4. ¿Cobardía o prudencia?

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Arabella

Lola me recogió temprano esta mañana, ambas con una sensación de inquietud palpable. Sabíamos que hoy, viernes, Bigelow nos evaluaría, teníamos un presentimiento desalentador. A pesar de haber estudiado muchísimo, sentía un vacío de conocimiento, y me preocupaba aún más el recordar que ayer, Lola me hizo preguntas sumamente básicas sobre apenas la primera unidad, de todo el torrente de cosas que había anotado nuestra profesora en el temario. Aquello revelaba su propia situación.

Sabía que ni ella ni yo podríamos ver a Bigelow a los ojos como antes, o tal vez, ya no podríamos hacer la vista gorda y fingir indiferencia. Al menos no yo, y menos después de haberme enterado de lo de su divorcio. No sé si fue el famoso "efecto placebo", pero en cuanto se adentró al salón, reparé en ella más de lo debido; en que se encontraba más delgada, que su piel se había vuelto más pálida que de costumbre, en la tristeza de su porte y la alegría que había perdido.

Me vi movilizada por el estado decadente y entristecido de la profesora, tal vez incluso demasiado como para ser normal. Entonces, no puede evitar preguntarme si seré una persona demasiado sensible, porque a Lola parecía importarle tres mierdas.

—Al que encuentre copiándose de algún compañero, le retiraré la hoja y se irá con el primer trimestre de mi cátedra reprobada, ¿se comprende?— Aquellos que tenían planeado hacer lo que yo hice el año pasado junto a Lola, no tuvieron más remedio que agachar la cabeza y resignarse a su destino con el resto de nosotros.

Iba banco por banco repartiendo boca abajo los exámenes, teníamos prohibido darlos vuelta hasta que todos tuvieran el suyo. Cuando por fin la profesora tomó asiento en su escritorio, dio la orden de comenzar. Volteé el mío y vi que se trataba de un verdadero o falso de treinta preguntas. Calculando mentalmente, concluí en que necesitaba al menos dieciséis respuestas correctas para superar la evaluación. Dieciséis respuestas que le demostrarían a Bigelow que sí había prestado atención en sus tontas clases, que era capaz de comprender los conceptos impartidos, y que era merecedora de la bandera como  reconocimiento por ser una estudiante destacada.

A medida que avanzaba en la prueba, me di cuenta de que demasiadas de mis respuestas eran falsas en lugar de verdaderas. Esta diferencia me desconcertó, así que decidí revisar cuidadosamente cada pregunta nuevamente. Totalmente insegura, cambié algunas de mis respuestas previamente marcadas como falsas.
Finalmente, cuando terminé y me preparé para entregar mi examen, me di cuenta de repente que, sobre el escritorio de Athenea no había ningún examen entregado, aparte del mío. El horror me invadió al darme cuenta de que era la primera en entregar.

—¿Ya acabó?— Preguntó sorprendida en cuanto me vio parada frente a su escritorio. Yo asentí decidida, a lo que ella dio una rápida ojeada a la hoja en sus manos con una expresión totalmente neutra. Mientras tanto, yo analizaba la situación del curso; vi a la inteligente del salón agarrarse la cabeza con las manos y negar repetidamente. Al ver eso, me llevé una mano al rostro con evidente preocupación, ¿qué me quedaba a mí si esta chica no sabía nada? —¿Y ya revisó?— Volvió a preguntarme, sólo que esta vez con los ojos entrecerrados.

—¿Sí?— Ya no estaba tan convencida de lo que había escrito, pero ¿qué más podía hacer? Algunas preguntas sí que no tenía ni la más remota idea de cómo contestarlas. No porque Bigelow me hiciera dudar, la respuesta aparecería mágicamente en mi mente.

—¿Está segura?— Interpreté eso como un "acabo de leer tu examen y es una mierda, mejor cambia algo porque sino vas a desaprobar". Volví a mirar a mis compañeros, quienes habían parado de escribir para ver la escena.

—Deje de hacer dudar a la pobre chica profesora, mire cómo la está mortificando.— Lola habló con rostro impasible. Tomé el examen y volví a mi lugar para volver a leer, pero no cambié absolutamente nada. Cuando volví a aparecerme en su escritorio, ya me encontraba totalmente resignada.

Secretos de una jurisprudencia desdibujadaWhere stories live. Discover now