5. Mal oliente venganza

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Arabella

El fin de semana se pasó más rápido que un suspiro, estaba emocionada por lo que nos esperaba en toda esta semana. El jueves arrancaba la diversión y yo no podía estar más ansiosa. Mi emoción me había llevado a comenzar a armar los bolsos para el campamento y la pijamada, me sentía una niña de cino años cuando le decían que su cumpleaños se acercaba y era toda una bola de felicidad.

—Buenos días.— Saludé a mi amiga con un beso en la mejilla cuando aparcó frente a casa. Justo en cuanto iba a arrancar el motor, a mis fosas nasales llegó un nauseabundo aroma, era como si algo muerto se estuviera pudriendo en algún lugar. —¿Qué huele tan mal?— Rebuscó en la cajuela y sacó una bolsa de plástico transparente que en su interior contenía algo color rosa del cual desprendía un líquido blanquecino y viscoso. Cuando lo acercó más a mí, juro que casi vomito mi desayuno. —¿Qué rayos es eso? Mételo de nuevo a donde estaba, por favor.— Tuve que cubrirme la nariz para evitar que oliese ese desagradable olor.

—Un cámaron. Lo dejé pudriéndose todo el fin de semana al sol en mi jardín. Incluso Jojo casi se lo come.— Jojo es su gato, y lo que dijo es asqueroso.

—¿Y por qué querrías cargar con un camarón podrido en la cajuela de tu auto Lola?— Miré fijamente a la morocha con algo de asco y duda. Tengo fe en que su explicación será buena, es obvio que nadie en su sano juicio tendría esa asquerosidad en un auto.

—Oh... Ya verás.— Sonrió y se puso en marcha, omitiendo cualquier justificación. Por más de que insistí en que me dijera la razón por la cual tenía el camarón, ella sólo se limitó a pedirme paciencia. Eso me volvía más impaciente.

Al parecer no fui la única que reaccionó mal al Eau de toilet "Crevette pourrie" de Lola Banks. Pues, la gente se iba abriendo paso a medida que mi morocha amiga se paseaba por los pasillos. Yo, en cambio, me hice a un lado y fingí no conocerla, parecía como si ninguna de las dos hubiera tomado un baño en tres semanas.

Cuando llegó al salón de clases, lo primero que hizo fue acercarse al escritorio de la profesora. Se arrodilló hasta quedar a la altura de la silla en la que todos los profesores toman asiento. Lo que casi nadie ha notado es que, tanto las patas del escritorio, como de las sillas, son caños huecos. La morocha se dispuso a sacar de la bolsa a la pequeña desgracia y, con mucha precisión, la colocó en uno de estos tubos. En cuestión de segundos, todo comenzo a apestar, pero lo gracioso es que nadie sabía de dónde provenía el hedor.

Haciéndonos las tontas, tomamos asiento en un punto alejado del escritorio, pobre de quien tenga que estar frente al profesor. Es como si ya nos hubiéramos acostumbrado a respirar por la boca, ambas podíamos existir en esas cuatro paredes sin soltar una arcada. Sin embargo, no puedo decir lo mismo del resto, si bien el olor no era tan fuerte, sí sé llegaba a percibir que algo no estaba en condiciones, los rostros de asco en nuestros compañeros eran cómicas.

—¿Ustedes también huelen eso? Qué horror, parece como si alguien hubiera muerto aquí.— Todd tomó asiento a nuestro lado, Lola comenzó a reír por lo bajo, pero ninguno de los dos comprendía el porqué. —Oh, entonces tú tienes que ver.— Insinuó con picardía en la voz y una sonrisa en el rostro.

—Escondió un camarón podrido en una de las patas de la silla del profesor.— Agregué resignada, me recliné en el asiento para cruzarme de brazos y lanzarle una mirada inquisitiva a la morocha a mi lado. —Anda, ya cuéntanos para qué.— Negó e imitó mi postura.

—Dejaré que lo descubran solos.— En ese instante, el camarón dejó de ser el único aroma en el salón, entonces un exquisito perfume invadió mis sentidos. Bigelow se adentró usado sus tacos aguja negros en conjunto con su cabello y falda entubada.
Por unos minutos el hedor a putrefacción se cubrió, siendo reemplazada por una fragancia a gardenias y miel. Reconocería ese perfume en cualquier lugar, Cher dieciocho, y la única que lo utilizaba era ella y, alguien con quien conviví hasta hacía muy poco. Mi hermana.

Secretos de una jurisprudencia desdibujadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora