violín, o sentado sin más en el sillón de la chimenea pensando en sus cosas.

No, ni de broma. John no puede tener razón.

Alice también pensaba en las palabras de John, y es que cada vez empezaban a cobrar más fuerza sus pesquisas.

Un mensaje en su móvil le sacó de su letargo.

¿Me echabas de menos?

El número del que procedía era desconocido, así que decidió llamar.

— ¿Sí?

—  Hola, me llamo Alice Turner. Tengo un mensaje de texto de este número, pero creo que se ha equivocado.

—  En absoluto, yo nunca me equivoco.

A Alice le sonaba esa voz, pero se escuchaba un eco extraño, como si estuviera hablando desde un túnel o algo por el estilo.

—   Ya… bueno, yo no le conozco, así que…

—   Claro que me conoces, mi querida Olive.

En ese momento Alice se quedó helada. Ahora sí era capaz de reconocer aquella voz.

—   ¿Qué quieres? — dijo secamente la joven.

—   Quiero verte.

—   ¿Para qué?

—   Oh, vamos, no seas tan tozuda. ¿Acaso no quieres ver a tu hermano mayor?

Alice cerró los ojos y respiró profundamente. Recordó todos los informes que Mycroft le había enseñado días atrás, todo lo que había hecho, todas las víctimas…

—   No tengo ningún interés en mantener una relación contigo.

—   Me rompes el corazón… — hizo una pausa. —  Mira, vamos a hacer un trato. Tú vienes a la dirección que te voy a pasar por mensaje, y yo no le meto un balazo a tu amiguito John, ¿qué te parece? — dijo con voz melódica.

Alice entró en pánico. Se levantó de su silla de escritorio y se puso a caminar rápido por el despacho.

—  Ni se te ocurra ponerle una mano encima, Moriarty.

—  ¿Cómo que Moriarty? Para ti soy Jim.

—   Hablo en serio. Como le pase algo será lo último que hagas, te mataré con mis propias manos, maldito lunático.

—  Vaya, sí que eres hermana mía, al fin de al cabo.

Alice comenzó a temblar del miedo, sus ojos se empañaron de lágrimas por la impotencia.

—  Nos vemos, Olive. No tardes en venir, tu hermano mayor quiere darte un abrazo bien grande.

La llamada se cortó y, casi un segundo después, recibió el mensaje con una dirección. Alice cogió su bolso y sacó del último cajón de su mesa una pistola. No solía ir armada, no era algo que necesitara puesto que su trabajo no requería de esa seguridad y porque consideraba que su entrenamiento en la Organización era más que suficiente para acabar con una persona cuerpo a cuerpo, pero con Moriarty era diferente. Toda precaución era poca para enfrentarse a aquel tipo.

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Alice se bajó del taxi en la dirección que Jim le había pasado. Aún le temblaban las piernas, pero trató de centrarse y de mantenerse fría, igual que había hecho otras muchas veces en las misiones de campo de su juventud.

Era una piscina municipal de un pueblo a las afueras de Londres. La noche ya había caído y la iluminación era bastante escasa, ya que la piscina se encontraba apartada de cualquier núcleo de población. Alice entendió entonces el efecto tan extraño en la voz de su hermano, seguramente le habría llamado desde el interior del edificio.

La puerta se encontraba abierta y Alice entró. Aunque estaba asustada, no quería que le pasara nada a John. Él le había ayudado todo este tiempo y lo quería como si fuera realmente un hermano, era de su familia.

Comenzó a caminar despacio por aquel pasillo largo y oscuro. Al final se vislumbraba una luz, supuso que sería la sala de la piscina y fue directa hacia allá. Cuando abrió la puerta se encontró a John de pie, al lado de la piscina y con las manos levemente alzadas en señal de rendición. Frente a él, un hombre trajeado hablaba por teléfono con una mano, mientras que con la otra sostenía una pistola apuntando al doctor. Éste se giró en dirección a Alice al escuchar la puerta de la sala cerrarse.

—   Olvídalo, ya está aquí. — dijo Jim mientras colgaba el teléfono y se lo guardaba en un bolsillo interior de la chaqueta de su traje. —  Querida, bienvenida.

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⏰ Last updated: May 06 ⏰

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