UNO

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Siento el aire frío acariciando levemente mis mejillas mientras el cielo nocturno se expande sobre nosotros. Las estrellas parecen destellos de diamantes esparcidos en el oscuro lienzo infinito y cada una de ellas cuenta una historia ancestral.

No importa cuantas veces haga esto, la sensación de asombro siempre se apodera de mis sentidos.

La danza de las estrellas es un espectáculo impresionante. Cada una parpadea como si fueran bailarinas celestiales siguiendo su propia coreografía, algunas más fugaces que otras.

Pero hay ocasiones, ocasiones como esta, en donde hay que prestar especial atención a lo que su danza dice.

- ¿Qué significa? – pregunto, rompiendo el silencio que se había formado entre nosotros.

Oreius guarda silencio durante algunos segundos, sin quitar la mirada del cielo nocturno.

No hay otro centauro que pueda interpretar la danza de las estrellas como lo hace él y tengo la suerte de decir que se ha encargado personalmente de enseñarme todo lo que sé. Solo espero que en algún momento pueda ser tan sabia como él.

- Se vienen grandes cambios – dice luego de algunos momentos.

- ¿Qué tipo de cambios?

- El invierno está por llegar a su fin.

Su respuesta solo me deja más confundida.

En Narnia siempre ha sido invierno, desde que tengo uso de razón no recuerdo haber despertado ningún día sin encontrarme con la enorme capa de nieve cubriendo cada centímetro de estas tierras.

Los centauros me han contado que no siempre fue así, que cien años atrás la tierra tenía un flujo natural de estaciones. Que se podía disfrutar de cálidas tardes de verano, de la serenidad del otoño y de los colores brillantes de la primavera.

Me han dicho que la profecía de que dos hijos de Adán y dos hijas de Eva derrotarán a la Bruja Blanca acabará con este invierno eterno, pero una parte de mí siempre ha temido no estar aquí para cuando eso ocurra. Yo no soy un centauro, no viviré doscientos años.

- ¿Qué significa eso? – pregunto al ver como Oreius se pone de pie.

- Significa que hay que comenzar a reunir a las tropas.

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Los días siguientes son un caos.

Oreius se ha encargado de hacer correr la voz alrededor de todo Narnia con un simple mensaje: Los reyes de Narnia están en camino.

Los primeros en aparecer fueron los centauros, que acudieron en cuando el llamado de Oreius fue hecho. Los siguientes fueron un grupo de faunos y enanos y poco a poco se ha formado un campamento que tiene un solo objetivo: prepararse para pelear contra la Bruja Blanca.

Por supuesto que yo no me quedo atrás.

Haber sido criada con centauros no solo me ha brindado el conocimiento para entender la danza de las estrellas, sino que desde pequeña he sido entrenada para ser una hábil soldado. Me manejo a la perfección con la espada y tengo un perfecto uso del arco. Mi agilidad no se compara con la de Oreius, pero aun así me destreza es excepcional.

El frío invierno nunca ha sido una excusa para los entrenamientos y ahora no es la excepción. Nos pasamos la mañana practicando el tiro con arco y la tarde en duelo con espadas, pero por alguna razón hoy algo se siente distinto.

Desperté antes del amanecer, para acompañar a Oreius a observar las estrellas y vi algo distinto. La danza mostraba cambios, cambios importantes. Le pregunté a Oreius que significaba, pero él solo dijo que había que esperar a que fuera revelado.

- ¿Cómo crees que sean los reyes de Narnia? – le pregunto a Gaia mientras me llevo una cucharada de sopa a la boca.

Gaia ha sido prácticamente una madre para mí.

Fue Oreius quien me encontró en medio de la nieve llorando cuando yo era solo una bebé y en cuanto llegó a su hogar, Gaia me cuidó como si fuera su propia hija. Me alimentó, me dio abrigo, me enseñó a leer y a escribir.

Ella y Oreius se encargaron de que los demás centauros me aceptaran como una más. Muchos creían que al ser humana sería demasiado débil para soportar su estilo de vida, pero de todas formas me criaron, me educaron y me aceptaron como una de ellos.

- Probablemente se parezcan más a ti que a mi – dice Gaia con una sonrisa, lo que también me hace sonreír a mí.

Ninguno de ellos sabe cómo es que llegué a Narnia.

Oreius escuchó un llanto en medio del bosque y al acercarse, todo lo que encontró fue a una bebé llorona de cabello anaranjado. Pocos metros más allá, estaba el cuerpo sin vida de la que fue mi madre. Según lo que me dijeron, tenía varias heridas y mordidas en su cuerpo que le causaron la muerte.

Tenía ocho años cuando me contaron la historia. Oreius no se explica porque yo estaba tan alejada de mi madre ni porque no había rastro de daño en mí.

Gaia me ha contado que las estrellas le advirtieron una llegada inesperada y que en cuanto Oreius apareció conmigo en brazos supo que todo tenía una razón de ser y que yo estaba destinada a acabar con ellos.

Aun así, mi presencia se mantuvo lo más en secreto posible. Solo nuestro clan tenía conocimiento de mi existencia, esto debido al mandato de la Bruja Blanca: Está prohibida la circulación de humanos en Narnia. Mi presencia no solo pone en peligro mi vida, sino que la de todo aquel que me guarde refugio.

Eso significó la sorpresa de todos los narnianos al llegar al campamento. Verme tan familiarizada con la cultura y las costumbres no eran algo que esperaban, pero supongo que se adaptan con facilidad a los cambios, porque al igual que los centauros, me ven como una más.

Estoy a punto de decir algo, pero el sonido de un cuerno hace que todo el campamento detenga sus movimientos.

Dejo mi sopa a un lado y me pongo de pie, tomando mi espada para estar lista para atacar y defenderme si la situación lo amerita. Todos parecen estar igual de confundidos que yo, pero poco a poco se empiezan a escuchar exclamaciones de sorpresa y asombro.

Confundida, me acerco al centro del campamento con Gaia junto a mí y en cuanto me doy cuenta de lo que ocurre siento una enorme mezcla de felicidad y esperanza.

Un enorme león avanza entre los soldados narnianos, que poco a poco se agachan en reverencia ante él. Su presencia es imponente, pero no intimidante. Irradia benevolencia y esperanza.

Ni siquiera tengo que preguntar para saber de quien se trata.

Aslan.

ASTERIA | Edmund PevensieWhere stories live. Discover now