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24/04/1982
[08:20 a.m.]

Caminé hacia mi pupitre y me senté. Emma había faltado, eso significaba una cosa: iba a pasarla sola todo el día, hasta que terminasen las clases.
   Suspiré e intenté prestar atención a la clase de matemáticas.
   El profesor daba algo así de álgebra, pero cada alumno estaba en su propio mundo silencioso... cosa que no me sorprendía.
   El café de hoy como desayuno no me había servido para despertarme del todo. Me había pasado la noche estudiando para el exámen de literatura, y apenas había dormido cuatro horas. Se supone que un adolescente debería dormir diez horas, según los científicos.
   Cada etapa es distinta.
   Bostecé y miré mi carpeta, ya había copiado el título sin darme cuenta.
   El profesor había dejado algunas actividades para hacer. Y luego de hacer todas, apoyé mi cabeza en mi pupitre.
   Miré la ventana que tenía a mi lado, los pájaros volaban y cantaban sus dulces canciones. Quería sentir la brisa de afuera, lamentablemente sólo podía abrir la ventana cuando era receso.
   El sol y las nubes daban un paisaje estético. La naturaleza era hermosa, era una lástima que en ella vivieran los seres humanos.


El timbre sonó y mis compañeros empezaron a irse. Empecé a guardar mis cosas, para luego, después del receso, irme a las clases de filosofía.
   Pero una mano bloqueó que ponga mi carpeta en mi mochila. Ya que estaba encima de mi carpeta.
   Levanté la vista y vi a unos de los amigos de Michael Afton. Simón.
   —Oye, dame tu dinero. Quiero comprarme algo en la cafetería —dijo.
   Sabía que no debía meterme o hacerle la contra a esos chicos, si ellos querían, yo podía salir de la escuela con un ojo morado, mi nariz sangrando y sin un diente.
   —Ah, sí... Eh... —nerviosa, busqué en mi mochila algo de dinero. Solamente había traído cinco dólares.
   —¿Cinco dólares, enserio? ¿Crees que voy a comprarme un par de gomitas o qué? —dijo, cuando vio el dinero que le pasé.
   —Perdón, pero fue lo único que traje. No pensaba comprarme algo más.
   Éste sólo metió el dinero en el bolsillo y se fue del salón.
   Terminé de guardar mis cosas, me puse la mochila y salí del aula.
   Caminé hacia la cafetería, aún con sueño. No pensaba comer nada, ni tampoco comería nada. Hacer trueque tampoco me serviría, seguramente me darían una manzana mordida y yo no pensaba gastar cosas por eso.
   Me senté en la escalera que dirigía a la tercera planta del colegio, y busqué por mi mochila si tenía una tarea sin terminar. Así podía gastar mi tiempo y olvidarme del hambre que tenía.
   Abrí mi carpeta de biología y busqué hoja por hoja. Pero nada. Todo lo tenía terminado y ya corregido.
   Guardé mi carpeta y tenía pensado sacar otra. Pero unos pasos me interrumpieron por segunda vez hoy.

   —Sólo tengo dos sándwich, ¿vas a quererlos? —escuché. Miré hacia arriba y me encontré con quien no pensaba encontrarme.
   Era rarísimo verlo allí parado, ofreciéndome cosas cuando él se encargaba de sacarles cosas a los alumnos de aquí, junto a sus amigos.
   Me sorprendió bastante e hizo que mi hambre hiciera que mi estómago suene. Me avergoncé de eso pero no lo hice mostrar.
   —De acuerdo, gracias... —dije. Él se puso de cuclillas y me los pasó. Verlo así me daba un poco de ternura, siendo alguien que no se hacía mostrar delante de gente. Se suponía que él actuaba como matón del colegio, un tipo molestoso y amenazante. Un tipo insoportable junto a unos tres más.
   Y una idea cruzó por mi cabeza: «¿Será que quiere algo a cambio?»
   Lo miré y me animé a hablar:
   —¿Quieres algo a cambio o qué? ¿Por qué lo haces?
   —¿No puedo hacerlo? Lo único que te pido es que mantengas la boca cerrada y no digas nada, ¿entendido? No quiero avergonzarme en frente de todos. —dijo.
   Lo observé irse, aún sorprendida.
Pero agradecida al mismo tiempo.
   Era algo que iba a dejar atónitos a todos si lo supieran. Ya que él era uno de los matones que a los alumnos de aquí les daba más miedo.
   ¿Quién diría? ¿Frederick, dando dos sándwiches a alguien por pena?

