Capítulo 5, de sucios ladrones y nuevos mentores

29 2 45
                                    


—Me preguntaba si te animarías a venir.

Bankiva cruzó la puerta que el sirviente había abierto para él. No dijo nada, los ojillos fijos en Samanta, sentada en su escritorio.

—Ponte cómodo. Como si estuvieras en casa.

El gallo saltó y se plantó frente a ella, sobre la mesa. El breve vuelo mandó por los suelos algunos papeles, pero la mujer no perdió la sonrisita.

—Sabes por qué he venido.

—Lo imagino. Supongo que piensas que he tenido algo que ver con el asunto de vuestras ganancias.

—¿Cuándo fue que mencionasteis que nos ibais a confiscar de inmediato todo lo que ganáramos? —preguntó Bankiva, tratando de controlar su rabia.

—Woodrow ha actuado por su cuenta, te lo prometo.

—¿Esperas que me crea eso? Estáis juntos en esto. ¿O no fuiste tú la que nos puso la Marca de la Muerte?

—Escucha, pajarito —Samanta se movió hacia adelante para hablar a Bankiva cara a cara. No sonreía, pero su tono era amable—. Quitaros ese dinero ha sido muy estúpido. Sí, es verdad que espero tener un beneficio a costa de vuestro trabajo, pero también sé que tenéis gastos que cubrir. Si hubiera sabido lo que planeaba, os habría avisado. Por mi parte, tengo más que perder si vosotros estáis enfadados. ¿Cómo se lo han tomado tus amigos?

—El mapache se ha hecho una bola en un rincón y se ha puesto a gimotear. El panda ha venido conmigo al ayuntamiento, pero los matones del alcalde no nos han dejado verlo. Ahora está en el gremio, intentando buscar una manera de financiarnos de nuevo sin tener que pagar aún más intereses.

A su espalda, el sirviente regresó y dejó un platito sobre la mesa. A Bankiva se le pasó el enfado durante unos segundos. Era una mezcla de cereales que podía parecer poca cosa a ojos humanos, pero a él se le antojó irresistible. No se había dado cuenta cuando ya había dado el primer picotazo.

—Maldito instinto... —murmuró, molesto.

—No lo he envenenado —rio Samanta—. No es más que una cortesía.

—No quiero cortesías, quiero nuestro dinero —protestó el gallo con el pico lleno de deliciosos cereales.

—Tómate esto como una lección. Woodrow es un sucio cerdo avaricioso al que le gusta recordar a los demás el poder que tiene. Posee la autoridad y los contactos para confiscar todas vuestras ganancias. Por eso, tenéis que esconder vuestro dinero nada más completéis vuestros encargos. Ya te advierto que tampoco estará a salvo en ningún banco, y es lo bastante ruin como para contratar matones para que os lo quiten por la fuerza.

—¿Hace esto con otros? ¿Qué hay de Joao?

—Solo con los débiles. Ni siquiera Woodrow es tan estúpido como para intentar robar a un matadragones. Especialmente si es Joao. No llegaría vivo al siguiente amanecer. Mira, piensa que el dinero que os ha quitado cuenta para liquidar vuestra deuda, así que no lo habéis perdido. Sí, ya sé que debéis intereses al gremio —añadió cuando Bankiva abrió el pico para protestar—, en eso tendréis que buscaros la vida. Por otro lado, tengo algo para tí como signo de buena voluntad.

—¿Más maíz? —preguntó sarcástico el gallo.

—Una inversión. Como ya he dicho, a mi también me conviene teneros contentos.

Samanta se sacó dos de los numerosos anillos que llevaba y los puso sobre la mesa frente a Bankiva.


En el campanario más alto de la ciudad había una gata negra sesteando y tomando el sol sobre una gárgola. Las palomas que vivían en esas cornisas la miraban con desconfianza y cuchicheaban, creyendo que no podía oírlas, pero la gata lo escuchaba todo desde el reino de los sueños. También oyó las poderosas pisadas que en el mundo terrenal eran susurros inaudibles. Los pájaros fueron tomados por sorpresa cuando la gran forma de Joao apareció por el hueco de la campana. Localizó a la gata y se tumbó al lado de la gárgola, contemplando la ciudad a sus pies.

AbrojoWhere stories live. Discover now