EPÍLOGO

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¡Por fin!

Dejo las llaves en la mesa de la entrada mientras el aroma familiar inunda mis fosas nasales. Cierro los ojos y respiro hondo, como el que llega a casa después de un agotador día de trabajo, pero con la satisfacción de haber cumplido con lo que debía hacer.

Observo cada rincón de la estancia con la alegría de no encontrar algo que sea de color blanco brillante. Los tonos suaves y la madera poco tienen que ver con los azulejos fríos y los verdes pastel que inundaban la clínica, y eso hace que mi postura sea menos rígida y mis ojos se desprendan de esa tirantez continua que se negaba a abandonarme desde que ingresé. Y de eso parece que ha pasado una eternidad.

Doy unos pasos hacia el interior viendo que todo está tal y como lo dejé, y eso quizá hace que lo vivido durante estas semanas se parezca al sueño que tienes durante de una larga siesta. Algo lejano y pesado. Algo que dejas atrás siguiendo con tu rutina, por lo que ya puedo verme volviendo de nuevo a mi clínica, mi despacho y las consultas, donde cambio el pijama de paciente por la bata, prometiéndome ser más empático ahora que he vuelto a ponerme en la piel de los pacientes y me ha recordado por lo que comencé a trabajar en la sanidad.

El arrastre de las ruedas de la pequeña maleta de viaje cesa a mis espaldas y ahora todo queda en ese silencio de una casa que, tras ser deshabitada durante días, se mantiene callada a modo de castigo infantil.

— Vamos al sofá... —murmura su voz tras de mí mientras me rodea la cintura delicadamente.

— Ya voy. Solo dame un minuto...

— Hao, ya has oído a Jaehyeong. —me interrumpe con un suspiro de agobio. Lo miro con una ceja alzada sin entender su impaciencia y me la devuelve con determinación.— Descanso absoluto.

Y es que la cosa se había puesto seria desde que la obstrucción en el drenaje me impidió regresar a casa como estaba previsto, algo que es normal y que puede suceder en cualquier operación, pero imposible de hacerle entender a Ricky y a Hanbin.

Sé que puedo llegar a ser difícil en esta situación, incluso testarudo a la hora de permitir que los que están a mi alrededor me cuiden, pero no entendía tanto agobio a mi alrededor.

Tampoco es que haya sido para tanto, tan solo un reajuste en el plan inicial. Y si algo he aprendido en este tiempo es que muchas veces los planes nunca salen como esperamos, y que eso trata de decirnos siempre la vida.

Pero ellos no estaban de acuerdo y debo reconocer que ha sido algo cargante tener las veinticuatro horas a alguien diciéndome cómo y cuándo hacer cada movimiento.

Pensaba que con la vuelta de Ricky a París, todo sería más liviano, pero me he encontrado con que Hanbin lo ha relevado. Y ahora, a modo de suplente, no se despega de mí ni a sol ni a sombra quizá siguiendo las pautas de un hermano que se había marchado más que preocupado.

Toda una gama de desconocidos ceños fruncidos se plantan en su cara y son tan graciosos como molestos.

— Hao, no pienso volver a discutir por eso... —dice tajante.— Ricky se ha ido, y no quiero dejarte sólo por las noches.

— No estamos discutiendo. —le digo conciliador.— Solo te digo que vayas a dormir una noche a casa. Una. Me duele verte en ese incómodo sillón. Voy a tener que estar aquí al menos una semana más, puedes turnarte con Ning y podemos hacer videollamadas antes de dormir para que veas que todo marcha bien.

— No. Hao, por favor... —dice ahogándose en su propia frase.

Lo miro dándome por vencido. Sé que se ha ahorrado el decirme: Otra vez no. No lo hagas otra vez.

Habitación 038  - HAOBINWhere stories live. Discover now