37 | En cualquier estación

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37 | En cualquier estación


Hannah

No vuelvo a saber nada de Daniel en las siguientes dos semanas. A menudo, cojo el móvil sin pensarlo y estoy a punto de enviarle un mensaje para contarle lo que sea que haya pasado en clase, o tan solo para saber cómo está.

Pero cuando veo en el chat la cantidad de días que llevamos sin hablar, recuerdo lo que he hecho y cierro la aplicación.

De quien sí tengo noticias es de James, que me informa en un par de mensajes de lo mucho que se arrepiente de haber confiado en mí y de haber creído por un momento que había cambiado. Recibo los mensajes como una puñalada en el corazón, y soy lo bastante cobarde como para no dignarme a responderle.

Los días pasan en una especie de bucle en el que no hago otra cosa que buscar formas de distraerme a mí misma y lograr así ser una persona funcional; paso las clases con Rachel y Owen, me obligo a estudiar toda la tarde, y por las noches lloro hasta que me quedo dormida. Por la mañana, me lavo la cara y empiezo de nuevo.

Rachel y Owen son muy divertidos, y siempre me río con sus ocurrencias y bromas, pero no siento que pueda hablarles de estas cosas. No lo entenderían. Ni a mí, ni las razones por las que he tenido que romperme el corazón a mí misma.

Supongo que es por eso por lo que, cuando Phoebe me manda un mensaje el viernes pidiéndome quedar para dar una vuelta, acepto. Es mi mejor amiga, por mucho que hayamos estado distanciadas.

Cuando llego a Silver Park, el sol de enero se cuela con inocencia entre las copas peladas de los árboles que rodean el parque; desciende para reflejarse en el lago y emitir diminutos destellos de luz.

Phoebe me espera junto a la estatua blanca de un ángel que observa el agua. El pelo rubio le cae sobre los hombros, y lleva los labios tan rojos como siempre. Cuando se percata de mi presencia, me dedica una sonrisa ladeada.

—Hola —me dice—. ¿Qué tal?

Me encojo de hombros.

—He estado mejor. ¿Y tú?

—Casi me congelo esperándote. Damos una vuelta para entrar en calor, ¿o qué?

—También podemos entrar en alguna cafetería con calefacción —propongo, frunciendo el ceño.

—Menos protestar y más mover el culo, nena. Que luego en Educación Física parecemos a punto de escupir un pulmón.

Phoebe se agarra de mi brazo y echamos a andar por el parque. Es un día bonito, incluso con el frío que me quema las mejillas y las fosas nasales cada vez que respiro.

—He escuchado por ahí que eres imbécil —comenta ella poco después.

Se me escapa una risa amarga.

—¿Quién dice eso? Porque se me ocurre una lista larga de gente que podría pensarlo.

—¿Importa la fuente? La cuestión es que hay cierto chico que, junto con su amigo, parece haberse propuesto que todo el grupito le rompamos el corazón. Por lo general, incluso me ofrecería a ser la siguiente en torturarlo un poco solo por el drama adolescente, pero algo me dice que no estás muy contenta con esta ruptura.

Tuerzo el gesto. De pronto, las piedrecitas que rodean el sendero de piedra por el que caminamos se vuelven lo más interesante que he visto en la vida.

—Tiene que ser así. —Suspiro, hundiendo los hombros—. Las tiritas es mejor quitarlas antes de que se peguen del todo a la piel.

—Nena, yo a veces no sé cómo aguantas el peso de esa cabezota que llevas sobre los hombros. ¿Cómo va a ser lo mejor, si estáis llorando los dos por los rincones?

Entre líneas | ✔Where stories live. Discover now