- No sabes cómo fue María... - Dijo Luisita desconcertada y con la mirada perdida.

  - Me lo puedo imaginar Luisi.

  - Entró a la casa fuera de sí, sin ni siquiera saludarnos y hecho una fiera.

  - Mi padre siempre ha tenido un carácter un poco peculiar. - Respondió María apartándole el pelo y poniéndoselo detrás de su oreja.

  - La humilló, dijo cosas horribles de Amelia y yo no pude defenderla María..., ¿tú sabes cómo me siento?

  - Tú no tienes la culpa Luisita, tú sabes cómo es nuestro padre que siempre quiere que hagamos las cosas a su gusto.

  - Pues conmigo se equivocó porque voy a seguir haciendo caso a mi corazón y mi corazón me grita que amo a Amelia.

  - ¿Sabes qué Luisita? - Preguntó María con un brillo en los ojos.

  - ¿Qué? - Respondió la rubia con una media sonrisa.

  - Que te admiro por ser como eres, por defender lo que quieres, sin importar los problemas que hayan, que siempre quise ser como tú, tan valiente y decidida y que cada día que pasa estoy más orgullosa de ser tu hermana. - Contestó María emocionada.

Las hermanas se abrazaron dándose todo el cariño y encontrando ese apoyo que siempre tenían la una de la otra para luego terminar con esa cena que no había empezado y así recordar los tiempos en los que eran unas niñas y siempre se escapaban de sus padres cuando algo no les gustaba.

A la mañana siguiente cuando Luisita se despertó, tenía las cosas muy claras y quería buscar respuestas del por qué su padre se había enterado de que estaba saliendo con la mensajera de su oficina y para ello fue a pedirle explicaciones al único capaz de dárselas dando por hecho que tuviera una buena excusa de por qué lo hizo.

Sin pensarlo y de forma directa se encontraba delante de su puerta y con enfado llamó al timbre.

  - Fuiste tú ¿verdad? - Preguntó Luisita sin mirarlo a la cara y entrando al salón.

  - ¿De qué estás hablando Luisita? - Preguntó Sebastián desconcertado.

  - ¿Fuiste tú quien le contó a mi padre que estaba saliendo con la mensajera de mi oficina? - Preguntó de nuevo acercándose a él mirándole a los ojos para que respondiera.

  - ¿La mensajera de tu oficina Luisita? - Preguntó burlándose de ella.

  - Sí, Amelia, la mensajera de mi oficina, la mujer que me hace inmensamente feliz cada día, la que con sólo decir su nombre se me ilumina la cara y de la que estoy completamente enamorada. - Le respondió con orgullo y una sonrisa hablando de la mujer que había cambiado su vida.

  - Sí, fui yo, se me escapó en una conversación que tuvimos. - Contestó el empresario con rabia y mintiéndole haciéndole creer que decía la verdad.

  - ¡Pero Sebastián por Dios, mi padre me odia! - Gritó Luisita desesperada tomando asiento en el sofá de la sala.

  - No será para tanto Luisita. - Respondió Sebastián poniéndose cerca de ella.

  - No quiere ni verme, no quiere hablar conmigo y me dijo que olvidara que era su hija.

  - Luisita, intenta arreglar las cosas, por el bien de los dos.

  - Yo no tengo que arreglar nada, él fue el que me dijo que no quería saber nada de mí.

  - Luisita, ustedes se quieren, no dejen de hablar por tonterías.

  - Para mí la relación que tengo con Amelia no es ninguna tontería y si no saben entenderlo es su problema.

  - Yo sólo te digo que hables con él antes de que sea demasiado tarde y no tengas tiempo.

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