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Nueva York es una ciudad muy transitada, con gente por todas partes, tiendas de abarrotes, grandes paneles de publicidad y muchos puestos de hot dogs. La gente pasa y camina con su vida a sus espaldas, cada uno con un pensamiento diferente al otro, objetivos nuevos, miedos, ansiedades y pasos que los llevan a la razón por la que se levantan día a día.

Dos hombres corren por las calles, uno empujando a cada persona que se interpusiera en su camino, era un afroamericano joven, de veintitantos años, con una sudadera y una bolsa en mano. Hace poco más de diez minutos había atracado una tienda. Para su mala suerte, una patrulla de policía se encontraba en su zona, y uno de los que iba adentro era Scott Campbell.

—¡Ve rodeándolo, yo lo perseguiré!  —Fue la orden que dió el detective de policía a su compañero, quien sin rechistar hizo lo que le ordenó.

Así estaban desde hace minutos, en una persecución dónde para su sorpresa, el chico era lo suficiente escurridizo para no ser atrapado por Scott, aún así, él estaba adiestrado, era veloz y tenía mucha resistencia. Por otra parte, el joven ya se empezaba a cansar y desesperar, incluso pensó en usar su arma. Pero si disparaba algún civil y era atrapado, su cargo sería mucho peor.

El chico empujó un puesto de frutas hacia el detective, provocando que todos se cayeran y le dificultara el paso. Cosa la cual no funcionó pero si dejo descontento al dueño de la frutería. Más adelante intento hacer lo mismo, empujando a una mujer en sus cuarentas hacia el policía, el cual tuvo que atajar su cuerpo para que no se cayera, aún así, lo siguió de cerca.

La respiración del joven afroamericano empezaba a cansarse, y sin notar que su perseguidor se detenía, optó por un atajo el cual divisó no muy lejos, un callejón. Corriendo por la calle con las luces en verde, provocó que varios autos se detuvieran bruscamente, provocando los claxons de todos, Scott aún lo siguió.

Dobló por el callejón, carente de luz del sol, con la salida al otro lado y con ciertos charcos de agua como botes de basura que le acompañaban. Él chico podría perderlo si llega al final del callejón, su semblante tal vez victorioso, o posiblemente calmado le hizo entender que iba a escapar, pero ese no sería el caso, la patrulla dónde estaba Scott había tapado la salida.

—¡Alto ahí, estás rodeado! —gritó Scott, su arma ya estaba desenfundada.

—¡Dejame en paz, estúpido poli! —El chico también sacó su arma, un revólver.

—Estas rodeado, hijo. Baja el arma y nadie saldrá herido —avisó Tompson, el compañero de Scott.

—Yo no bajaré nada, ustedes no tienen respeto por nosotros, abusan de su poder cada que tienen la oportunidad —respondió.

—¿De ladrones de poca monta como tú? Claro, que error el nuestro al no tenerles respeto. Baja, el, arma —avisó por última vez.

El chico quería seguir hablando, espetar lo que dijo, desahogar su rabia contra el sistema, o contra el mundo, pero cedió, aún así no quería ser lastimado.

—Esta bien, poli. Bajaré el arma, no dispares, ¿ok? —Su mano empezó a bajar el arma con lentitud, el dedo de Scott había quitado el seguro hace un minuto sin darse cuenta— Tengo familia, hago esto por ellos, míralos. Así sabrás que no soy alguien malo.

Tal vez fue el estrés de Scott, tal vez fue la adrenalina del momento, o un error del chico al no dejar el arma en el suelo y seguirle apuntando, tal vez fué poner la mano justo donde desenfundaria otra o aquella prisa que tuvo al mostrarle su foto; ¿debió creerle? ¿Debió quedarse quieto? Scott nunca lo supo responder, pero el error fue cometido y una bala salió disparada por acción motora. El chico no se lo esperó, y cayó al suelo, muerto.

La Mansión de los PecadosWhere stories live. Discover now