Capítulo treinta y seis: Llega la calma

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Leonardo

Tantas cosas habían pasado desde que Nadia regreso de su viaje y en un lapso tan corto.

Miraba mi mano, mis nudillos estaban llenos de hematomas por el golpe que le propine a aquel… idiota. Recuerdo el momento perfectamente y el como la sangre me hervía cuando lo vi tomar a Nadia del rostro y después lanzarla contra el suelo, fue la chispa para hacerme estallar. Corrí en su dirección y sin pensar más en el dolor que quería provocarle, cerré mi mano en un puño estrellándolo con todas mis fuerzas contra la mejilla de aquel sujeto. Este me miro con furia y listo para atacar, pero no hizo nada, solo se limitó a amenazarme para después largarse del lugar.

Me acerqué a Nadia y la ayude a levantarse, quería asegurarme de que no estuviera herida o lastimada; estaba tan preocupado por ella que me olvide de su amiga, Sarah.

Iba a llevar a ambas a sus respectivos hogares, pero el hermano de la rubia llegó y volvimos a comentar lo que había sucedido minutos antes para que todos estuvieran alertas en caso de que aquel imbécil volviera a aparecer o si estaba tan loco para intentar algo que pusiera en peligro la vida de todos, en especial, la de Nadia.

No quería esperar a que Nadia subiera al autobús y me esperara en la parada en la que habíamos acordado, temía que cualquier contratiempo se nos cruzara y Nadia estuviera en riesgo. Entonces, simplemente no quise esperar y con todo el cuidado del mundo y tomando precauciones, Nadia subió al asiento del copiloto y se ocultó hasta que estuvimos lejos de la facultad.

Todo el trayecto a casa de Nadia fue silencioso, pensaba en como protegerla en caso de que yo no estuviera cerca y que hacer en esos momentos, no podía y no quería perderla de ese modo, ella ni nadie merecía un trato tan horrible como el que había sucedido en el estacionamiento.

—¿Te duele? —preguntó llamando mi atención—. Tus… nudillos.

—No —le sonreí y después respondí com la verdad—. Un poco.

La oí suspirar y pude notar su disgusto.

—¿Qué sucede? —le pregunté.

—¿Por qué? —volteó a verme.

—Estás enojada —mencioné.

—No, claro que no —me di cuenta que estaba mintiendo, pues comienza a mover su cuerpo de forma inconsciente cuando esta ansiosa o nerviosa.

—Nadia —dije en un tono más serio. Bajó la mirada y suspiró resignada.

—Bien —levantó la mirada de nuevo hacia a mí—. Si estoy enojada, pero no es contigo ni con Sarah, es por mí.

Me explicó lo que había sentido cuando aquel sujeto llegó y las lastimó y del como se quedo petrificada sin poder hacer nada. Su enojo era mád que evidente, pero aún no estaba del todo seguro del porque se sentía así y temía lo peor, solo deseaba que fuera un simple pensamiento y no una realidad.

Terminé dejándola frente a su casa y yo continúe mi camino directo a mi departamento.

Iba a buscar la manera de hacerla feliz y hacerla sonreír todas las veces posibles y es algo que le había dicho una y otra vez.

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Al llegar a mi departamento mire mi celular después de cerrar la puerta tras de mí, lo medite un par de minutos hasta que decidí llamar a Nadia.

—¿Cómo te fue? —le pregunté.

—¿Sobre qué? —escuché la confusión en su voz

—Te vi entrar muy rápido a tu casa y hasta la otra isla se pudo escuchar el portazo que diste —bromeé, pero era cierto cuando me tomó por sorpresa el portazo que dio.

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