●  ●  ●

Entré a mi cuarto y dejé la mochila arriba de la silla de mi escritorio. Mi cansancio no me dejaba en paz ni un segundo. Me tiré boca abajo en la cama, exhausta. Tenía ganas de dormir allí mismo, sin almorzar siquiera.
   Mi madre entró a mi cuarto, y desde la puerta me dijo:
   —Evolett, ya está listo el almuerzo.
   —Enseguida voy... —dije.
   Ella sólo cerró la puerta y me dejó sola.
   No quería moverme, pero el hambre mandó a mi cuerpo.
   Luego de bajar las escaleras, caminé hacia la cocina. Me senté en una silla y miré a mi hermana menor, Beatrice.
   Ella hablaba de algo con mi madre que en realidad yo no prestaba atención.
   Mamá y Beatrice sabían que hoy no estaba de humor, aunque nunca lo estaba. No dirigía la mirada o palabra la mayoría de veces a las dos desde hace tres años. Y ellas sabían porqué.
Por eso no me metían en su conversación.
   ¿Enserio, para ellas, fue tan fácil superarlo?
   Mi corazón se hundía al recordar una y otra vez aquel suceso. Mis manos temblaban de la culpa y mis ojos se cristalizaban.
   Pero me aguanté, no iba a llorar... no ahí.
   Miré el pollo asado con la ensalada de tomate y albahaca. Mi apetito se estaba yendo de apoco, así que empecé a comer.
   Pero ese pensamiento volvió a mi mente: ¿Tan fácil es superar u olvidar a alguien? Eso dependía del humano al que le afecte el suceso. Mamá y Beatrice sólo tardaron en superarlo dos años. Yo todavía no lo hacía.
   ¿Por qué el dolor me amaba tanto, como para no querer despegarse de mí? ¿La desgracia le seguía la corriente? ¿La felicidad acaso pensaba que yo era un bichito raro por eso no quería acercarse? ¿Acaso alguna vez hice tantos pecados para que la nobleza se despegue de mí? Probablemente, sí. Y me culpaba absolutamente de eso.
   La culpa de perderlo hacía que mi espalda me doliese de tanto llevarlo encima. El dolor carcomía mi corazón. Y el vacío se alimentaba de mi alma.
   Ese once de enero del año mil novecientos ochenta me perseguiría hasta mi tumba. Por haber ignorado a su pedido.
   ¿Alguien más se atrevería a intentar sacarme de ese hueco oscuro?
   ¿Pensarían que sería en vano?
   Algunos de mis familiares ya lo intentaron por meses, incluidas mamá y Beatrice. Todos se rindieron. No sentían ni sentirían todo el vacío que habitaba en mi ser desde aquel día de mi cumpleaños.
   Todo aquel dolor que me ahogaba con mis palabras y que quedaba estancado en mi garganta y estómago. Nadie. No había nadie que me ayude en esto, hasta el momento. Mis esperanzas de salir del agujero se desvanecían cada día.
   Orar y volver con Dios no me ayudaba, ir a un psicólogo tampoco, vengarme tampoco lo haría. ¿Vengarme de quién? No sabía, porque él había desaparecido de la nada en un día tan bello y lleno de alegría para mí.
   833 días desde su desaparición.
   Odio lo mucho que anhelaba recordar y contar los días.



Frida_Hoffman °

ՏᏔᎬᎬͲ ՏႮᎷᎷᎬᎡ  ||𝐌𝐢𝐜𝐡𝐚𝐞𝐥 𝐀𝐟𝐭𝐨𝐧||Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon