6. Pijamada en el instituto

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Arabella

Todavía seguía confundida luego del episodio del otro día con la profesora de derecho, pero aún más me extrañó el hecho de no verla por los pasillos en todos estos días. El martes supuse que tal vez se hubiese retrasado en el tráfico o incluso en salir de casa, pero cuando no arribó en todo el día, tuve una extraña sensación. Ella era de las profesoras que truena, llueva o nieve, de todas maneras asistirá a dar clases. Tenía las expectativas de verla el miércoles en su hora, pero una profunda decepción me acogió cuando, en lugar de Athenea, un obeso señor de cabello amarillo y piel anaranjada comenzó con la clase, habiéndose presentado como el reemplazo de la pelinegra.
Tuve un leve consuelo cuando cumplí mi dosis diaria de verla en la hora de arte.
Pues, todavía seguía siendo el epicentro de mi colección, al menos la vería en una fotografía. Ya para el jueves, di por sentado que no asistiría ni a la pijamada ni al campamento. Athenea siempre solía ser profesora acompañante, pero su misteriosa ausencia, ya gritaba a los cuatro vientos que no tenía pensado aparecer por aquí.

En realidad no sabía cómo sentirme, debería alegrarme, no tendríamos encima al dolor de cabeza que representa esa mujer. Sin embargo, en cierto momento me asombre y sorprendí de mi misma cuando, extrañamente me encontré pensando demasiado en ella, era como si la echara de menos y, en paralelo, me estuviera preocupando su situación.
Me convenía no pensar de más, de lo contrario, acabaría haciéndome un bolo de malas ideas que me harán hechar a perder mi buen humor, y no es la idea.

El día jueves, las clases se pasaron volando, creo que todos nos pusimos de acuerdo para cooperar y que las mismas se acortaran lo más posible. Coincidíamos en que nos encontrábamos eufóricos y emocionados por el fin de semana que aguardaba a por nosotros. Quedamos en vernos con Lola en cuanto ambas tuviéramos listas nuestras maletas, así que ni bien arribó a mi casa, bajé de su vehículo con apuro. Debía apresurarme a acabar con los bolsos, había guardado mi ropa, pero afuera me quedaban aún los zapatos y los complementos que debía llevar, ya saben, ropa de cama, toallas...

Me preparé unos hotcakes con chips de chocolate y un jugo de naranja, puse a reproducir mi playlist favorita a todo volumen en mi habitación, y me dispuse a terminar de armar todo. Al cabo de dos horas, ya estaba subiendo los cierres y bajando cada maleta a la sala de estar.
Todavía tenía tiempo antes de irme, pensé en que podría ver una película para matar el tiempo. Opté por una comedia romántica cualquiera y me encapsulé totalmente en la trama. No fue hasta que una notificación hizo vibrar mi celular, que temí haberme entretenido demás y estar llegando tarde.

En efecto, llegué bastante temprano a la preparatoria, Lola todavía estaba decidiendo qué ponerse cuando salí de mi casa acarreando con todos los bolsos. Supuse que me la encontraría calles abajo, cuando tomase el camino a aquí, pero al parecer, el tema del vestuario se había vuelto algo serio. A pesar de haber caminado a paso lento con teinta kilos de más, durante nueve cuadras, no hizo que tardase lo suficiente como para ser recogida de camino por ella.

Era extraño ver el edificio vacío, siempre lo había visto lleno de gente, siendo ruidoso y circulado. Varios de mis compañeros habían optado por dejar sus equipajes en uno de los salones desocupados. Viendo su práctica solución, decidí seguir su ejemplo y aliviar mis hombros de la carga que llevaba. En ese momento, el lugar no estaba muy concurrido, lo cual me brindó la oportunidad perfecta para, con discreción, dirigirme hacia el salón de música. Pensaba tocar un rato el piano para entretenerme hasta que alguno de mis amigos decidiera aparecer.

Me acomodé en el asiento tras el taburete del elegante piano de cola, cuya superficie negra acharolada brillaba bajo la tenue luz del salón. Con delicadeza, coloqué mis manos sobre las teclas de marfil, sintiendo su frescura y firmeza bajo mis dedos. En mi mente me debatía entre tocar el melancólico "Claro de Luna" de Beethoven o sumergirme en las emociones del clásico tango "Por una Cabeza" de Gardel. Al final, la primera opción acabó por convencerme y, entonces me dispuse a ejercer una rítmica presión sobre las teclas.

Secretos de una jurisprudencia desdibujadaWhere stories live. Discover now