—¡Quédate quieta, Lexy Antonieta Bouvier! —gritó y la obligó a detenerse en su escape.

Se quedó paralizada ante los gritos del hombre y, sin embargo, en su vida normal se hubiera asustado por el tono de voz que el hombre había usado, estaba maravillada y flotando entre nubes al comprender que Joseph no había olvidado su nombre, al contrario, lo recordaba y a la perfección.

Se plantó ante ella y la obligó a acercarse a su cuerpo, usando un bruto, pero rico movimiento y Lexy lo miró a la cara con valentía, por fin un poquito más atrevida.

—Te llamo linda porque me pareces linda —reveló sincero y la miró con furor—. Sé cómo te llamas, se dónde vives y creo que empiezo a saber quién eres. —Le acarició el cabello con su mano libre y le besó la mejilla con dulzura, beso al que Lexy respondió con una linda risita.

Quiso besarla y fundirse en su boca con entusiasmo, pero la puerta de la cocina se abrió y su hermana ingresó junto a una segunda chiquilla que se sorprendió con lo que veía.

Lexy se sintió incómoda e intentó liberarse de los brazos de Joseph, pero él no la dejó escapar y la retuvo mientras su hermana y su amiga elegían vasos limpios para llevar.

—Tenemos algunas cosas para comer, ¿quieren venir? —preguntó Emma, ocultado la emoción que sentía de ver a su hermano con una mujer.

—No, estamos bien —contestó Joseph y miró los platillos que Lexy había preparado antes.

—Hola, Joseph —saludó la muchacha que acompañaba a Emma y le sonrió coqueta, ignorando la presencia de Lexy.

—Hola, María Ignacia —respondió él por cortesía.

—¿Y cómo estás? —insistió la jovencita.

—Está muy bien —interrumpió Emma y le dedicó un pequeño empujoncito para llevarla afuera—. Pero está ocupado. Vamos, las chicas nos esperan —exigió y con un movimiento de su cabeza le indicó la salida a María Ignacia, quien parecía embrujada por la presencia de Joseph.

Una vez a solas, Joseph tomó el poder otra vez de la conversación y le explicó a Lexy sobre un lugar agradable y fresco en el que podían comer y conversar.

El verano estaba cerca y se hacía sentir con fuerza, obligándolos a buscar frescura.

Lexy accedió a la idea de Joseph y cogió un botellín de jugo natural para seguirlo en el camino que los guiaría hasta el exterior de la propiedad. Eligieron un camino alternativo y Lexy se quedó boquiabierta ante la gran vista que el hombre tenía a su favor.

En una despejada terraza en el tercer piso de la elegante propiedad, una mediana piscina hermoseaba el lugar y la luz de la luna se reflejaba en sus limpias aguas. Junto a ella, una hamaca tentaba a Lexy de perderse en ella y un juego de sillas le brindaba comodidad para comer bajo el tintineo de las estrellas.

Como siempre, Storni se comportó como un caballero y tras ver a Lexy cómodamente sentada, le ofreció el sándwich que ella misma había preparado y le sirvió una copa con jugo fresco.

Se sentó frente a ella, ansioso de verla comer y maravillarse con sus monerías, esas que empezaban a pasmarlo por entero y guio el momento con una agradable charla que se enfocó en escarbar un poco más en el pasado de Bouvier. Hablaron entonces de los años de universidad y las carreras que la joven había elegido y luego abandonado, donde se mostró disconforme con su pasado, su presente y su futuro.

—No deberías sentirte así —dijo él.

—¿Así cómo? —preguntó ella, asombrada.

—Disconforme de tu vida —respondió.

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