EL QUIOSCO DE CAFÉ EXPRÉS

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El nuevo empleo de Denny consistía en trabajar para una compañía de marketing que trataba principalmente con clientes a través de Internet. Era muy inferior al prestigioso puesto de becario en una de las mayores compañías de publicidad al que había renunciado.
Su brillantez, que sus jefes habían apreciado y fomentado en su anterior trabajo, en esta empresa casi estaba mal vista. Las personas
mezquinas con las que trabajaba se sentían intimidadas por sus ideas.
Lo trataban poco menos que como al chico de los recados, encargándole tareas inferiores para sentirse ellos más importantes. Denny odiaba su trabajo. Nunca me lo dijo con claridad, pues quería evitarme dolor o un sentimiento de culpa, pero yo lo sabía. Lo veía en sus ojos cuando se quedaba en la cocina, retrasando el
momento de irse a trabajar. Lo percibía en su talante abatido cuando entraba en el bar por las noches después de terminar su jornada. Se sentía muy desgraciado.

Una noche, en el bar de Pete, después de una larga jornada de trabajo, Denny se sentó solo en una mesa al fondo a beberse una cerveza, absorto en sus pensamientos. Quería acercarme y hablar con él, pero no quedaba nada que decir. Ya le había dicho que con el tiempo las cosas mejorarían, pero no parecía ser el caso. También le había prometido que lo amaría eternamente por haber regresado junto a mí. Eso le había hecho sonreír un poco, pero poco más. Incluso le había animado a que dejara el trabajo y buscara otro empleo, pero las oportunidades escaseaban. Seguía buscando otro trabajo, pero, de momento, si quería permanecer en su ámbito profesional, y si quería quedarse en Seattle, tenía que conformarse con lo que tenía. Suspiré al verlo. Miré a Lauren, que estaba sentada con sus
colegas de la banda a una mesa cerca de la de Denny. Confiaba en que al fin se sentara junto a Denny y hablara con él, para animarlo.
Pero Lauren charlaba con Matt y estaba de espaldas a Denny. Desde una perspectiva ajena, probablemente no tenía nada de particular, pero yo sabía que Lauren seguía rehuyendo a Denny. Ni siquiera se dignaba a mirarlo, y rara vez cambiaba con él unas pocas y educadas
frases. Anhelaba que Lauren abandonara esa actitud y volviera a ser su amiga, como había dicho que era. Entendía que se sintiera culpable —yo también me sentía así—, pero había llevado las cosas demasiado lejos. Denny no se merecía eso ahora.

El móvil, situado junto a la cerveza de Denny, empezó a sonar y él respondió suspirando. La empresa quería tenerlo disponible las veinticuatro horas del día, y le había dado el móvil con órdenes de que sólo podía utilizarlo para hablar con ellos y que cuando sonara debía atender la llamada. A mí aquello me irritaba sobremanera.
Sobrepasaba con mucho las obligaciones de un becario. Después de hablar unos minutos de mala gana, Denny apagó el móvil, se levantó y se acercó a mí.

—Hola. —Trató de sonreír, pero vi que era una sonrisa forzada.

—Hola. —Sonreí para tranquilizarlo, pero empecé a irritarme sabiendo de antemano la conversación que íbamos a tener.

—Lo siento —dijo con brusquedad—. Era Max. Tengo que irme. —Max era un hombrecillo irritante y astuto, que parecía disfrutar enviando a Denny a hacer unos recados absurdos, preferentemente fuera de su horario laboral.

Su última misión vital consistía en pasarse por la tintorería y Starbucks.

—¿Otra vez? —Denny... —No quería mostrarme de mal humor, pero lo estaba, y mi voz lo denotaba.

Estaba harta de las interminables tareas que ocupaban continuamente la mente y el tiempo de Denny, las cuales eran indignas de alguien tan brillante como él.

—Camila —replicó enfadado—, es mi trabajo. Tengo que hacerlo.

Esta vez la irritación en mi voz era intencionada.

—Antes no lo era.

—No, no lo era...

El sentimiento de culpa se mezclaba con mi enojo, incrementándola. Me volví bruscamente de espaldas a él y empecé a recoger los vasos vacíos de una mesa cercana.

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