Pero el entusiasmo de la chiquilla era falsa cara a lo que de verdad sentía. Estaba ansiosa y nerviosa. Se sentía tonta, torpe y estaba segura de que iba a decepcionarlo.

El hombre parecía tener el control y ella no era capaz de seguirle el ritmo, no como anhelaba hacerlo.

Intentó relajarse un par de veces, pero se asustó de lo excitada que estaba. Nunca se había sentido así.

Gemía en cada contacto y se le hacía imposible contener su acelerada respiración. Aunque no llevaba ropa interior, podía sentir la humedad de sus líquidos por su entrepierna y una angustiosa necesidad de tocarse y pellizcarse los tensos pezones.

Joseph la guio con un suave movimiento hasta la cama, un movimiento que ante los ojos de Lexy fue romántico, pero no así para Storni, que se sentía en desventaja en aquello que aún no conocía bien, pero que quería aprender para satisfacerla a ella.

Solo a ella.

"Cuidado con lo que deseas, vaquero". —Molestó su conciencia, refiriéndose a aquello que Storni buscaba descubrir, un sentimiento al que le temía.

—No tengo miedo —respondió sin ser consciente de que lo estaba haciendo en voz alta y paralizó a Lexy en sus movimientos sensuales, esos de lo que no era sensata.

—¿De qué hablas? —jadeó la muchacha y se levantó en sus codos cuándo se descubrió tendida sobre la cama y con el largo pijama anudado en las caderas.

Storni se quedó mudo, mirándola con confusión.

—No es nada —dijo y apretó los dientes al comprender lo lejos que había llegado—. No es nada —repitió y se recostó sobre su cuerpo.

Lento al principio, emparejando sus cuerpos encima de la cama, cuidando de no aplastarla. Lexy lo abrazó con los muslos, anhelante de que el contacto fuese constante y curvó la espalda cuando su erección le rozó en lo más profundo de su cuerpo.

Con timidez recorrió su gruesa espalda y subió sus manos por su cuello, deseosa de tocar su cabello.

Se besaron y rozaron hasta que Lexy se sintió acalorada y, con una valentía no muy propia de ella, le pidió a Storni que se quitara la ropa y que la desnudara de una vez. Estaba cansada de esperar, estaba harta de no pertenecerle a nadie y, aunque seguía entendiendo que al otro día iba a estar muy arrepentida y dolorida, se entregó de una vez y olvidó todo aquello que la inhibía.

El magullado cuerpo de la muchacha fue un problema a la hora de quitarle el ajustado pijama y ansioso por sentir su cuerpo contra el suyo, Joseph rasgó la prenda con sus manos, usando ese salvajismo que se encendía solo cuando estaba cerca de ella.

Lexy se rio a carcajadas y se relajó sobre el colchón acorde Joseph rompió la tela de la ropa y todo para encontrarse con su desnudez. Suspiró extasiado cuando tocó su abdomen con la punta de sus dedos y ascendió por su pecho y su centro, intercalando miradas con su cuerpo y sus verdosos ojos.

Tocó sus pechos por fin y sonrió conforme al entender que eran mucho mejor de la forma en que los había imaginado. Lexy se acercó para besarlo y gimió entre sus labios.

Le gustaba escucharla jadear de manera tan natural. La sangre le hervía en las venas y un calor se repartía por todo su cuerpo.

Se arrodilló frente a ella para frotarse contra su cuerpo, contra su entrepierna y todo para aliviar el dolor que sentía en la punta de su miembro, ese que empezaba a incomodarse en el oscuro encierro.

Lexy se sentó en el centro de la desarmada cama y se quitó la prenda destrozada con lentitud, cuidando de no rozarse las heridas provocadas por Esteban y, no obstante, quiso pensar en él, en ese amor que alguna vez había creído sentir, el deseo que sentía por Joseph Storni nubló todo sentimiento de culpa y de remordimiento.

—Estoy lista —dijo y Joseph se jaló la sudadera negra que llevaba con un fuerte tirón.

Lexy jadeó y apretó las manos con fuerza al encontrarse con su cuerpo desnudo y perfectamente vigorizado, conteniéndose del hambre excesivo de sexo que sentía.

Joseph se abalanzó sobre ella, semidesnudo, listo para continuar, para recorrer su cuerpo con su boca y para hundirse en su intimidad con su lengua. Quería besar su centro hasta que sus líquidos inundaran sus papilas gustativas, quería saborearla y conocerla, anhelaba comérsela.

—Joseph... yo no me cuido —interfirió ella y Joseph se quedó quieto, observándola con tranquilidad.

—No te preocupes por eso, linda —solicitó y se acercó a su boca para besarla con lentitud.

Lexy se entregó otra vez, sentada en el centro de la cama, con Joseph encima de su cuerpo, dominándola tanto como ella quería.

El hombre la obligó a recostarse en la cama, La empujó con lentitud por los hombros; bajó por sus senos y terminó en su abdomen; masajeó el mismo con suavidad y repletó su cuerpo entero de múltiples escalofríos que la dejaron derrotada y tendida entre las sábanas de Joseph Storni.

El hombre se acercó a su boca para moldear sus labios a los de ella, mientras sus manos la tocaron con complacencia. Sus labios recorrieron su mentón y su cuello; jugaron con sus senos y viajaron hasta su centro y hasta el final del camino.

—Así es como te quiero —exigió él y le abrió las piernas con fiereza.

Las pegó contra el colchón, dejándola expuesta ante él.

Las mejillas le quemaron, pero la chiquilla se controló y se recostó en la cama, mirando al techo y con un dominante temblor en su mentón. Los dientes le castañearon algunas veces, pero abrió bien la boca para no ridiculizarse con tan particular sonido.

—¡Oh, por...! —jadeó cuando la boca y la barba de Joseph se metieron en su intimidad y se quedó sin aire y sin palabras cuando su lengua se hundió hasta el final.

Gimió cuándo lo sintió rozando su interior y cuando sus labios chuparon su clítoris con poca moderación.

Era la primera vez que iba tan lejos con un hombre y, sin embargo, siempre había creído que el sexo oral sería algo asqueroso y sucio de practicar, se quedó extasiada cuándo llegó al orgasmo con tanta facilidad que, se retorció sobre las sábanas, libre y despreocupada de tanta porquería que la acomplejaba.

Quiso más cuando Joseph abandonó su coño húmedo para lamer su pelvis y repartir besos por su abdomen; quiso más cuando se levantó en sus codos para admirarlo desde su posición y anheló tenerlo siempre cuando sus miradas se encontraron y se rieron al unísono, prisioneros de ese mundo al que juntos habían caído.

—Joseph —jadeó y se rindió otra vez sobre la cama, gozando de la lengua del hombre.

El aludido se quedó sorprendido de lo armonioso que sonaba su nombre desde sus labios y de lo mucho que aquello lo excitaba.

Se montó sobre ella otra vez y le devoró la boca con hambre, con ese apetito que, por primera vez sentía.

Ella respondió a sus besos de la misma forma, arrastrándolo en un bamboleo poderoso que producían sus caderas, mientras se acompasaban a un ritmo natural, un ritmo que los tenía exasperados y al límite de ir más lejos, pero ninguno era capaz de dar el siguiente paso.

Siempre míaWhere stories live. Discover now