Hay una leyenda que los valientes susurran y los cobardes callan por temor a una muerte segura. La leyenda de un demonio que se enamoró de la fragilidad de una rosa, de su sonrisa cálida y el océano que se reflejaba en sus ojos. Un demonio incauto q...
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—Mierda.
Eric se quejó y tensó la mandíbula cuando el cuchillo se incrustó en su brazo en búsqueda de la bala. Jared silbaba como si estuviera realizando una tarea de lo más tranquila. Bryce sujetó a su hermano y le cubrió la boca cuando el cuchillo se hundió más y un grito desgarrador estuvo a punto de despertar a todos los que estaban en el motel.
—Bingo. —Jared arrojó la bala sobre una servilleta, y Eric respiró—. Ahora vamos a vendar y rogar porque no haya complicaciones hasta que regreses a Inglaterra.
—He hablado con mi padre —dijo Bryce—. Están al tanto de lo sucedido.
—Yo aún no recibo llamadas —esgrimió Mayka con un deje de preocupación—, y eso me asusta.
—Deben estar intentando salir de Estados Unidos —comentó Jared mientras vendaba el brazo—. Están hablando de un atentado. Nosotros también debemos irnos de aquí cuanto antes.
Bryce le movió el brazo con brusquedad, y Eric se quejó. Mayka, que había estado apoyada al lado de la ventana, viendo cómo el cielo se caía sobre ellos, dio pasos hacia el hombre herido y lo sostuvo con delicadeza. Sus manos se rozaron con las de Bryce, cuya mirada la desnudó.
—Hay que recostarlo unas horas —expresó la mujer. La vergüenza teñía sus mejillas.
—Estaré en la habitación contigua —informó Jared—. Necesito dormir.
—¿Puedes dormir en una situación así?
Bryce estaba anonadado frente a la frialdad de Jared. Y, contra todo pronóstico, encontró a ese tipo como admirable.
—Amigo, si no pudiera dormir después de una balacera sería un zombi —bromeó—. Nos vemos en un rato.
Eric se quedó dormido de inmediato. Bryce estaba en una silla frente a la cama, y al lado de él estaba Mayka. En silencio, contemplaban lo que el odio hacía.
—Mi madre fue amante de tu padre.
Bryce pestañeó y se giró hacia la mujer.
—¿De qué estás hablando?
—Isaac me lo dijo antes de que lo matara. No me preguntes el motivo, pero siento como que me estaba diciendo la verdad. Desconozco si nuestros padres serían capaces de aceptar esa realidad, mas no lo sé. Isaac no era tan creativo para inventar una cosa así.
Bryce se hizo hacia delante en la silla, frotó sus manos, que estaban heladas, y procesó cada palabra de Mayka.
—No me crees, ¿verdad? Lo entiendo, no tienes por qué hacerlo —susurró Mayka al cabo de un tiempo.
—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? —indagó con una sonrisa irónica—. He creído todo lo que me has dicho desde el primer momento en que te vi.
El corazón de Mayka dio un vuelco. Su pulso se aceleró. De repente, se sintió una colegiala tímida. Los recuerdos de su adolescencia vinieron con la fuerza de un huracán.
