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Terry sonrió lentamente cuando despertó y la sintió a su lado. No se imaginaba haciendo aquello con nadie más. No se imaginaba mirando a ninguna otra chica de la forma en la que él la miraba a ella. ¿Estaba enamorado? Finalmente, por primera vez enamorado, no lo sabía. Pero se sentía muy bien despertar y que aquel hermoso rostro fuera lo primero que viera en la mañana. Nunca había deseado tanto a nadie. Nunca había tenido a otra persona pegada así y había sentido la necesidad de que estuviese aún más cerca. La deseaba más que el miedo que le daba perderla. Dejó escapar el aire que había estado conteniendo en sus pulmones en un suspiro profundo, y se levantó cuidando de no despertarla. Fue hasta el baño y cuando salió llamó a conserjería para pedir el desayuno a la habitación. No sabía que podría apetecerle a ella, así que pidió de todo un poco, croissants, frutas, huevos, algunos embutidos, quesos, jugo de naranja, té, café. Se aseguró de que lo subieran en una hora. Luego se acercó la cama, y rió divertido al ver el pequeño pie de Candy que se escapaba de las sábanas con las que estaba cubierta. Maldita sea estoy perdido, pensó.

Hasta este momento Terry ignoraba que se podría llegar a conocer a alguien a través de la piel, del deseo, del sexo y del placer. Siempre pensó que el amor debía de comenzar de otra forma, la más convencional, conocer a alguien, salir y enamorarse, sexo. Pero ellos habían pasado de conocerse apenas al sexo, uno excitante y muy placentero a algo más que él no sabía definir, pero se parecía mucho a lo que todos llamaban amor.

La acariciaba con la mirada, pero deseaba más tocarla, probarla, hundirse en ella. Candy era más que un paréntesis en su vida, estaba seguro, y eso le aterraba. Sin poder contenerse más, se subió a la cama, se quitó el pantalón del pijama quedando sólo en bóxer, y comenzó a acariciarla, desde los tobillos, subiendo por sus piernas, muslos, ombligo, abdomen, sus senos, su hermoso y delicado cuello. Ella despertó bajo el asombro de aquella incursión de caricias mirándolo a los ojos, con aquellos luceros color jade muy abiertos, resplandecientes y cristalinos. Le rodeó la cintura con las piernas, y le dio todo el acceso a su viril miembro duro y erecto, ella se arqueo en respuesta a la profunda penetración. Candy no dejaba de detallar la expresión de él mientras se hundía en ella, gimiendo con la fuerza de cada empuje, era tan intenso que ella sintió la necesidad de aferrarse con su boca, con sus dientes en uno de los anchos hombros de Terry, mientras además clavaba sus uñas en su espalda. El placer abrazándolos a la vez y gemidos ahogados por besos. Terminando con las piernas enredadas y el cansancio envolviéndolos, con todas esas palabras atascadas en la garganta que ninguno de los dos se atrevió a pronunciar.

—Buenos días, te ves hermosa —Candy estaba totalmente sonrojada y la cabellera revuelta. —pedí el desayuno, vendrá pronto.

—Gracias.

El teléfono de Candy comenzó a sonar en el justo momento en que ella se acercaba a Terry para besarlo en los labios. Se quedó congelada esperando a que el aparato se callara, pero no sucedió. Continuaba vibrando una y otra vez insistentemente, ella bajó la mirada avergonzada. Él le tomó la barbilla y le dio un beso en la frente.

—Contesta.

Candy tomó el aparato, miró la pantalla, y se lo mostró a Terry.

—Es Karen, la esposa de William.

—Contesta, por mí no te preocupes, iré a darme una ducha.

Candy suspiró, y atendió la llamada. Mientras lo hacía se movió por la habitación buscando una bata, halló una en el sofá, se vistió con ella, y salió a la terraza para hablar en privado.

—Candy, me escuchas...

—Hola Karen, te escucho.

—Linda ¿estás bien?

QuédateWhere stories live. Discover now