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Maldita suerte

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Se suponía que no volvería a verlo. Se suponía que al salir de esa casa..., al darse cuenta de sus propias depravaciones, lo olvidaría..., que seguiría con su vida y encontraría pretextos para no verlo en Navidad, en Día de Gracias, o en su cumpleaños.

No se suponía que él lo buscara. No se suponía que llegara de la nada un día, con una estúpida y maltrecha maleta en mano y la audacia de pretender adueñarse de su sofá, de su cocina, y de cualquier otro espacio disponible en su vida.

Tampoco se suponía que lo dejara entrar. No otra vez.

Y, no obstante, ahí estaban.

—¿Viniste desde California... en eso?

Malcolm lo observó con la mandíbula ligeramente desencajada, y Reese hizo una mueca.

—¿Por qué lo dices con ese tono?

—Espera, espera, ¿no estás bromeando? —inquirió, señalando hacia el vehículo genuinamente incrédulo— ¿Quieres decir que en verdad condujiste cuatro mil kilómetros hasta acá?

—En ruta son casi cinco mil...

¿Ah? ¿¡Estás demente!?

Reese soltó una carcajada, y Malcolm no podía hacer nada más que verlo como si fuera un extraterrestre, incapaz de modular algo mínimamente inteligible por un instante, porque,

—Reese, en serio, sabes que podías haber tomado un avión, ¿no?

—Oye, no podía dejarlo allá...

—Oh, por Dios —suspiró, llevándose una mano a la cabeza y la otra a la cadera—, perdiste más capacidad cerebral en estos años... No puedo creerlo.

—Vamos, no es para tanto.

—¿Que no es- vaya —Malcolm tuvo que interrumpirse a sí mismo para tomar aire, porque, claro, Reese tenía que ser una de las únicas personas en el mundo lo suficientemente impulsiva como para decidir de un momento a otro que podía cruzar el maldito país por carretera, sin detenerse siquiera a buscar otras opciones...

—¿Cuánto tiempo llevas viajando —preguntó luego de un rato—, toda la semana?

—En realidad tres, casi cuatro días. Hice paradas más que nada para dormir.

Reese respondió como si nada en una casi imperceptible mezcla de vergüenza e incomodidad, y entonces, Malcolm de nuevo se sintió un tanto culpable, volviendo a hacerse internamente y de manera inevitable el mismo par de preguntas que no lo habían dejado tranquilo desde que lo vio;

¿Por qué lo había hecho...?

¿Por qué tomarse tantas estúpidas molestias por algo que en primer lugar no debería importarle demasiado?

Malcolm no lo entendía. Reese se la pasaba haciendo cosas que ni él mismo acababa de comprender en su totalidad a veces, pero, aun así, en ocasiones como esta, echarle la culpa a su impredecible hermano mayor simplemente no era suficiente.

—¿Y todo porque no podías dejar un auto? —bufó, sacudiendo la cabeza para apartar su revoltura interna luego de un minuto sin decir nada— Creía que antes yo era el obsesivo sobre tener uno, y tú el que se la pasaba fastidiándome por ello...

Su hermano se encogió de hombros.

—Ya te lo dije, no podía dejarlo, es mío. Me costó más que sólo dinero, ¿sabes? Y sí, se ensució un poco en el camino, pero nada que no se arregle con un poco de agua y jabón —sonrió—. Debiste verlo cuando lo conseguí. ¡Tenía un mapache y todo, Malcolm!

Serotonina [Wilkercest]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