17. Daniel

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Y, efectivamente, la ventana tiene moho y no se puede abrir, así que puedo respirar con tranquilidad porque mi querido hermanastro no me va a lanzar al vacío.

Pero no solo la ventana tiene moho. Todas las partes de esta casa (si es que es legal llamar a este sitio así) están llenas de esa asquerosidad: las paredes, el suelo, las puertas... Hasta el casero.

—¿Y no me puede hacer una rebaja en el precio? —le pide Axel al hombre, un señor de setenta años con cara de antipático y que tiene un pedazo de bigote que le da un aire a Mauricio Colmenero, el que sale en la serie Aída—. Novecientos noventa y nueve euros con noventa y nueve céntimos es muy caro para este lugar.

¿Muy caro? ¡Lo va a timar directamente! Estamos metidos en un zulo de menos de veinte metros cuadrados en el que no cabemos, donde la habitación, la cocina y el salón se encuentran en la misma sala. Lo único privado aquí es el baño, que aún no lo hemos visto, pero seguro que estará en las mismas condiciones: con humedades, telarañas, moho y olor a rancio.

—¿Cómo que es muy caro, niño? —le espeta el casero—. ¿Tú sabes dónde está situada esta suite de hotel? ¡En La Barceloneta! Muchos pagarían cinco mil euros al mes por vivir en esta zona. Te lo estoy dejando regalado.

Se me escapa una carcajada cuando menciona lo de suite de hotel, pero la disimulo con toses.

—Uy, esto es malísimo para los pulmones, eh —comento señalando la estancia.

De verdad, no había visto tanto moho en mi vida. Esta cloaca es insalubre y Axel se merece vivir en un palacio.

—Eso se limpia en nada —me responde el doble de Mauricio Colmenero—. Les decís a vuestras madres o a vuestras novias que les pasen un trapo con agua y se queda reluciente.

¡Ala! Será posible... Yo preferiría vivir en la casa de mi madre y la de Casi antes que soportar a este señor.

—Usted, aparte de un timador, también es un machista. —Le planto cara.

—¡Dani, acompáñame al baño, que tengo muchas ganas de ver cómo es! —exclama Axel para evitar que la siga liando pardísima.

Un momento... ¿He oído bien? ¿Me acaba de llamar «Dani» en lugar de usar mi nombre completo? Estoy dando volteretas. Desde que nos hemos reencontrado, no ha parado de decirme «Daniel».

—Voy, galletito mío.

Axel me lanza tal miradita de odio con la que me mandaría a zamparme todo el moho de la ventana y yo me lo comería con mucho gusto.

Cuando mi hermanastro abre la puerta del baño, se queda con el picaporte en la mano porque está más suelto que yo cuando me emborracho, y se me escapa un «ups». Nos adentramos en el interior, y a mí no me da tiempo a horrorizarme por lo que hay, porque lo primero que hace Axel es chillar; lo segundo, tirar el pomo al suelo y lo tercero, abrazarse a mí como un koala amoroso.

A ver, es feo el baño, pero no tanto como para asustarse así, aunque yo se lo agradezco, porque echaba de menos sus abrazos.

—Una cuqui en el lavabo —me susurra.

Mis ojos se desvían hacia ese lugar para toparse con una cucaracha mutante, posada sobre el grifo y moviendo sus antenitas.

—Eh, vale. —Respiro hondo y me hago el valiente—. Te voy a sacar de aquí muy despacio para no asustar a esa cosa, que seguro que es de las que vuelan. No grites.

Huimos del servicio a cámara lenta y me atrevo a cerrar la puerta para que a ese bicho no se le ocurra salir de ahí, pero se queda entreabierta porque le falta el maldito mango.

Ojalá reescribamos nuestra historia (Serie Lapislázuli #1)Where stories live. Discover now