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—¡Que aburrido es estar aquí! —exclamó, el joven niño en un bote junto a su padre con cañas de pesca en sus manos, era la primera vez que iban a pescar, a su padre le encantaba la idea, mientras que el chiquillo poca emoción tenia—. Ya no hay más peces, papá. Vámonos —El fastidio sobresalía de su voz, mientras desanimado, colocaba la caña a su lado.

—Paciencia, Scoty, esto es algo que tarda horas. No está nada mal tomarse un día para esto, ¿no crees? —respondió Demián, quien calmado, sin ninguna pizca de impaciencia ni fastidio, disfrutaba la calma del lago, junto a su hijo que no compartía tal sentimiento.

—¡Pero no engancho ni uno! ¡Esto es aburrido! —La molestia empezaba a notarse en el pelinegro, y su padre notandolo, volteó a mirarlo, sus ojos tranquilos y una sonrisa ladeada demostraban su diversión mientras dejaba su caña a un lado como lo había hecho su hijo.

—Cuando no sabes si podrás capturar a uno, es donde las mayores sorpresas ocurren. Si tienes paciencia, cualquier cosa llegará a ti, ¡pero, si eres impaciente! Ay hijo mío, las personas impacientes nunca terminan lo que se proponen. Tú y yo no somos ese tipo de personas, ¿o si?—explicó, regalandole una sonrisa— Además, disfruta del silencio cuando puedes tenerlo, Scott. Debes aprender a apreciarlo cuando está presente, pocos momentos así hay en nuestras vidas, valoralos.

El ojiazul se quedó pensante, observando el agua danzando con su movimiento calmado e hipnotizador. El sonido de las aves llegando a sus oídos le daban un aire agradable; el sol brillaba sin molestar a los pescadores, y llenaba de luz y belleza los alrededores. En silencio, Scott pudo vislumbrar la belleza de su entorno, ahí es donde pudo entender la belleza tras el silencio.

De nuevo, volteo a ver a su padre, quien miraba el agua silbando una tonada, con aire despreocupado junto a la caña de nuevo. Su cabello negro desfilado y su barba de tres días le daba el atractivo que tanto enamoró a su madre. Él era un hombre alto y en buena forma, gracias a su excelente entrenamiento policial. Su ropa de pesca siempre lo hacía ver como un hombre común y corriente, uno que no mataría ni a una mosca. Pero si la gente lo viera con su uniforme, temerían al hombre entrenado e idealizado por su joven hijo.

De repente, un movimiento bajo el agua alertó al chico; un pez había caído en la carnada y ahora la adrenalina de padre e hijo subía como espuma, mientras su acompañante señalaba a su hijo de lo que debía hacer.

—¡Sostenlo fuerte, hijo! ¡Sube la caña y mantén la fuerza!

El pez era grande, el esfuerzo que tenía que ejercer Scott era inmenso considerando su edad, pero su orgullo no le dejaría soltar a la presa que por horas intentaba hallar. Su padre quería ayudarlo, pero había algo que quería enseñarle a su hijo, y decidió mantenerse al margen.

Luego de unos segundos de batalla y mucho esfuerzo, Scott logró sacar el pez, su tamaño era considerable, el cual en sus últimos segundos de vida se movía errático con el anzuelo clavado en la boca. Hasta que segundos después, el pez murió.

—¿Ves, qué te dije? Debes tener paciencia, Scott. La paciencia es una virtud que, usada bien. Te dará la ventaja en toda situación de tu vida. Úsala a tu favor y ganarás. —Apuntando al pez como la prueba de su pequeña victoria. Él siempre había sido alguien metódico, simple y paciente—. A veces, hijo. El silencio es el mayor ruido que existe y debes aprender a oírlo.

Ya había transcurrido una hora desde que Scott se había levantado en una pequeña habitación que encontró algo lejana a la biblioteca. Como si la vida le diera una pequeña palmada en el hombro a Scott, le otorgó otro arma a su persona, una escopeta Remington, algo sucia, pero muy funcional para la situación dónde se encontraba. No hizo ninguna mueca de alegría, solo se enfocó en descansar y limpiar el arma, mientras contaba sus cartuchos. Doce, eran estos.

La Mansión de los PecadosWhere stories live. Discover now