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Levántate, amada mía.

Hermosa mía, ven a mí.

Paloma mía.

Tu que anidas en los huecos de la pena,
en las grietas de las piedras,

déjame con tu figura...


Casi puedo asegurar que si levanto la vista del Cantar de los Cantares, voy a verlo allí, en el jardín, estudiando a mi lado o quizá observándome fijamente...pero no está. Ya no.

Ya han pasado cinco días, cinco putos días y Ricky sigue aquí, convenciéndome de que es mejor así, que tengo que dejar calmar las aguas. Él está convencido de que Hanbin dará señales de vida cuando esté listo, que vendrá o que llamará...y que para entonces yo estaré más sereno y más entero. Qué es lo que la gente cuerda y madura hace ante una discusión de ese calibre. Pero, ¿quién puede hablar de cordura cuando de amor se trata?

No vuelvas a decirme una cosa así en tu vida...

Yo no estoy tan seguro de las afirmaciones de Ricky, no después de aquella tarde. Me siento como la madre del hijo de Salomón, renunciando a su verdad y al amor más puro, solo para poder salvarlo...

Y con eso, sé que tengo la oportunidad perfecta, ahora más que nunca. Dejar a Hanbin marchar, que deje de esperar algo que no es lo que él espera...dejarlo ser.

Cierro los ojos con fuerza. Tenía tantos planes, todo debía ser diferente a como es ahora...Hanbin ahora debería seguir aquí, ambos sabiendo que debemos esperar el momento adecuado, pero, juntos, tan juntos como pudiéramos estar.

Lo estábamos haciendo bien. Lo estábamos haciendo jodidamente bien...¿Por qué tenía que darse una situación para la que aún no estaba preparado soportar? ¿Por qué a pesar de tener todo el tiempo del mundo por delante se tenía que dar ahora?

Pero a quién pretendo engañar...he caminado por el filo de un cuchillo por tantos meses, creyéndome capaz de soportar todo, creyendo que con eso no hacía daño a Hanbin...sin ser consciente de que iba a explotar en cualquier momento. Y el peor parado...no iba a ser yo.

— Ge... —me llama Ricky como si de la voz de mi consciencia se tratara. Lo miro en la tumbona que Hanbin tantas veces ha utilizado y me pierdo en sus ojos verdes preocupados.— Deja de torturarte, por favor...

Ricky. Mi salvavidas personal. Siempre aparece en el momento justo casi sin saberlo. Había vuelto a la ciudad para asistir a unas conferencias que se celebraban en Corea y a la que iban a asistir eminencias médicas en el ámbito de la psiquiatría. Había estado llamando varias veces, pero como de costumbre no le había cogido el teléfono, por lo que decidió presentarse de sorpresa.

— No me estoy torturando.

Se levanta, y quitándome el libro de las manos para dejarlo a los pies de la tumbona, se sienta a mi lado.

— Recuerda que tu dolor es el mío... —me dice sujetando mis manos.— Siento lo que tu sientes. ¿Te acuerdas?

— Pues cuanto lamento traer eso a tu vida también... —digo con la voz estrangulada.

Algo más que me lleva persiguiendo cada día. Ver a mis seres queridos continuamente preocupados, asustados, intranquilos por cada paso que doy en la vida, por miedo a que pueda volver al mismo punto de partida.

— No digas tonterías... —dice retirando la lágrima solitaria que atraviesa mi mejilla.— Han pasado varios días y no has abierto la boca. Habla conmigo.

— No quiero preocuparte más, Ri. —le explico cansado.— Solo necesito verlo... Ver si está bien.

— ¿Y qué vas a conseguir después del ataque de nervios que sufriste el otro día, eh? —me recuerda y yo solo asiento en respuesta.

Habitación 038  - HAOBINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora