2 de noviembre de 1958

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Buenas noches, madre.

Anoche leí una frase que me dejó pensando: "Las señoras de verdad deben desnudarse cada noche para poder volver a vestirse cada mañana"

Supongo que lo lógico sería entenderlo en un contexto de sumisión y de dejar claro los deberes nocturnos que tenemos las mujeres con nuestros maridos o con los hombres en general. Pero, sin embargo, ayer elegí el camino de la revolución y le di una vuelta a aquella frase que posiblemente habría escrito algún hombre. Pensé en ella desde otro lugar, un lugar que yo no visitaba desde hacía mucho tiempo: Ese trocito del alma que a veces nos duele.

Soy una mujer que cada día debe de salir de su habitación con la mandíbula apretada y los puños cerrados. Caminar erguida y tener el ceño en tensión para que no se note que pueda haber algo que me haga sentir insegura, incómoda o débil. Siempre me enseñaron que para eso simplemente tenía que ser fuerte y mirar al frente a pesar de que la vida me pisoteara y eso me hiciera sentir mal.

Me enseñaron que una mujer de negocios no podía dejarse llevar por vaivenes relacionados con cualquier tipo de emoción. Pero es que ahora creo que si no soy capaz de darles a esas emociones el lugar que se merecen, no podré caminar erguida para siempre.
Así que he decidido desnudarme cada noche en una libreta para poder volver a vestir al día siguiente a la señora que todos han de ver de habitación para fuera y así darle la fuerza que necesita para apretar bien la mandíbula y los puños.

He decidido empezar este diario dirigiéndome a usted, madre. Sobre todo, para no sentirme tan sola. Quiero también imaginar, que allá donde esté, tiene la libertad de bajar un ratito cada noche para leerme, para escucharme. Como cuando dejaba todo lo que tuviera que hacer, fuese lo que fuese, y venía a mi habitación a contarme una de sus historias y a darme las buenas noches con su abrazo. Me parece increíble que la vida me acostumbrara tan rápido a dormirme sin su cariño, o más bien, sin el cariño de nadie. Así que he pensado que esta será la forma más curativa de sentir que la tengo aquí sentada a mi lado y charlando de nuestras cosas como hacíamos entonces.

He echado su perfume favorito por toda la habitación y he impregnado una vez más mi pañuelo de azahar. La tía Digna me descubrió que era su truco para la repostería y desde entonces llevo cada día un tarrito encima para olerlo cuando la ansiedad y la tristeza pueden conmigo.

Con usted lo podía compartir todo, madre. Y desde que se fue no lo hago con nadie. Por eso he decidido escribir. Para poder soltar todo lo que llevo dentro de alguna forma.

Hoy siento que el vaso se ha colmado de dolor y sin duda miro a mi alrededor y estoy más sola que nunca. Pero no se preocupe, ya que ahora me permito llorar de vez en cuando, sé que me ayudara a estar bien, soy fuerte. O eso es lo que dicen todo el rato en esta casa. Lo único bueno que se dice de mí, de hecho. O quizás directamente lo único que se dice de mí para así no sentirse nadie mal por encomendarme tantas responsabilidades. Y de verdad creo que tengo que serlo, porque si no estoy condenada a pasar mi vida pisoteada por algunos.

Pero aquí, en mi habitación y frente a este papel en blanco, pienso permitirme dejar de ser fuerte un ratito cada día para contarle mis miedos y mis anhelos. Y también mis errores. No se crea que lo hago con usted porque sé que ya no puede regañarme. De hecho, ojalá estuviera aquí para hacerlo. Le aseguro que tengo su recuerdo tan nítido que seré capaz de imaginar su voz dándome consejos o advirtiéndome que no voy por el camino correcto.

Lo hago con usted porque es la única que me supo escuchar.

Sé que no fui la niña de sus sueños, sobre todo de los de padre. A mí ya me gustaba el mundo de los hombres y pasaba de aquellos juegos de señoritas. Nunca fue conmigo tanta delicadeza. Aunque me impregné de su elegancia y ahora me he ganado el respeto de todos siguiendo sus pasos. Pero en el fondo siento que ninguna mujer de esta casa me considera una de ellas. Supongo que tiene que ver con lo de ser una mujer de negocios, que no son capaces de confiar en mí.

Un refugio infinito. Mafin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora