XXXVII

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02/07/1982
[13:33 p.m.]

𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 2/2

Miré a las dos veredas, para ver de qué lado vendría Michael. No quería estar tanto tiempo bajo el sol.
   Había quedado uno que otro charco por la vereda, por la lluvia del día anterior.
   Me pregunté cómo había cambiado tan rápido mi vista de mi alrededor. Ahora lo veía más... tranquilo y encantador.
   Antes lo veía abrumador y... de alguna forma, algo inquietante y algo más que no podía describir. Pero era horrible.
   ¿Tanto había cambiado Michael en mí? Me daba la confianza de hasta hablar del tema de mi hermano con él. Pero no quería que me vea de la misma manera que Jazmín y Jacob. No quería perderlo, no a él.
   Decidí recostarme por un árbol. Mientras veía a la gente pasar.
   ¿Y si lo llamaba por teléfono? Pero, ¿y si ya estaba viniendo?
   Supuse que, como su hogar quedaba algo lejos del mío, obviamente tardaría más.
   Un atisbo de esperanza apareció en mis ojos cuando escuché el sonido de las ruedas de un skate. Miré hacia la vereda que quedaba detrás mío.
   No era Michael.
   Un tipo que no conocía pasó de largo, sin preocuparse si se caía mientras tomaba su refresco en lata.
   Suspiré, volviendo a recostar mi espalda en el árbol.
   —Buh —escuché detrás mío. Me sobresalté en un poco y miré hacia ese lado.
   Michael sonreía mientras sostenía su patineta nueva (que en realidad la robó) con su brazo derecho.
   —¿Desde cuándo viniste? —pregunté.
   —Desde hace unos minutos. Pero no quería arruinar lo tranquila que parecías apoyada en el árbol.
   —Pensé que me dejarías plantada.
   —No pienses eso. Nunca pasaría —dijo, mientras tomaba mi mano—. Vamos.

Llegamos al parque. No había tanta gente como la vez que había ido con Emma.
   Había, mínimo, cuatro adolescentes. Que se animaban a pasar por los charcos con sus patinetas.
   —Uy, que ganas de hacer eso —dijo Michael, caminando hacia aquella zona.
   Seguí a Michael, sin soltar nuestras manos. Llegamos y él me dirigió la mirada.
   —¿Tú te animas?
   —No —admití. No quería ensuciarme—. Si quieres, puedo mirarte desde aquí.
   —Sólo cinco minutos. Luego iremos a un lugar que esté seco, para que podamos practicar skate juntos —me guiñó un ojo y soltó mi mano. Caminó hacia allí y luego se subió al skate. Para empezar a andar.
   Miré a mi alrededor, por su había una banca vacía para que pueda sentarme.
   Cerca había una hamaca, o sea, en la zona donde estaban jugando los niños. No quería irme hasta allí, así que busqué un lugar en el suelo que estuviera limpio y seco. Había uno a unos pasos de mí, así que caminé hasta allí y me senté, con mis piernas cruzadas.
   Michael andaba muy bien en patineta. De vez en cuando hacía una pirueta con su skate, que si yo lo hacía, probablemente me caería de cara a suelo.
   Apenas sabía cómo mantener el equilibrio.
   Me fijé en los otros cuatro chicos. Había un adulto, probablemente de unos veinti y algo de años. Había un castaño que parecía un año mejor que yo. Y los dos eran Mark, y... Casi se me había puesto la sangre helada al ver a Frederick allí. Por suerte, mi vista me había engañado.
   No era Frederick. Era uno de los gemelos de nuestra clase. No sabía si era Adán o Javier. Eran idénticos, ¿acaso sus padres no tenían problemas con eso?
   Michael y Mark comenzaron a hablar. En una parte de su conversación, el castaño me señaló. Y Mark me dirigió la mirada, luego miró a Michael nuevamente.
   Y comenzaron a andar en skate una vez más.
   Me pregunté cómo sabría yo o Afton cuándo pasarían aquellos «cinco minutos».
   Suspiré, y sentí una gota de agua en la punta de mi nariz.
   Noté que las nubes se amontonaban nuevamente. Miré a Michael, éste ni siquiera mi había notado. Ya que se estaba riendo de Adán... o Javier, ya que éste se había caído de espaldas a un charco. Seguramente había pensado que era solamente agua, y se llevó un viaje hasta el suelo al notar que era solamente barro.
   Sentí otra gota. Ahora en la cabeza.
   Supuse que estaba lloviznando. Así que me levanté y caminé hacia Michael, para avisarle de aquello. Justamente cuando pise la primera escalera para bajar, las gotas empezaron a caer más de seguido.
   Michael lo notó y me miró. Dejó de andar en su patineta y se me acercó.
   —¿Ya nos vamos? —preguntó, algo desanimado.
   —Ha comenzado a llover... Así que sí —dije.
   —Aah... Bueno. Vamos —tomó mi mano y nos alejamos de allí caminando.
   Caminamos y llegamos a la vereda. La lluvia comenzó a caer más fuerte. Michael apuró su ritmo de caminar... Pero yo no.
   Notó ésto.
   —¿Qué pasa? —dijo.
   —Caminemos despacio. Quiero disfrutar esto —dije.
   Se quedó un momento desconcertado.
   Pero sonrió y me siguió la corriente.
   Caminamos en silencio, la lluvia comenzaba a mojar más mi camiseta blanca. No me importó.
   Una gota cayó en la punta de la nariz del castaño. Él no se inmutó.
   Escuchamos un trueno, pero aquello no impidió que nos quedemos debajo de un techo de alguna tienda para protegernos de la lluvia o algo así por el estilo.
   Sentía mi remera pegarse a mi cuerpo, y me estaba incomodando de apoco.
   —Espera —le dije a Michael. Solté su mano y me acomodé la camiseta para que no se pegase tanto a mi torso.
   Luego tomé nuevame su mano y caminamos. La lluvia se intensificó más, ya no se veía la gente en las veredas. Me pregunté qué pensaban las pocas personas que estaba en sus coches por la calle, qué pensarían al vernos caminando tranquilamente debajo de la lluvia. Seguramente pensarían que estábamos locos como la mayoría de los adolescentes, olvidándose que ellos también lo fueron alguna vez en el pasado.
   Se escuchaban los truenos más seguido.
   —¿Te quedarás en mi casa? ¿O te animarás a ir a la tuya con la lluvia? —dije, sin mirarlo.
   —Cerca de ti —dijo—. O sea, en tu hogar.
   —Estaría bonito ver la lluvia mientras tomamos chocolate caliente.
   —Claro.
   Escuchamos un trueno fuerte, haciendo que Michael se sobresalte un poco. Me reí levemente de eso.
   —¿Te asustó? —pregunté.
   —Nah, ¿cómo piensas eso? Un caniche da más miedo —dijo, tratando de sonar confiado. Con una sonrisa segura en el rostro.
   En algún lugar lejos, cayó un rayo.
   —¿Qué tal si esperamos aquí a que pare la lluvia en ésta parada de autobús? —dijo.

ՏᏔᎬᎬͲ ՏႮᎷᎷᎬᎡ  ||𝐌𝐢𝐜𝐡𝐚𝐞𝐥 𝐀𝐟𝐭𝐨𝐧||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora