Capítulo 3, de saqueadores y matadragones

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—Deteneos un momento, por favor.

El carro tirado por caballos paró a un lado del camino. No llevaban conductor. Cada vez eran más los jamelgos que decidían prescindir de un carretero humano al que debían ceder la mayor parte de las ganancias. Joao saltó con elegancia seguido de Abrojo para investigar unas ruinas humeantes de lo que debía haber sido una granja. La casa principal, el granero, el depósito del agua, los corrales... No quedaba una pared entera.

—Había días que soñaba con hacer algo así —admitió Bankiva. Llevaba una armadura de cuero hecha a medida. Bajo las alas tenía ocultos pequeños cuchillos arrojadizos, y sus plumas ya estaban restauradas gracias a una poción elaborada por Mian Hua. El panda tenía una bandolera nueva con materias primas básicas para fabricar pociones y un bastón de mago: Una vara de bambú. Algunas pruebas habían revelado que era muy compatible con su maná, pero existía el peligro de que se pusiera a mordisquearlo inconscientemente cuando se despistaba.

—¿Por qué hace esto? —preguntó, contemplando la ruina. Se le ocurrió echar un vistazo tras una pared y vio algo que no era demasiado bonito.

—No estoy seguro —admitió Joao—. Los dragones suelen limitarse a tomar una cabeza de ganado. Pero Xenos es distinto. Puede que sea una táctica de intimidación, o no quiera dejar testigos. Me inclino a pensar, sin embargo, que no soporta a los humanos.

Azeban se coló entre las patas de Joao, buscando pistas y husmeando, ansioso por ayudar. Llevaba un cinto con una pequeña hacha arrojadiza. Escarbó entre las cenizas y le señaló algo al jaguar, que asintió.

—Todavía están calientes. El ataque debió producirse anoche.

Joao se tomó la investigación con calma. Se paseaba entre las ruinas, examinaba cada rastro de ceniza y hierba carbonizada, cada pared que todavía se tenía en pie. Bankiva escarbó en busca de lombrices y Mian Hua sacó un pequeño equipo de alquimista portátil, donde se puso a preparar pociones de salamandra.

—¿Cómo de efectivas son esas pociones? —preguntó el gallo con el pico lleno.

—Depende de la calidad, pero creo que podrías bañarte en agua hirviendo sin quemarte. Ahora, no sé si supondrán diferencia con un fuego que rompe piedras.

—Por poca que sea, no... ¡NO MORDISQUEES!

El panda se detuvo, avergonzado.

—¿No podías conformarte con un garrote de olivo?

—Pero yo no como aceitunas...

Bankiva pensó que jamás iba a comprender el funcionamiento del maná.

—Para mí que el de la tienda nos timó. No me creo que una caña reseca sea tan cara.

—Está especialmente tratada. Creo —Mian Hua no parecía muy seguro.

—Cuando volvamos prueba a hacer magia con los brotes que te dan en la cantina. Como funcione, voy a volver a tienda y...

Ambos se giraron hacia el camino. Un grupo de hombres se dirigía a las ruinas. Se pararon al lado de los caballos, con la avaricia evidente en sus ojos.

—¿Bandidos? —se preguntó Mian Hua con calma.

—No creo. Pero yo que tú prepararía un hechizo.

—Ya me he puesto a ello.

El panda atrajo la atención del grupo, que se aproximó a investigar. Llevaban palas y azadas con ellos. Parecían disgustados.

—Fuera, fuera —dijo el más cercano, haciendo gestos intentando echar al oso. Mian Hua se lo quedó mirando poco impresionado.

—Dale un palazo —lo animó uno que estaba en la retaguardia.

AbrojoWhere stories live. Discover now