Capítulo 6, de fantasmas y encantamientos sagrados

31 2 42
                                    

Azeban puso tiesas las orejitas cuando vio la silueta en la luz crepuscular. Señaló con excitación desde el cuello del caballo mirando a Denise. Mian Hua y Bankiva dormían, el primero espatarrado en el carro, el segundo posado sobre su gran barriga.

—Bien. En menos de una hora estaremos a la puertas de Astaramis. Siempre es mejor cazar fantasmas de día. Están más adormilados.

Un rayo de sol se coló entre dos montañas y dio de lleno en la cara a Bankiva. Abrió los ojillos, se desperezó y cantó. Su llamada al nuevo día les fue devuelta en forma de eco en el camino tranquilo y silencioso. Mian Hua se despertó de un respingo y se quitó al gallo de encima, molesto.

—No hace falta chillar —se quejó después de bostezar.

—Perdón. Me cuesta contenerlo —se disculpó Bankiva, pero volvió a cantar varias veces antes de que llegaran a su destino.


Situado sobre una colina, con las montañas a su espalda, el castillo de Astaramis fue en el pasado un importante enclave estratégico para una nación ya desaparecida. El carro pasó al lado de un pequeño muro solitario, lo que quedaba de su muralla defensiva, donde había un cartel que advertía que se estaban adentrando en propiedad privada. A Mian Hua le pareció raro que no mencionaran los fantasmas.

Llegaron a tiempo de toparse con un buen revuelo en la entrada principal. Había dos carros, cada uno el doble de grande que el suyo, que recibían a un grupo de hombres y mujeres que salían corriendo del interior de la fortaleza, muchos de ellos heridos y transportados por sus compañeros. Denise bufó con desprecio.

—¿Competencia?—sugirió Mian Hua.

—Nada que deba preocuparnos.

El ambiente estaba tenso en el numeroso grupo, con insultos y gritos de por medio. El humor general empeoró cuando vieron llegar el carro.

—Ah no, ¡ni hablar! —gritó una mujer ilesa pero con la túnica hecha un desastre—¡No hemos pasado por ese infierno para que unos advenedizos se aprovechen!

—Estoy teniendo uno de esos... ya sabéis, "esto ya lo he vivido"—comentó Bankiva.

—¿Aprovecharnos de qué? —preguntó Denise— Son fantasmas. Ya se habrán recuperado de su pequeña excursión, especialmente si les atacaron de noche, panda de perejiles.

En la retaguardia del grupo se oyó a alguien decir "¡ya lo dije yo que atacar de noche era una tontería!", pero a los otros no les hizo gracia el tono de la gata.

—¿Y quienes sois vosotros, de todos modos? Te lo tienes muy creído por ser una gatita esquelética.

—Si tanto les interesa, me llamo Denise. En el ramo me llaman la Bruja Tatuada.

Su declaración fue recibida por un breve silencio seguido de una risotada general.

—¡Ya, claro, y yo soy la legendaria Hechicera Esmeralda!

—Nos ha visto cara de pánfilos, la gatita.

De nuevo, en la retaguardia, los animales oyeron una voz que decía "pues yo había oído que no era humana, quién sabe". A Denise se le erizó el pelaje de la espalda.

—Oh, esto va a ser bueno —le susurró uno de los caballos a su compañero, y los dos se rieron flojito.

—¿Los quitamos de en medio? —sugirió Bankiva.

—No—respondió Denise—. Ya lo haré yo.

Irguió la cola. Una luz recorrió la piel bajo el manto negro dibujando un intrincado diseño desde la punta hasta la raíz.

AbrojoDär berättelser lever. Upptäck nu