CAMBIOS

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Denny no tardó en causar buena impresión a las personas en su trabajo, tal como yo sabía que haría, y ya no disponíamos de tanto tiempo para estar juntos como yo habría deseado. Seguía procurando despedirme de él por las mañanas, pero, cuando me adapté a la rutina de acostarme cada vez más tarde, se me hacía muy difícil despertarme con él. Al cabo de unos días, Denny sólo obtenía de mí un «hasta luego» y un beso en la cama. Como quería causar buena
impresión a sus jefes, solía quedarse hasta más tarde de la hora en que yo debía irme a trabajar. De modo que, al poco tiempo, quedó muy claro que el único tiempo del que disponíamos para estar juntos eran las tardes de los fines de semana, antes de que comenzara mi turno y el par de noches que tenía libres.

No obstante, Denny hacía lo que podía para pasar tantos ratos conmigo como era posible. Venía al bar después de trabajar para verme, y, a veces, se quedaba a cenar o a tomarse una copa con Lauren y los chicos. Nos abrazábamos y besábamos con ternura, y los clientes asiduos del bar gemían con fingida exasperación. En cierta ocasión, alguien nos arrojó una servilleta hecha una bola. Yo tenía la sospecha de que había sido Griffin, y me alegré de que sólo fuera una servilleta.

Junio pasó como un suspiro mientras seguíamos con nuestra rutina cotidiana, y, antes de que pudiera darme cuenta, llegó julio. El Cuatro de Julio, Denny tuvo que ir a la oficina. Eso me molestó bastante, pues habíamos planeado pasar el día en su playa favorita — un poco de sol y mar para mi chico amante del agua—, pero me prometió que esa noche vendría al bar de Pete y pasaría toda la velada allí, aunque yo estaría trabajando, lo cual mitigó un poco mi
malhumor. Yo pasé buena parte del día leyendo un libro y tomando el sol en nuestro pequeño y soleado jardín trasero. Bueno, el término «tomando el sol» haría suponer que tenía un tipo de piel que cogía un bonito color tostado, como el de Denny. Pero lo cierto es que tenia una piel mucho mejor. De modo que me puse un bañador de dos piezas, me unté un montón de crema protectora para evitar exagerar en el tono que tomaría mi piel, y me dispuse a gozar del calor del sol, por no decir de los efectos del cambio de color que sufriría.

Mientras leía mi libro, me deleité con el calor, que me hacía cosquillas en los muslos y en la parte baja de la espalda. Alcé la vista y vi una hermosa libélula posada en una larga brizna de hierba a pocos centímetros de mi rostro. Su cuerpo y el extremo de la cola tenían el mismo color turquesa vivo de algunas de las piezas de
bisutería confeccionadas por americanos nativos que había visto expuestas en las tiendas locales. La libélula parecía sentirse completamente feliz, descansando sobre su diminuta percha y disfrutando del soleado día, al igual que yo. La miré sonriendo y seguí
leyendo mi libro. Era agradable no sentirme completamente sola. Al cabo de un rato, cuando mi cuerpo hubo asimilado su ración diaria de vitamina D, entré en casa ebria de sol, me tumbé en el sofá y me quedé dormida casi al instante. Me desperté media hora antes de que comenzara mi turno y me apresuré a cambiarme y arreglarme. Llegué a la parada del autobús que me llevaba al bar de Pete justo a
tiempo. Menos mal, al menos no me sentiría cansada durante mi turno.

Esa noche, Denny, cumpliendo como siempre su palabra, se pasó por el bar al terminar su trabajo. Curiosamente, el local estaba abarrotado, teniendo en cuenta que era un día festivo, y tuvo que sentarse en un taburete en la barra. Las miradas de cordero degollado que Rita le dirigía empezaban a irritarme, cuando de repente aparecieron Lauren y su banda. Confiscaron su mesa habitual y acercaron otra silla para Denny. Pese al gentío que había en el local, las estrepitosas risas que provenían de esa mesa no cesaron en toda la noche. Poco antes de que la banda comenzara su actuación, Denny y
Lauren se entretuvieron jugando un rato al billar americano. Cuando me dirigía hacia la cocina, me detuve y me apoyé contra el arco de la puerta. No pude evitar sonreír al observar la profunda y relajada amistad que les unía. Bromeaban y charlaban mientras jugaban como si hubieran sido amigos íntimos durante años y no hubieran estado nunca separados. Asimismo, no pude evitar sonreír al comprobar lo mal que se le daba el billar a Lauren. Denny se reía cada vez que erraba una jugada y trataba de enseñarle a hacerlo como es debido, pero a Lauren le daba la risa y se encogía de hombros, como si supiera que nunca iba a cogerle el tranquillo. A mí tampoco se me daba bien el billar, y Denny, que jugaba muy bien, había tratado de enseñarme un par de veces. En varias ocasiones, me había dicho con paciencia: «Es
simplemente una cuestión de física, Camila», como si por el mero hecho de conocer ese dato fuera a acertar la jugada como por arte de magia.

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