Capítulo 4

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SHELSY Y LA CABAÑA RISUEÑA.

El quejido de alguna puerta me asaltó de repente y me levanté de un brinco. Bajé las escaleras lo más rápido posible y fui hasta la sala y me fijé que la puerta estaba semi abierta. Salí a darle vuelta a la cabaña y así descalzo y con algo de frío, lo que pensé que había ocurrido pues me dejó perplejo. La laguna estaba quieta, ni los peces carroñeros habían salido a la luz a tomar aire. Mientras caminaba los alrededores me acordé de Steve Paterson. Alguna vez me pregunté donde mamá lo habría conocido. Aunque ocasionalmente soy bueno con él, a cambio recibo bastante apoyo de su parte. Escucha cuando debe escucharme y me dice las cosas cuando cree que estoy listo para conocerlas. Es una idea un poco simple pero segura; no intenta ser algo más que un amigo, que un taxista que me lleva a donde vaya.

—(Steve y mamá deben estar preocupados por mi).—Pensé en alto—

Me detuve un instante y miré al cielo cómo el sol salía lentamente desde las montañas. Regresé a la cabaña con la intención de llamar a casa, pues nunca había dormido fuera de ella y me preocupaba la idea de no saber qué había pasado en la tarde de ayer.

No me había dado cuenta que la cabaña estaba hermosa. El invierno siempre que se va nos deja el olor a tierra húmeda y el olor de las flores. Pajaritos cantantes, el chillido de grillos, los llamados de las ranas saltarinas que salen de la laguna.

A diferencia de las otras cabañas a los alrededores, ésta en especial, con su terraza en el tercer piso, espacio con asadero y vista al lugar más hermoso de la ciudad, me reconforta el alma. Pero sé que cuando algo no está en su sitio automáticamente abro mis ojos y comienzo a refunfuñar por su estado buscando respuestas absurdas porque lo mínimo que había que saber era lo que literalmente nunca me dijeron que había.

Rodeé toda la cabaña y el ojo derecho me brincaba porque sentía que algo se movía detrás de mí. Volteé hacia atrás y solo veía el mismo sendero por donde raramente caminaba como si de hecho, no conociera nada de este lugar. Algo me hizo caer en cuenta que la puerta aún seguía abierta y como si estuviera conducido por los nervios ni siquiera pude darme cuenta de qué tan segura estaría. Aquella que por su efímera nostalgia me hace pensar que realmente ha cambiado todo, dado que por sospecha de que alguien que podría conocernos ya ha venido constantemente. Seguramente ha pescado, ha dormido, se ha quedado a ver la tele y de paso, se ha estado comiendo lo que se dejó en el refrigerador.

Tres metros más adelante cerca al cuarto de basura, entré al sótano a donde papá guardaba lo que no se usaba comúnmente. Cruzando la puerta a mi derecha encendí la luz opaca que hizo que dos murciélagos abrieran sus alas y volaran hasta la punta, el lugar más alto y más oscuro del sótano.  Me los quedé mirando como papá me miraba al encontrarme jugando a las escondidas. Siempre sabía a donde iba, seguramente porque no había otro lugar más recóndito que el lugar de los trastes y objetos viejos. Vi la lámpara que mi abuela le había regalado a mamá, el sofá donde papá solía dormir cuando discutía con ella, las luces navideñas en una caja llena de polvo, el árbol que parecía más un palo de tamarindo en época de verano. Un par de botas de pantano, herramientas básicas de carpintería y al fondo una repisa donde se exhibía armas de buen calibre que mi bisabuelo obtuvo después de su servicio militar. Creo que después de ello jamás las usó y más arriba cajas llenas de cartuchos y navajas. Desde adentro se sentía como si alguien caminara sobre las hojas secas, fui a ver si solamente era mi imaginación pero algo me espantó de mis sentidos. Se fueron mis recuerdos, desde el momento que salí de ese lugar me tropecé justo frente a la laguna.

—Shelsy? Pero tú qué... Tú... ¿Tu qué haces aquí?— Tartamudé. ¿Me quieres explicar? —Entré en asombro. No había lugar a su presencia, ni siquiera quería aceptar que la chica más linda de mi barrio estaría justo frente a mi.

Transtorno Fantástico: Pseudologia De Mi Memoria. Where stories live. Discover now