Aziraphale y Crowley habían sido amigos toda su vida, pero Aziraphale era demasiado ingenuo para notar como los sentimientos de Crowley florecian hacia él.
Hasta que sin querer hizo su corazón añicos, dejando a su mejor amigo en una extraña condici...
Seis de la mañana, Aziraphale y Crowley se encontraban ya en el hermoso Bentley negro de Crowley, habian salido temprano rumbo a Tadfield. El cielo era oscuro y parecía que en cualquier momento llovía.
Y aunque Aziraphale insistió media hora en manejar él, debido al estado en el que se encontraba el pelirrojo, Crowley se rehusó.
Así que un ojeroso y pálido Crowley manejaba, se veía más muerto que vivo.
─Crowley...¿Estas seguro qué-
─Sí─ interrumpió rápidamente Crowley. ─Prefiero arder en llamas junto con mi amado Bentley a dejar que alguien más lo maneje.
Crowley se encontraba de un mal humor y era notable. Quizá se debía a que la noche anterior no había podido dormir bien, había despertado temprano y no había tomado su respectivo café, además que estaba muriendo lentamente, cargando consigo un dolor indescriptible no solo físicamente sino sentimentalmente que le quemaba hasta el lugar más recóndito y oscuro de su alma que ni él mismo sabía que existía y que el causante estuviera sentado a su lado... Bueno, cualquier persona medianamente cuerda estaría de mal humor en su situación.
Así que un silencio abismal reunió en el auto, al menos hasta que llegaron a su destino. Ya allí Crowley fue el primero en salir, trataba de mantenerse fuerte, como si la noche anterior no hubiera perdido demasiada sangre.
Un preocupado Aziraphale lo seguía por detrás, procurando no estorbar pero sin alejarse mucho, quería estar cerca suyo en caso de que algo malo pasará.
Y pasó, tal vez no para ellos, pero si para la pobre Anathema que tuvo que soportar diez minutos seguidos de golpes en su puerta, gritos y maldiciones por parte de Crowley y un asustado rubio que trataba de calmar a su amigo.
─Ni siquiera son las siete de la mañana, ¿Que demonios hacen tan temprano aquí?─ Preguntó una malhumorada Anathema segundos después de abrir la puerta, acaba de despertar por culpa de unos golpes y gritos provinientes de cierto pelirrojo.
─Tenemos un problemita─ Dijo afónico Crowley.
Acto seguido, como si de una mamá sobreprotectora se tratara, Aziraphale saco de su chaqueta una bolsa plástica transparente, si, de esas donde se guardan los sándwiches. Pero esta no tenía un sándwich adentro, si no una flor en perfecto estado, no solo era una pequeña flor amarilla, si no que aún traía su tallo, una hoja y raíces cubiertas de sangre. Guardadas con sumo cuidado por Azira, como si fuera la prueba de una escena de crimen.
Anathema quedó perpleja al ver eso, de inmediato se hizo a un lado e hizo pasar dentro de su casa a sus invitados.
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─Entonces, anoche decidiste que querías esa cirugía y justo anoche también escupiste esto, ¿Verdad?─ Dijo Anathema incrédula, la situación aún le parecía increíble.
─Sip.─ Respondió cortante Crowley.
─Bueno, a decir verdad no hay muchos doctores especializados en estas áreas, pero-
─En todo caso, ¿No hay un tratamiento menos invasivo?─ Pregunto Azira, tratando de ocultar su preocupación.
─Con un shot de pesticida, ¿Tal vez?─ Dijo en tono sarcástico un agobiado Crowley.
─Como les decía, lo poco que se ahora es que con un amor correspondido.
─Y lo del amor correspondido, ¿Como funciona?─ Volvió a preguntar Azira, con un rubor notable en las mejillas. ─E-es como en los cuentos, que un beso de amor de verdad soluciona todo, una confesión de amor o ¿Que exactamente?
─Para ser sincera, tampoco estoy muy segura.─ Confesó apenada. ─Es una enfermedad con la que no estoy muy familiarizada, además que hay pocos registros históricos y los que hay son muy ambiguos, debería buscar ayuda con otros colegas y ver si alguien sabe un poco más de esto.
Crowley, quien hasta ese momento se había quedado callado solo escuchando, comenzó a toser. Una tos leve y seca, que en cuestión de segundos empeoró al punto de que el piso de la pequeña oficina de Anathema estaba cubierto con pequeños pétalos con gotitas de sangre. Eso fue hasta que nuevamente, de sus labios cayó al suelo una pequeña flor, su belleza se vio opacada por el rojo sangre que la cubría y por consecuencia manchaba el piso de madera.
─Hablaré con el doctor Pulsifer, me contactaré con algunos colegas y resolveremos esto lo más pronto posible.
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