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Casa

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Siendo honestos, una de las cosas favoritas de Reese cuando niño, sin dudas era ir al tiradero.

A diferencia de Malcolm, quien siempre (y sobre todo al crecer) había encontrado esas cosas un tanto desagradables, Reese no podía verlo como algo menos que entretenido. Estar rodeado de cosas tan geniales como absurdas, animales, y demás..., a sus ojos simplemente era igual a tener todo un mundo nuevo que explorar.

Así que, en realidad, su queja inicial sobre por qué él podía quedarse en casa mientras el resto iban a perderse entre montones y montones de basura, sólo había sido más bien un arranque instintivo por cuestionar una orden directa de su madre como antaño, luego de tanto tiempo de no hacerlo.

Ni siquiera pretendía arrastrar de verdad a Malcolm con ellos, sabiendo y visualizando bien en su cabeza la mueca que seguro iba a tener en cuanto su bonita nariz percibiera un poco de toda esa mezcla abrumadora y maloliente.

Y, sí, podía ser que Reese mantuviera sus destellos de sadismo especialmente activos hacia él en ocasiones, pero eso únicamente cuando estos involucraban resultados mucho más satisfactorios e interesantes para ambos..., y no a su novio particular y definitivamente malhumorado durante un día entero.

No, no, porque entonces la tortura no acababa siendo de nadie más que suya para sufrir después.

«Hm...»

Honestamente, Reese nunca supo lo que era que le importaran las consecuencias de sus acciones, hasta esa vez que había hecho enojar a Malcolm y tuvo que pasarse una tarde entera buscando la forma de arreglarlo porque ya no había nadie más a quién culpar sino a sí mismo.

Sonaba infinitamente más divertido ahora de lo que había sido en el momento...

Aunque, aparentemente, era algo de familia, porque,

—No se lo digas a tu madre, hijo, pero en ocasiones estoy de acuerdo en que se altera a niveles innecesarios cuando se trata del orden en la casa, como si todo fuera culpa mía...

Durante todo el camino, Reese había estado tan distraído, apenas escuchando de fondo a Dewey cantar cosas sobre el basurero en el asiento trasero y a Jamie haciéndole segunda con vagos tarareos, que cuando su papá finalmente dejó de fingir hablar con el locutor de la radio como si el tipo pudiera escucharlo y se dirigió por completo a él, terminó por sacarlo de su cabeza, atrayendo inevitablemente su atención.

Y, mientras procesaba lo que el hombre acababa de decir, le fue imposible no bufar ante la irónica naturaleza del comentario.

—Dímelo a mí... Malcolm me hace lo mismo a veces cuando olvido algo.

—¿En serio?

Él asintió en medio de un suspiro.

—En algunas cosas más que en otras... Pero, sí —respondió—. Creo que estando solo se acostumbró tanto a mantener su propio orden, que a veces no puede evitar alterarse cuando está muy estresado y una cosa se junta con la otra... Aunque tampoco es nada que no se pueda arreglar después de un rato.

Su papá se echó a reír, y Reese elevó una ceja.

—Creo que los dos sabemos que tu madre no es alguien que olvide o deje pasar las cosas fácilmente.

—Hm... Deberías intentar con algo que la distraiga de verdad.

—¿Qué?

La forma en que los ojos verdes de su padre se desviaron del camino para verlo con intriga y obvio escepticismo casi le hizo reír por la expresión, pero Reese sólo sonrió de lado y se encogió de hombros, desviando la vista hacia la ventana y relajándose ante la sensación del fresco aire en su cara.

Serotonina [Wilkercest]Where stories live. Discover now