37. El miedo y el amor

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—Me gusta tu perfume. ¿Es nuevo? —preguntó y Joseph se sintió incómodo por decir la verdad.

Arrugó el entrecejo y miró en otra dirección, conservando la posición dura ante ella.

—Fue un obsequio —confesó Joseph con incomodidad.

—Es delicioso, uno de mis favoritos —respondió Lexy con una bella sonrisa dibujada en el rostro, pero tan tensa como él—. Quien te lo regaló debe conocerte muy bien...

—No lo sé —respondió Joseph, un poco discrepante.

—¿Y quién fue? —quiso saber, usando su curiosidad para intentar llegar más lejos.

Joseph suspiró y miró al techo del dormitorio con angustia. No sabía qué decirle y la verdad era que no ambicionaba mentirle.

—Me lo regaló la hija de Bustamante —reveló y el rostro inocente y dulce de Lexy cambió de manera escabrosa.

—¿Tiene una hija? —curioseó temblando y su mente trabajó con prisa, uniendo todo con prontitud.

Retrocedió un par de pasos y miró a Joseph a la cara con recelo.

—No es lo que estás pensando —refutó Joseph.

—¿Y qué se supone que estoy pensando? —burló rabiosa.

Estaba celosa y conocía a la perfección cada sentimiento que la recorría.

Los conocía y los entendía.

—Crees que tengo o tuve una relación con ella.

—¿Y lo hiciste? —insistió y se cruzó de brazos—. ¿Ya fue tu novia?

Joseph no supo que responderle. Tal vez, no solo se había acostado con ella, tal vez, era la mujer que le había metido y engañado para mantenerlo cerca.

Laura.

Laura Bustamante.

—No, Lexy, no me he acostado con ella —mintió Joseph y la miró severamente—. No podría acostarme con la hija del jefe —adelantó y lo arruinó aún más.

—¿Y si no fuera la hija del jefe? —consultó Lexy con desconfianza y asintió con la cabeza y con una mueca de consternación dibujada en todo el rostro—. Si no fuera la hija del jefe ya te hubieras acostado con ella, eso está claro —respondió y se movió para detener la absurda conversación en la que se hallaban estancados, haciéndose daño.

—¡Lexy, las cosas no son así! —gritó Joseph y la obligó a detenerse en su escapatoria—. ¡Por favor, te voy a pedir que no confundas las cosas! No tienes derecho a entrometerte en mi vida privada.

—Entonces tú deja en entrometerte en la mía —respondió ella y Joseph se quedó boquiabierto y con el corazón pulsándole fuerte contra la garganta.

Se apreció casi desarmado. Sentía que el corazón se le caía a pedazos y aún no era capaz de aceptar la verdad.

—No, Lexy, por favor —suplicó y se acercó a ella con temor.

La joven lo miró con grandes ojos y le devolvió la misma mirada severa que él le había consagrado anteriormente. Le dolía el juego cruel en el que caían y odiaba ver que el hombre no era capaz, ni lo suficientemente valiente como para aceptar la verdad.

—Me confundes, Joseph y no quiero que lo sigas haciendo. Me follas y te quedas aquí, contándome de tu vida, besándome como si se te acabara el tiempo y abrazándome para dormir. ¡Si me vas a follar, hazlo y lárgate! ¡No te quiero aquí después del sexo! —gritó iracunda y tuvo una pequeña crisis de rabia, una que la obligó a contener las lágrimas para no romperse ante él.

Siempre míaWhere stories live. Discover now