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Candy ignoraba que las cámaras de seguridad de la casa la siguieron desde que salió de la habitación hasta entrar a la oficina de su hermano, las ignoró porque llevaban años allí, ya todos se acostumbraban a ellas, así que su incursión husmeando entre los papeles y asuntos privados de su hermano quedaron registrados. De nuevo en su habitación comenzó a sacar de su armario algo de ropa, no llevaría una maleta muy grande por el peso sin importar que sólo tuviera que arrastrarle por todas partes. Su mente estaba nublada, así como sus ojos estaban nublados por las lágrimas. Sus sentimientos eran de rabia y decepción se preguntaba cómo alguien a quien amaba tanto podría traicionarla así, porque sí, se sentía traicionada por William, traicionada en su confianza y en su amor. Él era su héroe, su única figura paterna, su ángel de la guarda, al fin y al cabo al único padre que conocía realmente.

Mientras colocaba sus pertenencias en la maleta no hacía más que pensar en qué hacer y a dónde ir porque su primer impulso fue el de correr de regreso a Lakewood, pero inmediatamente después una figura se atravesó en su mente, Terry. Pero se sentía además de frustrada y enojada, muy insegura, Terry no tenía porque cargar con un asunto familiar, pero por otro lado estaba el hecho de que él era el padre de su hijo y eso lo convertía en una persona con un alto interés en el tema, sobre todo en lo relacionado con las intenciones de William de solicitar una tutela que se extendía hasta la criatura en su vientre. Así que con dudas o sin ellas el único sitio seguro lejos de William, era Nueva York, y el departamento de Terry.

Se sentó en la cama junto a la maleta y el estropicio que creó con ropa, lloró, tras contenerse dejó que las lágrimas salieran a prisa y violentamente desde sus ojos con tal fuerza que estremecía todo su cuerpo, y sus hombros ondeaban con los sollozos. Tomó su celular para llamarlo, además de necesitarlo había surgido en ella una especie de anhelo urgente por escuchar su voz. Después de varios segundos esperando en la línea cerró la comunicación, Terry no contestaba, así que pensó que debía estar muy ocupado con sus propios asuntos. Volvió a cambiar de opinión, para ella en ese momento estaba bien volver a Lakewood con Dorothy, allí se sentía segura y querida, al lado de la mujer que prácticamente la había criado. Entonces se limpió las lágrimas y salió de la habitación arrastrando la maleta y colgándose una pequeña mochila con más cosas personales. Recorrió de nuevo el pasillo de los cuartos sin detenerse hasta llegar a las escaleras, hizo un esfuerzo y levantó la valija, allí fue interceptada por un empleado.

—¡Señorita Candy, por favor, permítame!

Ella soltó la maleta y permitió que el empleado la llevara.

—Gilbert sabes a dónde está Georges —Candy había pensado en salir de la casa pero no huyendo de forma clandestina, pensó en Georges como en la persona a la que le podía revelar sus planes, dejarle en claro por qué se iba de la casa.

—No está señorita, acompañó a los señores Ardlay al evento que tenían esta noche.

Candy suspiró profundo. Pobre Georges, pensó, siempre como un perro guardián de su hermano.

—Deja la maleta en el vestíbulo iré a la habitación de Dorothy.

Observó brevemente como el empleado se perdía entre el pasillo para hacer lo que ella le había pedido, así que corrió en dirección a las habitaciones de los empleados, pero contrario a lo que pensó, Dorothy no estaba durmiendo, aún estaba en la salita de esparcimiento de la servidumbre conversando y tomando té con otras empleadas.

—¿Mi niña acaso necesitas algo? —preguntó la buena mujer apenas la vio entrar. Aunque Candy trató de simular un mejor estado de ánimo para entrar al lugar, fue muy evidente que Dorothy notó que estaba desmejorada.

—¿Podemos hablar?

—Claro mi cielo, vamos a tu habitación...

—No, vamos a la tuya Nana, no quiero que ni William ni Karen nos interrumpan si acaso llegan a la casa.

QuédateWhere stories live. Discover now