Capítulo 12

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—¿Cómo dormiste? —inquirió la chica, acariciando los cabellos de su hermano. 

—Bien —sonrió somnoliento—. A veces me siento muy cansado, pero el doctor Asier dijo que era normal.

—Pronto te vas a sentir mejor y no vas a estar tan cansado. 

La sonrisa del niño se hizo más amplia y sus ojos azules soterraban los miedos que lo asediaban para que su hermana no se preocupara de más por él. 

—Debo irme, pero vendré más tarde, ¿de acuerdo? —le explicó. 

—¿Vas al trabajo? —inquirió al tiempo que el doctor Asier entraba a la habitación y miraba a la chica con los ojos entrecerrados. 

—Sí —mintió, sintiendo que su pecho quemaba como nunca—. Debo hablar con mi jefe sobre los nuevos horarios para no tener problemas más adelante con el trabajo y tus cuidados. 

—Oh, adelante, no debes desatender el trabajo. 

Con un inmenso nudo en la garganta, Avery asintió y le sonrió, dejando un beso en su frente antes de dar la vuelta y encontrarse con una mirada profunda y demasiado parecida a la que debía enfrentarse. 

Aunque Asier quiso preguntarle muchas cosas y detenerla, no podía involucrarse demasiado con ella o tendría problemas con Jeray y eso era lo último que él quería, pero no podía pasar por alto el hecho de que la chica no era nada feliz. 

Avery salió de la habitación y se acercó a su chofer con precaución y las mejillas sonrojadas. El hombre se levantó de la silla en la que estaba y miró a la chica a la espera de que le dijera que iban a casa. 

—Sr. Christian —dijo la joven y el hombre sonrió apenas perceptible—. Lo que pasa es que debo ir a la oficina del Sr, Le Bon, pero no tengo ni la menor idea dónde queda. ¿Usted sí sabe?  

—Sí, señorita. 

—Muy bien, ¿podría llevarme, por favor? 

—Por supuesto.

En silencio salieron de la clínica y subieron al auto. Avery sentía los nervios a flor de piel y el discurso que estaba haciendo mentalmente no tenía sentido, pero es que le resultaba difícil hablar con Jeray. 

Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando se adentraron a un enorme y elegante edificio hasta que su chofer le indicó que habían llegado y Borbón la esperaba en el parqueadero subterráneo con la misma expresión serena y amable de siempre. 

El hombre le abrió la puerta con una sonrisa y la ayudó a bajar, guiándola hasta el ascensor privado que la llevaría directo al último piso del imperioso edificio. Avery había calculado que Jeray era un hombre adinerado, pero no se imaginó que tanto. Incluso un simple parqueadero era bastante lujoso. Se preguntaba a qué se dedicaba y qué tan importante era. 

Subió al ascensor junto a Borbón, agradeciendo apenas en un murmullo y volviendo a hacer silencio. El corazón le latía con fuerza y sentía que la tierra bajo sus pies se sacudía como si esta misma se fuese a abrir en cualquier momento y un vacío interminable la fuera a tragar. Iba muy nerviosa, y es que eso era lo que Jeray provocaba en ella; miedo, nervios, que estuviese a la defensiva.

Faltando pocos pisos para llegar al último, el ascensor se detuvo y un hombre alto de mirada gris y chispeante se quedó paralizado al ver a la jovencita que estaba ante él. Avery lo miró y se hizo casi minúscula en su lugar, aún más nerviosa tras la mirada tan profunda que le dedicó. 

—Buen día —saludó el hombre, con voz profunda y grave, vacilando una sonrisa ladeada que no le gustó a la jovencita—. ¿Jeray está en su oficina, Borbón? 

Infierno [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora