14

7 3 0
                                    


—Despierta, compañero —dijo una voz, susurrando con la delicadeza de una madre queriendo despertar a su hijo—. ¡Despierta! —La madre había gritado.

Scott pega un grito tras escuchar los susurros, sus ojos se abren como platos mientras el sudor moja sus sienes, ve muy poco. Está confundido, pero, aún logra recordar lo sucedido con Alastair, lo maldice en su interior por lo dicho anteriormente. Siente como cuelga de algo, sube la cabeza y observa como sus manos estan atadas a una cuerda dejando su cuerpo balancearse como si de una carne recién cazada se tratara. Le dolían las muñecas.

«¿Hace cuánto estoy aquí?» pensó. Llevó sus ojos a la entrada, una puerta de metal oxidada lo esperaba frente a él, gris con manchas marrones que muestran como el tiempo le ha pasado factura, aún así demostrando que era resistente y fría. A sus lados, diferentes cuerpos se encuentran colgados, algunos sin brazos, otros sin piernas, otros sin partes pequeñas del cuerpo que no logra notar. Parecía una carnicería, solo que en vez de animales, eran humanos. Y él era el único vivo ahí.

—¿Hay alguien con vida? —preguntó al aire con falsas esperanzas. Nadie respondió—, me lo veía venir.

Buscó algo que pueda usar para liberarse, un filo u objeto capaz de cortar la soga. Noto como su torso estaba desnudo, el chaleco que tanto lo había protegido, no estaba con él, obviamente, tampoco encontró a Cynthia; solo sus pantalones le acompañaban. Miró hacia arriba para vislumbrar como la distancia entre la cuerda y el techo, no le permitía arrancarla. Esta atrapado, eso es la única conclusión a la que pudo llegar.

El rato va pasando, la incomodidad en sus muñecas se va extendiendo por su cuerpo, dándole un pequeño malestar, aunque controlable, algo intolerante para él. De igual manera, él ya había vivido algo así, en una misión, dónde fracasó el tramo final por un chivato y él, como Marcus, su compañero. Quedaron guindando de esta manera ocultos en una charcutería italiana. Notó que sus anillos, ni el collar, tampoco estaban. Mucho menos Cuervo, lo había perdido de vista desde antes de caer en la mazmorra. Lo único que recuerda, es haber sido noqueado por Alastair, o más específicamente, por un libro. La furia se incrementa al recordar su nombre.

—Te mataré, Alastair —dijo para si mismo.

—¿Con quién hablas, compañero? —Oyó a su izquierda. Es la misma voz que antes le había despertado.

—¿Marcus? —preguntó, escucho un pie arrastrándose hasta estar frente a él.

—Ese soy yo —Admira su rostro, un gran hueco de bala le roba la vista, puede observar como su carne y cerebro se notan por el agujero que tiene—. Veo que estás atrapado, una lastima que terminaras así.

—No eres real, sé que no lo eres —respondió mientras apartaba la mirada.

—Oh, claro que lo soy, viejo amigo —Su mano le obliga a mirar su único ojo intacto—. La mente, —Toca la parte del cerebro dentro del hueco—, es bastante poderosa, soy tan real para tí e irreal para todos.

—Aún así, estás muerto, no puedo dejarme llevar por mi mente —objetó mientras se centra en hallar una salida.

—¿Eso crees? Pues —ríe—. Si te dieras cuenta que estás soñando, me harías saber que no te dejas llevar por tu mente.

Al decir eso, su figura se distorsiona, como si de un líquido se tratase, se deforma hasta convertirse en un charco, los cuerpos a su alrededor hacen lo mismo, cayendo como si de un balde se tratasen. En dos minutos, mientras observa inquieto, la sala donde se encuentra colgado, se va llenando del líquido rojizo, el cual ya alcanzaba su clavícula y le obligó a hacer lo único que podía, aguantar la respiración. Pero con sorpresa, nota que la sangre empieza a entrar en sus ojos, como si dos tubos hubieran sido abiertos para que todo el liquido entrase, sus ojos eran esos tubos. Gritó de angustia y agonía, el nerviosismo le corroe mientras siente como la sangre quema su interior.

La Mansión de los PecadosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora