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El viaje a Sattle resultó tranquilo y cómodo para Candy, llegaron a la casa que apenas Terry había visto en algunas fotografías enviadas por Kim. Era una hermosa casa construida en 1959, al principio propiedad del mismo arquitecto que la construyó, y estaba llena de un mobiliario del mismo periodo, sofás sencillos con tapizados caros de lana en tonos apagados, estanterías bajas. El lago Washington a escasa distancia. En el salón había un ventanal que enmarcaba el agua, y al otro lado del comedor, un porche con mosquitera que ofrecía una vista más espectacular incluso: el horizonte urbano de Seattle a la izquierda y, justo delante, las montañas Olympic. Para Terry ofrecerle a Candy una casa tan cercana a un lago, desde la que podían contemplar la puesta de sol sentados, lo hacía sentirse feliz y satisfecho, porque era como traerle un poco de Lakewood y de su añorada casa de la infancia.

Antes de salir de Nueva York Terry también había hecho todos los arreglos para que Dorothy pudiera trasladarse desde Chicago. Él no pudo más que regodearse consigo mismo cuando vio el rostro de Candy iluminarse cuando descubrió a la buena mujer parada en la puerta con una maleta en la mano. Cuando Terry recordaba ese momento no podía más que sonreír tanto como ella al sentir el dulce abrazo de la Nana. Llevaban apenas unos días instalados en aquella hermosa casa y la vida doméstica no era más que placentera al menos para ella que se sentía dichosa de estar en compañía de una persona que significaba tanto y a quien amaba entrañablemente.

Entre ellos pasaba algo distinto, desde que salieron de NY él se había comportado con la misma cordialidad de siempre, también continuaba siendo protector y cariñoso, pero no volvió a compartir habitación con ella. Sin dar mayores explicaciones él se instaló en una pequeña recámara de la casa dejándole a Candy la principal y más cómoda. Ella no se sorprendió por su decisión, ni siquiera protestó ya en el departamento, lo había hecho cuando él se empeñó en seguir durmiendo en la salita de televisión, de forma instintiva Candy decidió no discutir ni presionarlo, le dio el espacio que creyó él necesitaba para sí.

Candy no se daba cuenta, pero en los pocos ratos que Terry pasaba en la casa él vivía una verdadera agonía viéndola pasearse con la manta de yoga vestida con apenas unos leggins de ejercicios y un pequeño top que sólo cubría sus senos y dejaba expuesto el vientre enorme que ya lucia. Él se embelesaba con su imagen hermosamente redondeada y voluptuosa, sintiendo en varias ocasiones el impulso de acercarse a ella tomarla en sus brazos, llevarla a la habitación para hacerle el amor. Ella formaba a una mujer que despertaba la pasión, pero también infinita ternura sabiéndola, cargando a su hijo. Desde el principio, él no tuvo dudas de su paternidad, pero esperaban los resultados de la prueba de ADN practicada en Nueva York por sugerencia del abogado antes de partir a Seattle. Eso les daría la seguridad legal que necesitaban para sortear las pretensiones tanto de Archibald como de William. Terry ni siquiera había puesto sobre la mesa el tema del matrimonio, no deseaba una nueva discusión con Candy. 

Una de esas tardes en la que se encontraba en la cocina pelando algunas verduras para la cena junto a Dorothy la nana por fin se atrevió a preguntarle que le estaba pasando. La mujer la había notado preocupada y algo ausente en algunos momentos del día. Físicamente Candy no podía estar mejor, aunque no tenía el mismo espacio abierto de Lakewood para dar largas caminatas, ella se ejercitaba todas las tardes replicando las pocas clases de yoga materno que había recibido en Nueva York, y se mostraba feliz y plena disfrutando de su embarazo, pero, por otro lado, se percibía que el distanciamiento con Terry la afectaba. Candy apenas le comentó lo sucedido con él y su propuesta de matrimonio y la tensión posterior. Pero como una mujer que ha vivido lo suficiente Dorothy sabía que ese escollo en la recién retomada relación de ellos no iba por buen camino.

—Mi niña ¿tú y el señor Granchester han vuelto a hablar de lo sucedido?

—Nana, no le digas señor Granchester, puedes llamarlo Terry... y no hemos podido volver a hablar, ni siquiera me atrevo a tocar el tema.

QuédateWhere stories live. Discover now