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Scott se pudo reincorporar, pero aquella bestia también. Vió a Cuervo, tendido en el suelo, a salvo aún; deseo que lo buscará después cuando esté recuperado, él se llevaría al loco por otra parte. Sus manos se colocaron en el suelo y lo impulsaron con dificultad, el enmascarado lo notó y trató de agarrarle sin éxito. Scott se dió la vuelta, sacando la granada cegadora y caminó hacia atrás mientras le observaba con atención, no era el momento.

Su mano toqueteaba la pared, buscando aquel pomo de puerta que lo llevaría a otra habitación, no sabía en qué parte de la mansión se encontraba; pará él, la mansión se había movido, ¿por qué? Porque al ir hacia su mismo camino, la puerta donde salió ya no estaba, sino una de otro color y grosor. Scott estaba siendo movido de lugar sin darse cuenta como si de una casa embrujada se tratase, cosa que no le importaba mucho sino lo afectaba, por supuesto.

El cuerpo de su enemigo se regeneró casi por completo, pudiendo moverse con más velocidad. Scott quitó el seguro de la granada y la soltó, en ese momento, apresurado, pudo encontrar la puerta al fin. Un sonido agudo se escuchó, y un resplandor blanquecino completo bañó el espacio, por suerte, el antebrazo del detective tapó la poderosa luz mientras que la mano libre abría la puerta.

Sus ojos pudieron observar antes de entrar, como la piel de aquél loco estaba quemada, muy quemada. No solo eso le impresionó, sino que, por primera vez, su boca se abría por causa del dolor; mostrando una garganta negruzca de igual manera y una lengua azulenta larga que sobresalía. «¡La luz, la luz lo daña de verdad!» pensó exaltado mientras entraba en aquella habitación.

No observó mucho lo que había dentro, solo le llamó la atención lo hogareña que estaba aquel lugar. No había rastro alguno de sadismo ni muerte en aquel sitio, solo un lugar de descanso para huéspedes bastante espacioso; saltó uno de los sofás con rapidez para llegar a la otra puerta. Salió y vio que el camino se dividía en dos, el de la izquierda giraba a la derecha, pegado a los grandes ventanales mientras que a su derecha, el pasillo era más largo y sin intercepciones.

Frente a él, otra habitación lo invitaba a recorrerla, apresurado fue a esta y la abrió. Lo mismo que la anterior. Corrió en ella para acortar camino, mientras oía sus pasos retumbar a sus espaldas y como aquella pared que casi rompía con su cuerpo, había sido destruida por el suyo. Corrió más rápido esquivando la mesa que se hallaba en el centro de aquella más chica habitación, abrió la puerta y salió, cerrándola tras de sí.

—Me quedan cuatro más —habló en voz alta refiriéndose a sus granadas—. No puedo solo lanzárselas, debo dejarle herido y aprovechar el…

La pared tras de él había sido destruida como el anterior, el cuerpo emergió de los escombros y la nube de humo con total imponencia. Scott corrió, mientras aquel enmascarado agarraba compostura para seguirlo, ¡y ahí estaba! La puerta que lo llevaría a la salida hacia el jardín trasero. La bestia olió lo que planeó y emprendió a correr en cuatro patas hacia él para alcanzarle.

Como distracción, disparó varias balas de su RPD que lograban impactar en él, y aunque tal vez no lograron afectar en su totalidad, lo hacían dar pequeños retrocesos, los cuales fué aprovechando para lograr llegar a la puerta y salir.

Ya afuera, la noche le pegó de nuevo, el ambiente, el silencio acompañado de disparos y pisadas; si él no estuviera en una situación de vida o muerte, podría admirar el paisaje de aquel jardín toda la tarde. Aunque, volteando un poco su rostro, algo robó su mirada por un momento, un momento crucial que no pudo evitar desperdiciar.

Sentado en una mesa libre a lo lejos, en el medio del pasto, se encontraba Marcus, sin el ojo derecho por su hueco de bala. Tomando un té, observando todo lo que estaba viviendo, mirando como sufre mientras toma su bebida. Él sabía que no era real, y aún así logra petrificarse.

La Mansión de los PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora