II

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25/04/1982
[09:00 a.m.]

Miré afuera de mi ventana, aburrida. Observaba pasar a gente al azar, pero ninguno captaba toda mi atención.
   «¿Y si invito a Emma?» pensé.
   Salí de mi cuarto y busqué a mi madre, para pedirle permiso.
   —Claro que puedes —me dijo una vez que le conté lo que quería.
   Marqué el número de la madre de Emma en el teléfono que había en la cocina. Ella me contestó luego de unos segundos y me dijo que Emma estaba enferma, por eso no se había asistido el día anterior a la escuela.
   —De acuerdo, no pasa nada. Mándele saludos de mi parte, señora —dije.
   —De acuerdo, Evolett. Nos vemos, querida. —dijo, y con eso me cortó la llamada.
   Caminé hacia mi cuarto y me acosté en mi cama boca arriba. Aburrida, por supuesto.
   Y mis párpados se empezaron a cerrar de apoco. A veces me dormía por el aburrimiento u otra cosa, no por el sueño, como en ese momento.
   Me acomodé en mi cama y dejé caerme en los brazos de Morfeo.


Emma y yo nos reíamos de los chistes que contaba Jacob, mientras que Jazmín sólo sonreía.
   Pero esa escena cambió cuando dije algo incomprendible, ahora Jazmín y Jacob me miraban perplejos y con ojos penetrantes, como si me juzgaran hasta el alma. Emma estaba hablando con mi madre, mientras la mayor lloraba incontrolablemente.
   Beatrice nos miraba sin entender, y los invitados se estaban yendo de apoco. La policía llegaba y empezaba a interrogar a cada uno, mientras que mis lágrimas se liberaban y mis sollozos también. Me senté en el suelo, abrazando a mis rodillas y cerré fuertemente mis ojos, esperando a que me despiertase.
   «¡Evolett!» —escuché como mi lo madre me llamaba.
   Abrí mis ojos, y noté que ahora me encontraba en un espacio oscuro y grande. Sin ninguna pared o algún obstáculo que me impidiese avanzar.
   Sólo se escuchaba algo: la voz de mi hermano menor hablándome antes de que desapareciera. Se repetía una y otra vez, en todos lados... O sólo en mi cabeza; como un recuerdo inolvidable y algo que marcó totalmente mi vida.
   Caminé recto, sin una dirección fija. Cómo un vagabundo, tal vez.
   El sonido de la voz de mi hermano llamándome se hizo más fuerte, haciendo que una desesperación me creciera en mi estómago y garganta. Me tapé los oídos, esperando no escuchar más eso. Pero no hizo lo que deseaba. El grito de mi hermano retumbó en mis oídos y en mi mente, como si yo estuviera a punto de explotar.
   El lugar cambió, ahora estaba en una clase de pasillo oscuro de cuadros blancos y negros. Se escuchaba una música de fondo: una animada que usaban los lugares con niños para entretenerlos. Se escuchaban risas de personas a los costados, pero no había nadie. En mi vista era un lugar abandonado y terrorífico, pero el sonido hacía imaginar lo contrario.
   Miré hacia adelante y mi corazón se detuvo, haciendo que el miedo y la culpa crezcan nuevamente. Él estaba delante mío, con sus ojos hundidos y oscuros. Su boca estaba abierta y oscura, no había ningún diente o algo que indicase que era la boca de un ser humano. Su piel estaba más blanca que un papel, y no tenía nariz. Sus ojos se agrandaban y se formaban como caídos. Y su boca se abría más, como si gritase o estuviera sorprendido tristemente. Intenté acercarme a él, pero el suelo se volvió movedizo y comencé a hundirme.
   La risa de un hombre retumbaba al final del pasillo, a lo oscuro. Y él seguía mirándome con esa expresión rara.
   Lloré y me dejé hundir por aquel suelo, mientras él sin ninguna voz me repetía una y otra vez que era lo que merecía.
   Y caí, caí en un agujero sin fondo y sin color. No me veía ni las manos de lo oscurecido que era todo el lugar. Y me ahogaba en mis lágrimas y llantos, entre sollozos y mocos. Y tal vez gritos desesperados de ayuda que no se escuchaban, o mejor dicho: que nadie escuchaba. Siempre lloraba de la peor forma, de la más dolorosa, agonizante y abrumadora. Llorar sin lágrimas en cualquier lugar era ya como una rutina horrible que no la quería seguir aunque mi cuerpo la necesitaba. Llorar sin hacerlo era como si cadenas me agarraste del cuello y muñecas, y que me impedían pedir ayuda. Aprender a llorar con una mirada gélida era lo peor que había experimentado.
   Me alegraba que por primera vez en una pesadilla, pueda transmitir aquel llanto deseoso que siempre quise.
   «Habías dicho que me comprendías y que saldríamos de esto... ¿Por qué no me acompañas a mi hondo pozo negro lleno de llantos sin lágrimas y lleno de sollozos agonizantes, entonces?» — susurré a no sé quién. Porque estaba sola.
   «Evolett, papá me dijo que me acompañes a traerle algo de la tienda. Vamos —fue la respuesta. Algo que no quería escuchar, pero que eran todas las alarmas de mis mañanas.»
   Y antes de que pueda responder...

