09 Del odio al amor II

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Aioria estaba recostado sobre el sillón de la sala con la mirada perdida hacia la nada, mientras movía los dedos ansiosamente por su propia cabellera, peinando hacia arriba uno de los mechones castaños en su cabeza.

Su cuerpo podía estar físicamente en estado de reposo, pero su mente divagaba muy lejos de aquel templo, perdido en el recuerdo de aquella tarde con Milo.

La verdad es que su pequeña escapada con el escorpión le dejó más preguntas que respuestas, y hasta una pequeña necesidad por pedirle un poco más de tiempo para hablar. Era extraño, pero generalmente no tenía que pedirle a su amigo compartir más espacio del necesario, porque siempre tenían suficiente el uno del otro. Al menos Aioria esperaba al día siguiente para continuar con lo que sea que hubieran dejado pendiente anteriormente; sin embargo, desde que Camus y él declararan tener una relación, hablar con Milo solía ser más complicado que aprender a reparar armaduras, porque el tiempo libre del escorpión era totalmente propiedad del galo, y todos los pensamientos del espartano le pertenecía a él, a su nuevo novio.

En realidad era bastante extraño saber que tenía una relación con alguien, porque Milo jamás mencionó estar con él, o con alguien más; y ya que el escorpión solía ser desinhibido, y descarado, pensó, que si estaba en un noviazgo o algo así, él sería uno de los primeros en saberlo. Además, se dio cuenta por aquel encuentro pasional de jóvenes, tras su borrachera, que Milo tenía experiencia en lo que le gustaba, así que fue obvio deducir que había estado con alguien antes de esa noche desenfrenada.

Aioria dejó quieta la mano sobre su vientre y exhaló profundamente mientras decidía hacer a un lado sus pensamientos, y comer algo, o caminar por ahí para pasar el resto de la tarde, intentando sacar al bicho de su cabeza.

Se enderezó en el sillón, y se levantó mientras acomodaba su ropa y volvía a despeinar su cabello con los dedos, cuando emprendió la marcha para salir de la sala.

—Gato!— Exclamó alguien en el pasillo, y el castaño sonrió al escuchar aquella voz varonil, porque conocía esos tintes rasposos donde sea; así que levantó un poco su cosmos, haciéndole una seña para que supiera dónde estaba.

Desde aquella mañana, en ese incómodo desayuno, no se habían visto, y para esa hora de la tarde, pensó que podían arreglar aquel último asunto que llevó al español a irse de Leo tan rápido, como un chasquido.

Con el guardián de Capricornio también tenía un pasado doloroso y hasta cierto punto tormentoso, pero de alguna forma, y gracias a Aioros, es que volvieron a ser amigos; y aunque hubo cosas que no se dijo entre ellos y tropezones que los volvieron a enredar de una u otra forma, como dijo Aioria "eso es cosa del pasado...".

—Shura, ¿a qué debo el horror... digo, el honor de tu visita?— inquirió el griego, ligeramente juguetón, para borrar la tensión que quedó entre ellos esa mañana. El pelinegro se frenó en seco, pero al ver la sonrisa de su "amigo" volvió a avanzar.

—Ja, ja, ja—, respondió el otro con una risa falsa—, si no hubiera venido a pedirte un favor, juro que me ofendería—. Aioria se rio al ver su ceño fruncido.

—¡Qué amargado, hombre! Solo estaba jugando—. Se excusó, siendo él quien le diera una palmada en la espalda—. Anda, dime, ¿qué necesitas?— el español dudó un poco, después pareció armarse de valor.

—Pues... mi ducha se descompuso y...

—Y querías bañarte conmigo...— 'Completó' la frase, esbozando una sonrisa sensual, pese a que lo hacía a modo de juego. Shura meneó la cabeza, inquieto; después su semblante se relajó.

—¿Por qué no? Siempre necesito una mano extra...— Respondió con firmeza, colocando los dedos sobre el pecho del otro. El heleno, quien no esperaba esa reacción, se puso ligeramente tenso.

Jugando con FuegoWhere stories live. Discover now