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Jungkook

Estoy molesto, muy molesto por la actitud y forma de pensar de Hoseok. Simplemente ver y escuchar de su propia boca el mal concepto que tiene de mí, más allá de molestarme me decepciona.

Conduzco mientras Jimin simplemente disfruta del aire que entra por la ventana, saca su mano derecha y sonríe al sentir la brisa cálida entre sus dedos.

Me relaja mucho ver siempre esa sonrisa que adorna su bello rostro, hace que mi enojo y preocupación se disipen.

—¿Lo estás pasando bien? —pregunto.

Sonríe y con un sonido de aprobación, me hace saber que sí.

—Disfruto al sentir el aire en entre mis manos —habla. —Es relajante —recarga su cabeza en el respaldo del asiento.

—Tengo muchas preguntas, Jimin —confieso, girando un poco el volante.

—¿Así?

Gira su rostro, como si pudiera mirarme.

—Sí —contesto.

—Pregúntame lo que quieras saber, lo responderé con gusto —dice sereno.

—Los colores de las rosas, ¿cómo lo sabes?

Me detengo por unos segundos, mientras espero que el semáforo cambie de rojo a verde.

—Todo el mundo sabe que las rosas son rojas —se ríe, y sé que está bromeando.

—Claro —digo, mientras arranco de nuevo.

—No nací ciego, Jungkook.

Su rostro ya no está en mi dirección, ahora lo deja al frente, como si va mirando el camino hacia mi casa.

—Sí, yo... claro —trastabillo nervioso, ante su respuesta.

—Es una larga historia —interrumpe, cuando estoy a punto de tomar la iniciativa de articular algo con sentido. —Muy larga —sonríe bajo, y luego deja de reír, como si algo que recordó le doliera.

—No debes contármela justo ahora.

Sueno el claxon para que el auto de adelante se mueva.

—Pero lo haré más adelante —su mano izquierda la extiende un poco hacia mí.

Levanto mi mano derecha y dejo que sienta mi mano cerca de la suya, la toca suavemente como si intentara reconocerla.

—Lo prometo —une nuestras manos.

Algo dentro de mí se emociona y es que lo que Jimin me hace sentir, es tan inexplicable.

Doy un giro con dificultad debido a que solo conduzco con una mano, continúo el trayecto ahora más lento, diviso mi casa, giro hacia la izquierda y estaciono la camioneta.

—Listo, llegamos.

Suelta mi mano y tantea por el paradero del broche del cinturón.

—Déjame ayudarte.

Él niega cuando escucha mi propuesta.

—Puedo hacerlo, solo pon mi mano en el lugar.

Sé que no me mira, pero asiento como si él puede verme.

—Aquí —coloco su mano sobre el broche. —Presiona con fuerza hacia abajo, y listo.

Asiente, para luego hacer lo que le he dicho.

—Lo logre —dice emocionado.

Retiro mi cinturón y abro la puerta.

—¿Quieres que te ayude a bajar o prefieres hacerlo tú? —pregunto antes de salir de la camioneta.

Through my eyesWhere stories live. Discover now