06 Celos, amor y desesperación.

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(Link al capítulo original en este comentario)

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Ptono, Eros y Ezis.
(Celos, amor y desesperación)

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Sí alguien hubiera preguntado por la relación de ambos dorados, cualquiera podría explicar que ellos no podían verse sin sentir un desagrado que no temían expresar, el uno por el otro; y mientras Milo dormía con la cara pegada a la espalda de Camus, podría incluso decirse que ya no se llevaban tan mal.

A causa del movimiento de rotación de la tierra, una delgada línea dorada comenzó a deslizarse por un resquicio entre la cortina y la pared. Su destino no estaba fijo, pero su camino poco a poco iba marcándose con el transcurso del día hacia un punto clave de la habitación.

Todo estaba silencioso, salvo por la respiración de Camus y Milo, quienes parecían respirar fuerte al compás del otro, como un pequeño concierto de suaves ronquidos.

Cuando la luz tocó las membranas del custodio de Escorpio, este se movió ligeramente sobre el lomo que tenía bajo la cara, sintiendo un cosquilleo en la punta de nariz por el cabello que molestaba en ella, y que le hizo abrir los ojos.

Milo había pasado la mitad de la mañana apoyado al cuerpo del otro, con la mano sobre su propio muslo y la nariz pegada al olor amaderado en la fragante loción ajena. El escorpión, al notarlo, se hizo a un lado, como sí Camus acabara de reclamar su falta de distancia; aunque este continuaba durmiendo con la mano bajo la almohada y la boca ligeramente abierta.

El griego sonrió involuntariamente mientras lo observaba, porque a pesar de toda esa seriedad, rectitud y elegancia, también podía darse el lujo de dormir con soltura. Pensó, incluso, con cierta diversión en lo raro que era ver a un hombre tan frío y tan estricto como el aclamado maestro del agua y el hielo, ser tan comprensivo y amable, muy amable en realidad.

Porque cualquiera en su sano juicio se habría marchado después de la forma en que Milo lo trató, en cambio, Camus toleró el brote explosivo desde su orgullo dolido haciéndole escupir sandeces que él no merecía. No había comprendido las intenciones de este al primer enfrentamiento, pero tras calmarse y mirarlo con detenimiento, se dio cuenta de que podía soportar el dolor.

Tal vez aún le dolía lo ocurrido con Kanon, pero tener al galo de su lado le hacía sentir que podría darle una lección al gemelo sabiendo que, aunque saliera rasguñado en el combate, tendría a alguien apoyando sus decisiones, o frenando sus arrebatos.

Tendrá que aprender a valorarte o estar dispuesto a perderte para siempre, si es que llegas a esa conclusión por tu propia cuenta…”

Milo consideró con cierto pesar que no quería llegar al punto de renunciar a lo suyo con Kanon, sin embargo, admirando el panorama, tendría que llegar a esa decisión en algún momento si las cosas no salían bien.

Generalmente, no iba a claudicar en sus ambiciones si tuviera el destino y la oportunidad en sus manos, pero considerando lo ocurrido la noche anterior, Kanon parecía llevar sus sentimientos al abismo; como si le obligara a deshacerse de ellos.

Y si los empujaba al fondo, ¿después trataría de recuperarlos?

Milo exhaló con fuerza, y ese pequeño sonido sirvió para que Camus se moviera contra la almohada, sin despertar totalmente; así que el griego se quitó la sábana, se movió de la cama, y se levantó de un pequeño brinco. El galo se movió otra vez, pero no dio señas de estar despierto, por lo que Milo caminó hacia el baño, deteniéndose a dos pasos de llegar, al darse cuenta que seguía ligeramente desvestido, y que si el acuariano despertaba, le haría un escándalo en nombre de la diosa Edos (1). Rodó los ojos como si Camus hubiera protestado ante su cuerpo desnudo, y tomó un bóxer que había por ahí, para encerrarse en el baño durante un buen rato.

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