—No son ni las ocho de la mañana y tú ya te quieres divertir —musitó sobre su boca y le mordió el labio con fuerza.

La chica gimió bajo su cuerpo y sus manos bajaron para recorrer la curva de su desnudo trasero, todo para empujarlo contra su entrepierna húmeda.

»Dime lo que quieres —jadeó sobre su boca, otra vez mordiéndola, pero en esa oportunidad, enterró sus dientes con más fuerza en su delicada piel.

La joven respondió con un gemido que se opacó con un ahogado suspiro y que nunca había vivido algo tan intenso, algo tan profundo que la hiciera perder la cabeza de ese modo.

—Quiero tenerte adentro —jadeó Lexy y se sonrojó al reconocer su oscuro deseo.

—Ya estoy adentro, linda —dijo y su estómago se llenó de sensaciones que lo embrollaron.

—Más a-adentro —pidió ella y Joseph le dedicó una monería de desconcierto—. Fóllame duro, Joseph, lo necesito —soltó por fin y sintió alivió cuando dijo las palabras mágicas.

Él también lo necesitaba —mucho más que ella—, solo que estaba intentando controlarse antes de explotar en su interior, antes de perderse en el bamboleo de sus caderas y la humedad de su apretado coño.

Obedeció por fin y se hundió en ella hasta que Lexy gimió dolorida y empezó a follársela con violencia, usando una sucesión de movimientos que sacudieron por completo la cama en la que se hallaban abrazados. La joven dejó caer los brazos a cada lado de su cuerpo y abrió la boca mientras recitó palabras incoherentes que excitaron a Joseph aún más, empeorando la cosa.

El hombre cerró los ojos y es que le costaba trabajo contenerse sí seguía mirándola a la cara. Tenía el rostro más angelical del mundo, un rostro de niña buena, pero que jadeaba y gemía al ritmo de sus embestidas, pidiendo más y más.

Se detuvo cuando entendió que no estaba listo para correrse, quería verla en cuatro patas antes de desayunar y quería comerle el culo hasta correrse sobre su nívea y delicada piel.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, fastidiada, y es que casi llegaba al cielo.

—En cuatro —exigió y se arrodilló en la cama para quitarse el condón.

Lexy lo miró con desconcierto, pero luego recordó lo ocurrido en la alberca.

La joven se levantó con timidez y gateó por la cama por igual, acomodándose frente a él con mucha vergüenza.

Las manos de Joseph la cogieron por la cintura y con un fuerte movimiento la acercaron a él, a su cuerpo y miembro erecto. Recorrió su trasero un par de veces y admiró la hermosa imagen que tenía ante él.

Parecía un fino corazón, redondeado en las puntas y con un final perfecto que desaparecía en la delicada forma de su vagina, esa que lo esperaba húmeda y fogosa.

Se hundió en ella con lentitud y contuvo la respiración cuando su mullido interior lo recibió con un apetito singular. Su coño se apretó a su alrededor y perdió la cabeza para empezar a embestirla con la misma violencia anterior, creando ese característico sonido de sus cuerpos por toda la habitación.

Pero Lexy no lo disfrutó y Joseph lo notó cuando la joven se cubrió el rostro con las manos, ocultando sus muecas de dolor.

—¿Te duele? —preguntó y se detuvo para tocarle la espalda, para acariciarla con suavidad. Ella asintió conforme un par de veces, aún escondida detrás de sus dedos—. Muévete como tú quieras, linda; muévete tú, soy todo tuyo —expresó y el corazón se le aceleró diez veces más.

Su egoísmo quedó en el olvido y dejó que Lexy guiara el camino. Tenía todo a su favor: la tenía en cuatro patas, tanto como deseaba y la tenía a ella tomando el control y eso lo turbaba.

La joven le tomó la palabra, no sin antes titubear un par de veces y, tras separar las piernas, se movió a un ritmo que al principio le pareció desabrido y, poco a poco fue buscando su propio goce. Se apoyó en sus antebrazos y codos para coger mayor velocidad en sus movimientos, soltó las caderas y buscó sentirse más llena con cada roce que fue estimulándolos por igual.

—Así, linda —jadeó Joseph, admirándola desde su posición.

Tenía la primera fila y disfrutaba de dicho espectáculo con una sonrisa dibujada en la cara, viendo cómo se hundía en ella una y otra vez, en un ritmo que no parecía tener un fin.

La joven se soltó transcurridos algunos minutos y si bien nunca dejó de moverse alrededor del miembro de Joseph, se estiró por el colchón, usando sus brazos y entregándole un mejor enfoque de su delicado cuerpo al hombre que seguía aguantando las fuertes ganas de correrse.

Le tocó el trasero con delicadeza mientras ella seguía estrellándose contra el hueso de su pelvis a un ritmo que la llevó al clímax y cuando por fin acabó, se echó a reír con tanta gracia que Joseph tuvo que propinarle una fuerte nalgueada para controlarla.

Una segunda y tercera nalgueada llegaron para despertarla y fue entonces cuando Joseph la sintió tan húmeda que tuvo libertad para continuar a su manera.

Clavó sus dedos en su cintura y la sostuvo con firmeza para embestirla tan rápido que el cuerpo y los senos de la joven se sacudieron a un ritmo que le parecieron asombrosos. Se la folló con tantas ganas que se le cayó la saliva encima de su espalda y explotó junto a ella, en un orgasmo que los hizo flotar en un cálido mar bajo un cielo despejado.

Joseph abandonó su húmedo interior para correrse en su trasero y se rio excitado cuando todo su semen manchó la rojiza piel de su culo. Roja de seguro por las nalgueadas que antes le había dedicado y por todo el frote de sus cuerpos.

Antes de que la muchacha pudiera escapar, y aún con el orgasmo recorriendo su cuerpo, la abrazó por la cintura y la pegó a su cuerpo, dejándose caer con ella en el centro de la cama.

Rozó su nariz por la piel de su espalda, con los ojos cerrados, reconociendo su húmedo cuerpo que se adhería al suyo con complacencia. Besó su fino hombro y aspiró su inolvidable aroma para encontrar calma entre sus pasmosos brazos.

—Eres mía —musitó en su oído y le comió toda la oreja, hundiendo su lengua en su interior y chupándole el lóbulo.

La joven gimió en respuesta, extenso y suave, y respondió entre sofocos un veraz: "Sí, soy tuya".

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora