Capítulo Cuarenta y dos: Una verdad a medias

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Nadia

Permanecía recostada sobre el pecho de Leonardo mientras él acariciaba mi espalda lentamente con la punta de sus dedos. Mis párpados se habían abierto minutos antes para apreciar los primeros rayos del sol, que se filtraban a través de las cortinas semitranslúcidas que habíamos cerrado después de la nevada. Aunque la temperatura había disminuido, el calor que emanaba el cuerpo de Leonardo me protegía del frío. Después de contemplar la primera nevada del mes, nos fundimos haciendo el amor una vez más, solo que esta vez la intensidad fue aún mayor, terminando en un abrazo.

Me estiré en mi lugar, suspire al sentir como mis músculos se relajaban.

—Buenos días —dijo con una voz ronca, una que amaría volver a escuchar.

—Buenos días —un bostezo salió sin permiso y le sonreí.

—¿Dormiste bien? —sus ojos miraban sus dedos que acariciaban mi cabeza.

—Después de ayer, creo que dormí mejor que nunca —sentí que mis mejillas se sonrojaron, gracias al recuerdo que vino a mi mente.

Leonardo acercó su rostro al mío y depositó un tierno beso en mis labios.

Ambos nos levantamos de la cama, pero antes de que yo pudiera salir de entre las sabanas, me prestó una de sus pijamas, había olvidado mi bolsa con el cambio de ropa que había preparado para estos días y estar en ropa interior no era opción, o al menos, Leonardo dijo que así comeríamos de verdad y no a nosotros mismos.

Se había vuelto tan liberal, tan directo y bromista que jamás habría imaginado que era así, y me encantaba por completó. Sentía que él era feliz siendo autentico, sin miedo a ser juzgado o a reproches por su personalidad.

Leonardo se adelantó a la cocina mientras yo me cambiaba, y antes de salir del cuarto, la curiosidad me llamó y observé cada detalle en él. Había un escritorio con una pila interminable de papeles, una computadora y una silla que parecía cómoda a simple vista. A los costados de la cama había mesitas con pequeñas lámparas del mismo modelo; una de las mesitas estaba vacía, mientras que la más cercana a la puerta tenía libros y una bocina de última tecnología con inteligencia artificial.

Al girar en mi lugar, me fijé en el gran espejo al lado contrario de la cama, que en realidad era una puerta para el closet. Fue entonces cuando noté que mi cabello estaba despeinado y mal arreglado, y ni hablar del maquillaje, todo estaba desordenado y mis ojos tan manchados que parecía un mapache.

Corrí al baño para lavarme la cara y no salir en ese estado. Mientras mojaba mi rostro, no pude evitar imaginar lo que habrá pensado Leonardo al verme así. Estaba segura que por respeto, evitó reírse para no hacerme sentir mal.

Una vez lista y con el rostro más que limpió, me acerqué a la cocina y ahí estaba él. Su torso estaba completamente desnudo, lo que me permitió admirar los músculos de su espalda, sus hombros anchos y sus brazos bien marcados. Mi mente volvió a fantasear y el escenario era parecido al de horas antes, la diferencia era la confianza que veía, pronto podría ser mayor y más intensa.

Leonardo giró y se sorprendió al verme atrapándome in fraganti con la mirada fija sobre su cuerpo.

—¿Te gusta lo que ves? —la sonrisa se me borró del rostro y lo cubrí con mis manos.

—Tal vez… —reí nerviosa.

—Bueno, tendrás que aguardar. Desayunáremos e iremos de compras —colocó lo que había en el sartén en los platos planos que tenía a su alcance.

Mi Doctor FavoritoWhere stories live. Discover now