Desperté de golpe, mirando a mi alrededor, la ventana estaba cerrada, pero por la cortina corrida vi que era de noche. Suspiré y miré hacia abajo, mis labios comenzaron a temblar y sollozos salieron de apoco. Me tapé el rostro con mis manos y tapé mis sollozos.
   Miré la hora en el reloj que había en mi mesita de noche. Éste marcaba las una de la madrugada. Así que supuse que mamá y Beatrice estaban durmiendo. Salí de mi cuarto y bajé silenciosamente las escaleras, para dirigirme a la cocina. El hambre crecía y hacía sonar mi estómago. Abrí el mueble y saqué una caja de cereales, luego subí a mi cuarto otra vez.
   Me senté en mi cama, cruzando mis piernas, mientras el cereal estaba en medio de estas.
   El teléfono de la sala comenzó a sonar, y temí que mi madre o Beatrice se despertaran. Guardé el cereal debajo de mi cama y fui hasta la sala. Haciendo el menor ruido posible. Atendí a la llamada y esperé a que alguien hablara, pero como no salía nada, hablé primero:
   —¿Hola?
   —¿Evolett, eres tú? —se escuchó, y supe que era Frederick.
   —Eh, sí. ¿Por qué llamas a esta hora?
   Su risa retumbó en el teléfono, así que lo tapé lo mejor que pude para que no se escuchara tanto.
   —Perdona —dijo—. Estoy haciendo bromas telefónicas con mis amigos. Adiós.
   Una voz de chico sonó al fondo:
   —¿Quién era?
   —Mi abuela —contestó Frederick, y cortó la llamada.
   Me quedé confundida. Primero me llamaba y luego decía que era su abuela, aparte de que me hablaba bien y no a los insultos como a la mayoría de mis compañeros.
   Volví a mi cuarto y decidí cerrar la puerta, pero el teléfono volvió a sonar. Me quejé silenciosamente y corrí en puntitas de pie hacia allí.
   —¿Sí, quién? —dije.
   —Mañana juntémonos a las siete a la tarde, en el parque. Luego te explico —se escuchó la voz de Frederick, pero estaba susurrando. Y cortó nuevamente.
   Me quedé allí, más confundida de lo que estaba.
   Unos pasos del pasillo interrumpieron mis pensamientos confusos y actué como si buscara agua.
   —¿Evolett? —miré a Beatrice, que estaba abrazada a su peluche de conejo.
   —Beatrice, ¿qué haces despierta?
   —Me desperté por el sonido del teléfono. ¿Y tú?
   —También, pero yo quería agua. Por eso bajé... —contesté y tomé el vaso de vidrio con agua.
   —Dame un poco —me dijo y se acercó. Le tendí el vaso con agua y ella tomó.
   —Bueno, ve a dormir, Beatrice —le dije.
   —Bueno... Nos vemos mañana —me contestó y volvió a subir las escaleras.
   Yo dejé el vaso y miré el teléfono. Luego subí las escaleras y me encerré en mi cuarto, esperando a que no suene de nuevo el teléfono. Agarré el cereal y me senté en mi cama. Aburrida y sin poder dormir.
   «¿Será que dibujar me aliviará un poco?» pensé.

Frida_Hoffman °

ՏᏔᎬᎬͲ ՏႮᎷᎷᎬᎡ  ||𝐌𝐢𝐜𝐡𝐚𝐞𝐥 𝐀𝐟𝐭𝐨𝐧||Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon