Aike Gilbert, desde que entro a la familia de los Gilbert, fue muy desdichaba.
A una temprana edad empezó a entrenar para poder proteger a sus hermanos menores: Elena y Jeremy Gilbert.
~Elena Gilbert, una chica que solo con poner ojos de borrego y...
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ººº
Niklaus seguia llorando, estaba arrodillado en el suelo de la habitación con la cara escondida en el cuello de la pelinegra.
Habia sido un insensato, creía que le daria tiempo a darle su sangre cuando por fin matara a su padre. Que equivocado estaba.
Pero el Mikaelson no sabia lo que en realidad estaba pasando.
Mientras que el hibrido lloraba, aferrado a su alma gemela, ella estaba en un lugar cegador...
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Aike no podía ver bien, solo veía una luz brillante hasta que una figura con unas enormes alas disipo la luz con un movimiento de manos.
-¿Qué...Qué esta pasando?.- pregunto la fémina con el ceño fruncido.
El fornido hombre de tez morena se acerco, las alas de detrás suya es lo que más resaltaba, eso y su sonrisa perfecta.
-Puede que no te lo vayas a creer, necesito que mantengas tu mente abierta.
-Creeme, que la tengo bastante abierta. Conozco a vampiros, hombres lobos, brujas...Te recomiendo que empieces por presentarte.
-Me llamo Amenadiel, soy uno de los ángeles guardianes.
Aike suspiro cansadamente, sus ojos estaban cansados de tanta luz, eso parecio notarlo el ángel. Con un chasquido de dedos estaban en un precioso paisaje natural, con un banco de piedra pulida frente a un hermoso lago.
Con cuidado y precavida, Aike se sento en el banco. El ángel guardo sus alas y se sento a su lado.
-Se que morí, ahora, tengo una duda...¿Voy a ir al infierno o al cielo?.- pregunto con tono guason la pelinegra apoyando sus codos sobre sus rodillas. Su mirada se disparo al ángel cuando éste se carcajeo.
