6. Debajo de la mesa

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Temblaba sin control. Seguía sin procesar lo que había escuchado desde la boca del hombre.

Joseph dejó caer el auricular del teléfono encima de su escritorio y, cabreado con tanto enredo, abandonó su oficina con ferocidad. Caminó ando con un feroz paso hasta donde el escritorio de Lexy se hallaba establecido, junto a una amplia ventana que exponía parte de la ciudad como un decorativo fondo.

—Señorita Bouvier, ¡la tecla amarilla sirve para transferir un llamado, una vez que presiona la tecla amarilla, usted cuelga! —regañó con un tono de voz alto y tosco.

Las pestañas de la chica se batieron muchas veces, tantas que Joseph perdió la cuenta.

—Lo-lo siento, señor, yo jamás había usado algo ta-tan moderno —titubeó ella y alzó la mirada para perderse en sus oscuros ojos—. Lo siento —repitió al borde de las lágrimas.

—¡¿Podría dejar de decir qué lo siente?! —preguntó él, cabreado y furioso.

Aunque en el fondo estaba muy avergonzado.

"¿Cuál es su maldito problema? ¿Acaso no tiene otra respuesta?". —Traveseó su conciencia, la que estaba harta de oír las repetitivas disculpas de la jovencita.

La reacción de Lexy fue de lo peor. Ante los gritos de Storni, su jefe, alzó las manos hasta su rostro y se cubrió la frente y parte de su cabeza, donde se mostró histérica y asustada.

Reveló por fin y en su primera semana de trabajo, su verdad y Joseph ya no pudo dudar sobre los maltratos de Esteban, el futuro esposo de la chiquilla.

—Debería ir con la policía, señorita Bouvier, antes de que la cosa se ponga peor, no es normal que su cuerpo reaccione así ante un simple grito —contestó Joseph, quien se contuvo de parecer débil o afectado por el dolor ajeno—. Vaya a lavarse la cara y tómese un vaso de agua bien frío —pidió.

Lexy lo miró con desconfianza y se sintió ofendida ante sus consejos. ¿Por qué le importaba? ¿Cuál era su maldito problema?

—Sí, señor —musitó avergonzada y se levantó de la silla, con las piernas temblorosas.

Caminó un par de pasos, todo bajo la curiosa mirada de Storni, quien poco a poco se sentía más frustrado respecto a Lexy y sus atemorizadas actitudes, las que le advertían lo afectada que se hallaba por culpa de los malos tratos de su novio.

—Relájese —pidió él.

—Gracias, Señor Storni —contestó con timidez y el aludido negó, riéndose de lo insegura que la chiquilla le parecía y como aquello le gustaba, lo seducía y embrujaba.

Lexy usó de su tiempo libre para encontrar un poco de paz y tras beber una gaseosa de naranja, se encerró en el cuarto de baño para empleados, donde se quedó de pie frente al espejo, admirándose en silencio durante largos minutos.

Tenía oscuras ojeras bajo sus ojos y, no obstante, las había disimulado bien con un corrector y maquillaje, ella podía notarlas, marcándose por encima de sus pómulos. El cabello corto que le caía por las mejillas estaba lacio y opaco, tanto como su juvenil piel, la que últimamente parecía más gris que nunca. Se pellizcó las mejillas un par de veces, intentando conseguir una tonalidad más rosada, pero por más que lo intentó, siguió tan pálida como siempre.

No fue consciente del tiempo ni del lugar en el que se hallaba y fue sorprendida por una sonriente jovencita que ingresó al cuarto de baño y la observó con exceso de curiosidad.

—¿Eres nueva? —preguntó la recién llegada y se acomodó a su lado para ordenarse el cabello con los dedos.

—Sí, esta es mi primera semana —respondió Lexy, dibujando una sonrisa falsa en su rostro.

Siempre míaWhere stories live. Discover now