Hay una leyenda que los valientes susurran y los cobardes callan por temor a una muerte segura. La leyenda de un demonio que se enamoró de la fragilidad de una rosa, de su sonrisa cálida y el océano que se reflejaba en sus ojos. Un demonio incauto q...
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—Se lo advertí, maldición. Todos sabíamos cómo iba a terminar esto ¡y qué hace él! ¡Trae al tartamudo a vivir aquí como si fuera su noviecito!
—Cierra la boca, Anael.—Bryce habló entredientes, Jesse dormía en la recámara de huéspedes. Bryce le había dado un tranquilizante después de que había caído en una crisis de nervios incontrolable.
—¿Qué? ¡No me voy a andar con cuidado por un Callum! ¡London se merece lo que le pasó por idiota!
—¡Ya basta!—Bryce golpeó la mesa.
Anael que iba de un lado a otro por la sala se detuvo y se cruzó de brazos. Lo miró de frente con aire de desafío. Una parte de la familia estaba allí, y los que no habían llegado pronto lo harían. Eric, Anael y Mercia.
—Ya le avisé a papá—aclaró Mercia quien se limpiaba los ojos—. Iba a intentar calmar a mamá mientras teníamos nuevas noticias.
Bryce se puso de pie y afirmó sus manos en la opulenta mesa. No sabía qué hacer, desconocían dónde buscar. Estaban de manos atadas.
—Está muerto, ¿verdad?—preguntó Mercia con un hilo de voz.
—Es... lo más probable.—Eric arqueó una ceja, sus manos juntas y sus dedos entrecruzados sobre la estructura rectangular frente a él.
—Mi pobre hermano.—Mercia se cubrió la boca y contuvo un grito desgarrador.
—Eso pasa cuando te metes con los Callums.—Anael era incapaz de controlar su ira—. Todos lo sabemos.
—Si es por eso, nuestro padre también debería estar muerto y no lo está—agregó Bryce—. Deja de torturarnos con tus comentarios.
—Por supuesto.—Anael frunció los labios y abrió las manos—. Dime, demonio, ¿qué piensas acerca de esto? ¿Qué piensas que va a pasarte a ti también?
—No te metas—advirtió Bryce, sus ojos grises se clavaron como dagas sobre su hermano.
—Esa puta con la que te revuelcas.
Y fue la gota que rebalsó el vaso. Bryce, con la velocidad de un auto de carreras dio dos zancadas y arrastró a Anael hasta la pared donde lo adhirió de un empujón tremendo. Cada hueso tronó.
—¡Basta!—Eric fue sobre los hombres. Bryce le apretaba la garganta con tanta fuerza que todos pensaron que se la partiría—¡Bryce! ¡Detente!
—Nunca, por ninguna circunstancia o razón vuelvas a dirigirte a Mayka de ese modo, porque a la próxima te mato, ¿entendiste?
Lo soltó de un sacudón, Anael cayó la piso y se sostuvo la garganta. Mercia corrió a asistirlo. Bryce caminó hacia la puerta y colocó las manos en la cintura.
—¿Te das cuenta demonio?—Anael apenas recuperaba el aliento—Amenazas con matarme por una mujer que tarde o temprano va a traicionarte.
