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« 𝐑𝐄𝐀𝐃𝐈𝐍𝐆 𝐂𝐋𝐔𝐁 »
—¡El final es desgarrador! —vociferó Lucy. Sus piernas se desplazaron por el vacío bajo sus pies con energía, estrechando un libro de portada violácea contra su pecho.
Junto a ella, Rufus posicionó el índice sobre la placa vitrocerámica para bajar la intensidad del fuego. Los vocablos escapaban de los labios ajenos como una agradable brisa primaveral de la que se permitía disfrutar mientras cocinaba. Un hecho inusual cuanto menos teniendo en cuenta lo poco que le agradaba dialogar cuando su atención debía cernirse sobre otro asunto.
—La autora no ha dejado ninguna imperfección a la vista —comentó a la vez que apoyaba el antebrazo en la encimera sobre la que Lucy permanecía sentada. Ésta última asintió a modo de respuesta sin flaquear la sonrisa que adornaba su rostro.
—¡Totalmente! —la emoción de la rubia provocó que una dosis de ternura se expandiera por el interior de Rufus, aunque no lo exteriorizó.
Habían transcurrido varios meses desde la fundación del tan ansiado club de lectura que, sospechosamente, tan sólo contaba con dos miembros: Rufus Lohr y Lucy Heartfilia. Su creador, Rufus, se había asegurado de que tan sólo la blonda conociese la existencia de dicho club. Y, a pesar de que en un comienzo las reuniones fueron protagonizadas por un bochorno cuyos niveles no parecían conocer los límites, ambos se habían habituado a la presencia del otro.
Muy conveniente para él.
No obstante, Lucy continuaba sin percatarse de las verdaderas intenciones del mago de creación y la única razón por la que el club había nacido. Tenía la teoría de que tan sólo le veía como un buen amigo con el que compartía intereses.
Un gran amigo. Muy bien.
—¿Rufus? Oye, ¡la comida! —bajó de la encimera de un salto y se apresuró a mover la olla rápidamente para que la cena no se echase a perder. Suspiró tras esto, apagando el fuego.
Rufus parpadeó, examinando el espectáculo frente a él. Criticaba a las personas que se perdían en sus pensamientos y bajaban la guardia, quedando así a merced de cualquiera que rondase a su alrededor, pero él solía perder la concentración cuando se trataba de Lucy. Cada día más que el anterior. Y no podía continuar así.
—Lo siento —posicionó la diestra en uno de los hombros impropios a modo de agradecimiento—. ¿Te has quemado? —inquirió al vislumbrar una diminuta rojez en la mano de la de menor estatura. Su expresión se había arrugado con ligereza y transmitía una genuina preocupación. Muy diferente a la faz impertérrita y ligeramente burlona que empleaba para interactuar con el resto de la población.
Si los del gremio le viesen, recibiría burlas durante años. Incluso siglos se atrevería a decir.
—Ah, no es nada —alzó la mano para visualizar la quemadura de cerca, restándole importancia—. En mis misiones acabo mucho peor por culpa de Natsu; esto no es nada.
