ՏᏔᎬᎬͲ ՏႮᎷᎷᎬᎡ ||𝐌𝐢𝐜𝐡𝐚𝐞𝐥 𝐀𝐟𝐭𝐨𝐧||

XI

12/05/1982
[06:53 a.m.]

No tenía ganas de levantarme, no quería ir a la secundaria. Porque sabía que vería a Michael.
   No quería tampoco pensar en él, pero lo estaba haciendo en ese momento. Sólo me sentía peor de lo que estaba.
   Al menos podía estar con Emma en el colegio, era ya algo que me quitaba a Michael de la cabeza.
   La puerta de mi cuarto se abrió, dejándome ver a mi madre.
   —Hola, cariño. Me tengo que ir, tengo la entrevista justamente ahora. Traba la puerta cuando te vayas al colegio, te quiero mucho. Y dile a Beatrice que también la quiero, adiós —dijo, cerrando la puerta.
   Mi madre había cambiado de trabajo para estar más tiempo con nosotras. Si bien la casa quedaría sola y desprotegida cuando Beatrice y yo vayamos al colegio, pero eso no era algo realmente problemático.
   Me senté en mi cama, apoyando los pies en el suelo frío de mi cuarto.
   Mientras me levantaba de apoco, no pude evitar acercarme a la hoja que había en mi escritorio. Estaba doblada en cuatro partes. No era mía, y lo sabía.
   La desdoblé y recordé cuando Michael comenzó a garabatear aburrido. Era el ojo que lo único que transmitía era enojo.
   La dejé en mi escritorio, sintiendo un escalofrío en mi columna.
   Salí de mi cuarto y entré al baño que teníamos en el pasillo.

Miré el café que tenía enfrente, tomé un último sorbo y terminé mi desayuno. Lo dejé en el fregadero, mientras que el pan con la mermelada seguía comiendo, hasta que mis rodajas de acabaron.
   Guardé todo en su lugar, ahora sólo tenía que alistarme.
   Pero el teléfono de la sala comenzó a sonar. Caminé hacia allí y atendí la llamada.
   —¿Hola, sí? —dije, esperando a que alguien contesté.
   —¿Evolett? —se escuchó la voz de Emma.
   —Ah, Emma. Sí, soy Evolett. ¿Vas a la secundaria?
   —Primero que nada: hola —dijo—. Y segundo... Pues, no. Para eso te llamé; para avisarte.
   —¿Eh, por qué no vas? —dije.
   —Tengo que ir con mi madre al hospital, para hacerme una cosa en la pierna y eso.
   —¿Qué te pasó? —pregunté, pero ahora sonando un poco preocupada.
   —Nada, es que tengo un coso raro en la pierna izquierda, algo así como un hematoma.
   —¿Coso? —pregunté.
   —Sí, un coso. No sé cómo puedo describírtelo. Pero bueno, ¡nos vemos!
   —Adi... —me interrumpió, cortando la llamada.
   Ni siquiera me había dejado terminar de saludar.
   Dejé el teléfono y me fui a mi cuarto, para alistarme.
   Cerré la puerta detrás de mí y busqué por mi armario algo simple. No quería llevar veinte cosas arriba, ni tampoco lo iba a hacer.
   Agarré una remera azul lisa, pero holgada, y me la puse. Y luego un pantalón cualquiera. Que ni siquiera me fijé bien para saber cuál era.
   Busqué mi mochila y cuando tenía todo listo, salí de mi cuarto para levantar a Beatrice.
   Entré a su habitación, prendí la luz y casi me da un paro cardíaco al verla sentada en medio de la cama y con rostro de zombie.
   —Beatrice... Me asustaste —dije.
   —Hola.
   —Hola.
   —Tengo sueño —me dijo.
   —Yo también, aún así, tengo que llevarte al colegio y tengo que ir a la secundaria.
   Ella sólo asintió y comenzó a levantarse de apoco.
   —Te espero en el comedor. No tardes —dije, saliendo del cuarto de mi hermana.
   Agarré mi mochila que estaba en mi cuarto, y bajé las escaleras.
   Me senté en una silla del comedor, esperando a que Beatrice sepa que no tiene que tardar, puesto que si tardaba, yo iba a llegar tarde a mi colegio, y encima tenía que llevarla antes.

Y por fin, escuché los pasos de Beatrice. Luego de unos cuántos minutos de espera. Se acercó a mí, esperando a que diga algo.
   —Vamos —fue lo único que salió de mi boca.
   Agarré la llave y, a las apuradas, apagué las luces de la casa. Luego, salí fuera de mi casa y trabé la puerta. Busqué dónde dejar la llave, para que mi madre la agarre cuando venga de la entrevista. Pero como no encontré algo seguro, me la puse en el bolsillo de pantalón.
   Tomé la mano de Beatrice y nos dirigimos con pasos apurados hacia su escuela. Que quedaba un poco lejos.
   Me pregunté con quién iba a estar en la secundaria. Emma no se iba a ir, entonces... ¿Con quién iba a pasar el rato? No socializaba, y eso obviamente hace que no tengas amigos. No era mi culpa, no era mi culpa no querer ser amiga de mis demás compañeros que tenían rostros falsos. Así como un dado; cambiaban de lado según la persona.
   No era mi culpa no saber cómo socializar. No lo hacía desde hace mucho, y me preocupaba un poco hacerlo... Ya que tenía miedo que me salga para la mierda y que luego pensaran y dijeran que era una tipa rara.
   Aunque nadie era normal.
   Era una actitud hipócrita que tenía todo el mundo. Hasta la persona que se dice «santa» por alabar a Dios puede pensar que es normal, y pensar que la persona que alababa a Satán es rara y estúpida. Y así, mutuamente.
   ¿Por qué vagaba tanto en mis pensamientos en momentos aleatorios?
   Me di cuenta que casi choco a un anciano, gracias a Beatrice que no lo hago.
   Parecía que ni siquiera la estaba acompañando, puesto que ella iba adelante, como si me guiara. Me dió un poco de ternura y gracia, pero no dije nada.
   Pasamos por la calle, hacia la otra vereda. Supuse que nos quedaría dos cuadras para llegar.
   Justamente cuando estábamos por llegar al otro lado, una tipa en moto pasó a toda velocidad y con el semáforo en rojo. Estuvo apunto de chocar a Beatrice, si yo no la hubiera tirado del brazo hacia mi lado.
   Miré a la señora que conducía.
   Apreté los dientes, enfadada.
   Iba a gritarle un insulto, pero para ese entonces la señora desapareció de mi vista. Y el semáforo se puso en verde, indicando a los coches a seguir andando.
   Beatrice y yo llegamos a la otra vereda, y noté que estaba pálida.
   —¿Estás bien? —pregunté.
   —Casi... casi muero —murmuró.
   La abracé un poco, y seguimos caminando.
   —No te preocupes, me tienes aquí a mí. No te pasará nada —la intenté tranquilizar. Dándole la mejor sonrisa reconfortante que pude.
   Ella me devolvió la sonrisa.
   Ojalá me viera tan confiada y segura de mí misma como lo dije.