Capítulo 11, de alianzas inesperadas

10 1 27
                                    


Mian Hua entró en el ayuntamiento. Habían intentado que dejara su vara de bambú fuera. Él les había sonreído, o lo había intentado. Sabía que, para los humanos, era un gesto amistoso. Aunque surtió el efecto deseado, no fue por las razones que imaginaba. El vegetariano panda no era del todo consciente de que la dentadura de su linaje seguía siendo muy carnívora.

Llamó a la puerta del despacho, como mandaba el protocolo.

—¡Abre antes de que se la cargue! —oyó decir a Woodrow desde el interior.

Un sirviente abrió la maltratada puerta. El alcalde esperaba sentado tras su escritorio, con una sonrisa tensa.

—Veo que habéis regresado sin percances.

—Y hemos cobrado sin percances —no pretendía ser una pulla, pero Woodrow sintió un tic en el ojo. No obstante, no dijo nada—. Diez mil coronas. Con estas hemos juntado suficiente para este pago...

Dejó un saco de cuero bastante abultado en la mesa. A señal del alcalde,un contable lo abrió y contó el dinero a gran velocidad.

—Hay cincuenta mil coronas. Y con eso, llevamos ya 200.000 pagadas.

—Pero teneis mucho más que eso, ¿verdad?

—Pues claro, pero tenemos que ahorrar para nuestros gastos.

El alcalde apretó los dientes. Sí, le estaban pagando. Seguía siendo quien tenía el control de la situación. Pero esas bestias tenían demasiada libertad. Sabía los encargos que tomaban, sabía que debían tener cien mil coronas ahorradas. Eran sus coronas. Le pertenecían, ellos no tenían derecho a ese dinero. Ya podían agradecerle que no los hubiera acogotado cuando tuvo la ocasión. Qué diantre, si podría hacerlo en cualquier momento. ¡Cuando le diera la gana!

No, no, no, tranquilo. Aún pueden hacer mucho dinero para mí, se dijo.

—¿Teneis planeada otra salida? —intentó ser cortés. Como odiaba tener que hablar de esa manera, cara a cara. Había mandado más sicarios a por ellos para intentar hacerse con su dinero, pero la banda de Pokimoni los había puesto en fuga cada vez. A la última había mandado a doce hombres, ya casi por despecho, porque les había pagado un 90% de lo que se suponía que iba a quitarles. En esa ocasión, Abrojo no había dejado que los cochinos se llevaran toda la diversión. ¿Por qué? ¿Por qué aprendían tan rápido? ¿Por qué ese maldito mapache, él solo, les había roto los brazos a cuatro, CUATRO hombres armados? Y además, al líder de la operación le pusieron una Marca de la Muerte en la frente, solo para burlarse de él, de Woodrow. Ese condenado gallo no paraba de reunirse con Samanta, pero ella le decía que no era asunto suyo. ¿¡Como que no!?

—Claro, aún tenemos mucho dinero por reunir —ese maldito oso y su tono dicharachero... se mofaba de él en sus narices.

—50.000 justos, señor —anunció el contable. Tendió un recibo a Mian Hua para que lo firmara con la huella de su pata. ¿Quién les había enseñado a exigir recibos?

Tranquilo, intentó calmarse mientras contenía el impulso de ordenar a los guardias que arrestaran al oso y le quitaran la copia del recibo. Sigo estando al mando. Sigo al mando.


Mian Hua estaba cerca de entrar al gremio cuando algo llamó su atención. Había notado un extraño pico de maná procedente del techo de la sede. Al alzar la vista, vio un enorme pájaro posado en la cumbrera. Era la primera vez que lo veía, pero Mian Hua no pensaba que hubiera dos de su especie en esa ciudad.

Lo divisó a tiempo de ver como engullía un hueso que debería haber sido demasiado grande, pero eso no era lo que llamaba su atención.El ave estaba hilando un hechizo, de una clase que era completamente desconocida para el oso. Ahí se quedó, satisfecho tras su almuerzo,con la magia tomando forma para luego reposar en su interior, lista para ser lanzada.

AbrojoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz