32. Juegos y expuestos

Comenzar desde el principio
                                    

—No tenía planes —contestó Lexy.

—¿Ya conoces la ciudad? —preguntó Anne.

—No, es mi primera vez aquí —respondió Bouvier, avergonzada de su poca vida.

—¡Genial! —chilló Anne y le propinó un par de golpecitos en el muslo—. Te llevaré a recorrer el lugar, conozco una excelente zona para beber café y conozco el mejor salón de manicure de todo el mundo. ¡Te encantará!

Lexy se quedó callada, mirando a la emocionada mujer a su lado, esa que parloteaba sobre sus experiencias en la gran ciudad con naturalidad y la detalló con celos. Atraía la atención de todo el mundo y su cabello, que se sacudía con gracia al ritmo de sus movimientos, flotaba sobre sus hombros mágicamente.

Se concentró en la taza de café humeante que tenía bajo su nariz y en los pastelitos de coco que le habían ofrecido antes y de mala gana se engulló uno y levantó la vista al frente, donde se encontró con la picante sonrisa de Joseph Storni, ese que la miraba con apetito.

La desnudaba desde la distancia y sus ojos oscuros, pero realmente bonitos, eran los únicos que la admiraban, aún con la presencia dominante de Anne Fave a su lado.

Joseph se centró en ella y pronunció en silencio dos palabras que Lexy no logró comprender. No sabía leer labios y la verdad era que tampoco sabía leer entre líneas, y por más que anheló entender lo que Joseph quería decirle, no hubo caso y se tuvo que quedar con las ganas hasta la reunión en que se vieron forzados a sentarse juntos, codo a codo y a tomar apuntes con prisa.

La secretaria del señor Bustamante preparó una presentación y apagó las luces para que el proyector y sus imágenes se reflejaran en una pared blanca.

Lexy se atrevió a ir más lejos y a usar la oscuridad a su favor y metió su pequeña y escurridiza mano por la entrepierna de Joseph. Él se agitó con evidencia y algunas personas lo observaron con curiosidad por pocos segundos, para luego centrarse nuevamente en las diapositivas que la secretaria explicaba.

Los dedos de Lexy se apretaron al rededor del miembro de Joseph un par de veces y lo incentivaron de inmediato, marcando su excitación por debajo de la tela del pantalón oscuro que llevaba.

El hombre quiso jugar también y bajó la mano con discreción por su pecho, su barriga y la acercó a los muslos de Lexy para tocarla con descaro. Se metieron mano por debajo de la mesa, esa que reunía al menos cincuenta personas y se toquetearon por largos minutos.

El que más disfrutó fue Joseph, quien aprovechó de la falta de ropa interior y hundió sus dedos por la suave y húmeda vulva de Lexy. Acomodó su dedo índice en su clítoris y lo masajeó hasta que la joven se tensó en su posición y sus pies —descalzos— le acariciaron la pantorrilla con deseo, de arriba abajo y con lentitud, rozándole por encima de la ropa.

Las luces se encendieron de improviso y Lexy fue la primera que retiró la mano de la entrepierna de Joseph y las acomodó sobre sus apuntes, los que había dejado olvidado gracias a los dedos traviesos de su jefe. Tenía la respiración entrecortada y podía sentir las mejillas ardiendo, también su centro, ese que se hallaba a pocos roces de alcanzar el clímax.

Tomó un bolígrafo con prisa y a pesar de que estaba temblando y su caligrafía fue horrible, escribió:

"¿Qué me decías esta mañana? No pude leer tus labios".

Con disimulo hizo que Joseph leyera su escrito y cuando el hombre entendió sus palabras sonrió y la miró de reojo, soslayando evidenciarse ante tantas personas.

Una joven pareja de practicantes del departamento de finanzas debatió algunos minutos en voz alta y todos estuvieron atentos a sus palabras, fue entonces cuando Joseph aprovechó de responder a las dudas de Lexy mientras eso ocurrió, sus dedos continuaron hundidos en su vagina, acariciando su clítoris sin nada de cuidado.

"Eres mía".

Escribió con prisa y con una letra puntiaguda que a Lexy le pareció muy linda y masculina y, sin pensárselo dos veces, guiada por los dedos de Joseph, los que seguían tocándola con descaro, ella gimió un extenso y profundo:

—Sííííí...

Todos voltearon a verla y la miraron con grandes ojos, sorprendidos por su emocionada afirmación y su sobresaltada actitud, fue entonces cuando Joseph aprovechó de remover sus dedos desde el centro de la joven y aunque moría por lamérselos y saborear su delicioso sabor, tuvo que aguantarse las ganas para improvisar y salvar a Lexy de tan incómodo momento.

—Sí, mi secretaria está de acuerdo con su discusión, cree que invertir en zonas vulnerables sería positivo para mejorar la imagen de la empresa —dijo y carraspeó después para concentrarse mejor.

Un desagradable silencio se metió en toda la sala de conferencias y, no obstante, Joseph esperaba una mirada de desaprobación por parte del señor Bustamante —el gerente de la empresa— este se puso de pie y miró a Lexy con curiosidad.

—Me gusta cómo piensa, ¿señorita, señora? —preguntó Bustamante y admiró las mejillas sonrosadas de la joven.

—Señorita Bouvier —interfirió Joseph y lo miró rigurosamente.

Las personas a su alrededor cuchichearon en voz alta y Lexy tuvo la oportunidad perfecta para soltar el suspiro que tenía contenido. Se desarmó sobre la silla como un globo y las piernas le temblaron ante la exposición vivida.

¡¿Cómo era posible?! Se cuestionó en silencio, avergonzada por lo ocurrido.

Había llegado al orgasmo frente a sus compañeros de trabajo y casi se dejaba en evidencia por sus sucios juegos, los que empezaban a quemarla poco a poco.

En pocos segundos se convirtió en el centro de atención y se vio forzada a acomodar las manos encima de la libretita en que tomaba apuntes, donde se detallaban algunas líneas que no correspondían a la reunión, un secreto que debía ocultar para proteger a Joseph y a ella misma.

—Me gusta cómo piensa, Señorita Bouvier —repitió el gerente de la empresa cuando el cuchicheo se acabó y miró a Joseph con satisfacción—. La ha entrenado bien, Señor Storni —acotó con orgullo.

Los aludidos se miraron a la cara con pánico. Solo se habían dedicado a entrenar en cuatro patas, pensó Joseph, mirando a Lexy con ternura.

»Mis asesores y yo vamos a revisar la información y vamos a tomar una decisión —siguió el hombre, interrumpiendo los pensamientos de Storni—. Ya pueden ir a almorzar y tomarse la tarde libre. Mañana vamos a reunirnos a las nueve de la mañana y a comenzar con una pequeña evaluación para conocer el nivel general de la empresa —explicó y la mayoría de las personas cuchicheó de felicidad y se mecieron inquietos sobre sus sillas—. ¡Muchas gracias por venir, ha sido una mañana muy productiva! —despidió y miró a Lexy con ojo curioso, mientras la muchachita marchó fuera de la sala de conferencias cabizbaja, avergonzada por lo ocurrido.

Joseph no reparó en perseguirla y, sin embargo, sabía que estaba siendo observado por todas las personas que caminaban a su alrededor, buscando el restaurante o alguna entretención, no le importó y la persiguió hasta el tocador femenino.

Se tocó los dedos con impaciencia y esperó afuera, inquieto por hablar con ella.

Sabía bien que la joven se hallaba avergonzada y estaba en su deber decirle que todo había resultado de maravilla.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora