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Sus brazos cruzados daban pequeños tics en sus dedo derecho, el cual tocaba el bicep expectante por su próximo movimiento. Él se tomó su tiempo, limpió sus labios luego de terminar su platillo, dejando la servilleta en la mesa y moviendo el plato hacia adelante, se levantó, no para ir hacia él, sino, se dirigió a las cápsulas dónde estás personas se encontraban, para observarlas; miró cada cartel, pensando en cuál empezar. Tres minutos pudo calcular, en lo que él solo se disponía a observarlos, hasta que dándose la vuelta, ya le hacía entender que había terminado.

—Por dónde desea comenzar detective, ¿izquierda o derecha? —preguntó.

—Me da igual, sea el que sea, terminemos con esto —tajó.

—Vaya que usted tiene una alegría que se pega a otros. —Sus ojos se voltearon con antipatía para observar a su primera víctima, la mujer sin una pierna—. Ella es Katherine Higgins, era una ama de casa, bastante conocida en su vecindario. Una madre ejemplar, decían. Tenía un esposo el cual la dejó con su hijo de cinco años, y ya te puedes esperar como son las mujeres al ser abandonadas sin razón alguna... más si la mujer tiene problemas de ira.

Su mirada se posó en la persona de la cuál hablaba, sus harapos cubrían sus pechos, su torso y cuerpo completo se movían sin cesar para poder liberarse aunque no tuviera éxito, su mente pensó muchas cosas, pero solo se limitó a ver esperando lo siguiente de la historia.

—No solo abusaba físicamente de su hijo, sino también, atropelló a otro niño, lo dejó en sillas de ruedas, ¿y sabes lo mejor? Ella escapó, nunca se supo quién fué, y si no fuera por unos basureros, nadie habría encontrado al niño —Tomó una pausa para darle espacio al pensamiento, luego prosiguió:—. Tu decisión está clara, pero, ¿Y si te digo que está mujer donaba a la caridad? Y no solo eso, era una médica reconocida, ayudaba a otros niños, a los adultos, era propensa a salvar vidas. Pero era astuta al ocultar los signos de violencia en su hijo, aún así, se encargó de salvar muchas vidas, era querida por su vecindario, he incluso. La gente quería ser como ella, ¡Que ironía!

Su pierna amputada se movía con libertad, no tenía una cadena que la retuviera, se podía ver cómo su pecho subía y bajaba para almacenar aire que era expulsado al instante por sus gritos.

—Entonces, ¿ella vive o muere? —su tono expectante de la segunda respuesta se notaba.

—Vive —dijo—. Pero, sin las piernas.

—¡Interesante! Bastante… interesante. ¿Puedo preguntar el por qué?

—Atropelló a alguien, y abusó de su hijo. Sin sus piernas, al menos no hará lo mismo y su hijo podrá huir de ella —explicó.

El hombrecillo arqueó las cejas, sorprendido.

—Buena decisión —admitió—. Bien, sin pierna quedará.

En la cápsula, fue emergiendo una sierra, le recordó a la misma que estaba en la primera película de Saw, dónde un hombre se tuvo que cortar el pie para escapar. Está vez, a la mujer le cortarían la pierna para vivir. Como si una máquina controlará el artefacto, se posó tocando con suavidad la carne blanca de aquella señorita, lista para empezar su trabajo.

—¿Listo? —preguntó, con el dedo en el botón.

Scott no respondió. Por ello aquel hombre tomó ese silencio como una afirmación y le dió al botón.

Una persona cortaría una pierna con descuido, el dolor le llevaría a fallar, a arrepentirse pero, ¿una máquina tiene eso? No lo tiene, era peor; fría y sin ninguna pizca de piedad en sus movimientos, aunque gritaras que parara, no lo haría hasta terminar lo empezado. Por ello, la mujer veía con sumo miedo el filo tocando con frialdad su piel, como el tacto de la tortura avisandote de lo que está a punto de pasar.

La Mansión de los PecadosWhere stories live. Discover now